Rosa negra
Ella es un
interior.
Todo ha sido
demasiado y ella se irá.
Y yo me iré.
Alejandra Pizarnik
Estarás tejiendo
lunas; preparando
la cena, te
olvidarás de la misericordia.
Ya no será posible
hablar con vos. Estarás entrando
en una cueva
fantástica lejos de lo palpable.
En ciertos lugares
de tu carne, la electricidad
solo es alimentada
por el miedo a la chispa.
Y la inhibición de
ese fuego te acusa de cobarde,
sin bizarría para
volver al mar
en la casa de coral
y selva. Siempre verte ahí:
anunciando la
partida cuando la puerta
me abra. Y yo no
estoy hecha de metal,
soy más bien una
rosa negra en el jardín,
jugando entre las
llamas, una rosa negra que se vuelca
atenta a florecer en
lo infernal de tu yerro.
¿Quién pudiera
hacerte vibrar otra vez y otra más?
Sé que puedo
levantarme en andas, llevarnos dentro
como un boceto: vos,
parada a contraluz, dándome tu mano
la mano de acá
hasta el sudor, los pies
dentro de tu cobra,
reptarme añorando el vacío,
las cuatro piernas
ciñéndose por la bocanada,
que amalgamó
nuestras fuerzas sutiles.
Sos la ciénaga,
podés hacerte tuya tras el vendaval;
yo también,
soplando, me olvidaré del suelo, me juntaré
pétalo por pétalo.
Ya no habrá una sensación cerrada
o secreta en mi
costado, se habrá ido el humo;
alzaré la frente,
miraré estoica, confundiendo voluntad
con letanía.
Rodaré. Seré una mujer perdida apuntando
bien arriba. A vista
de pájaros, me regalaré la pasión
de un cuerpo. Espero
no hacerme más. Es cansador
elegir las máscaras.
Llamarme cada mañana. Dónde estarás
para extrañarme así
como decís: sin deseo. Un suave estupor,
la misma intimidad
con vos misma. No podés
abrir la clave
intrínseca.
Quisiera que
entendieras
que una coraza solo
contiene a la fuga,
a la merma
de la esencia.
De eso
saben las
plantas,
dijiste al dibujar
una flecha
en la última
caverna.
Rosa
negra
Ela
é um interior.
Tudo
foi demasiado e ela ir-se-á.
E eu
me irei.
Alejandra
Pizarnik
Estarás
a tecer luas; no preparo
da
ceia esquecerás a misericórdia.
Já
não será possível falar contigo. Estarás a entrar
numa
gruta fantástica longe do palpável.
Em
alguns lugares da tua carne, a eletricidade
só
é alimentada pelo medo à chispa.
E a
inibição desse fogo acusa-te de cobarde,
sem
bizarria para voltar ao mar
na
casa de coral e selva. Ver-te sempre aí:
anunciando
a parte quando a porta
me
abra. Eu não sou feita de metal,
sou
antes uma rosa negra no jardim,
brincando
entre as chamas, uma rosa negra que se põe
atenta
a florescer no inferno do teu erro.
Quem
poderia fazer-te vibrar outra vez e mais outra?
Sei
que posso levantar-me em andas, levar-nos dentro
como
um rascunho: tu, parada em contraluz, dando-me a tua mão
a
mão daqui até ao suor, os pés
dentro
da tua cobra, reptar-me em saudades o vazio,
as
quatro pernas cingidas pela boca
que
amalgamou as nossas forças subtis.
És
o lamaçal, podes tornar-te tua depois do vendaval;
eu
também, soprando, esquecer-me-ei do chão, juntar-me-ei
pétala
por pétala. Já não haverá um sensação fechada
ou
secreta da minha parte, o fumo ter-se-á
ido;
levantarei
a cabeça, olharei estóica, confundindo vontade
com
litania. Rodarei. Serei uma mulher perdida apontando
bem
para cima. À vista de pássaros, oferecer-me-ei a paixão
de
um corpo. Espero não fazer mais. É cansativo
escolher
máscaras. Chamar-me todas as manhãs. Onde estarás
para
sentires assim a minha falta como dizes: sem desejo. Uma suave
lassidão
a
mesma intimidade contigo mesma. Não consegues
abrir
a chave intrínseca.
Gostava
que compreendesses
que
uma couraça só contém a fuga,
a
destruição
da
essência.
Disso
sabem
as plantas
disseste
ao desenhar
uma
flecha
na
última caverna.