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03 julho 2009

leticia ressia




Pulsiones

Se cargar un arma, también apunto y disparo. Conozco el peso del calibre 22, la forma del arma es la forma de mi brazo. La manera de escribir en el agua con la sangre de los patos muertos.

Nadie sospecha que detrás de Leticia habita como en todos, una asesina. La mano que acaricia es la que llena el cargador y quiero decir con esto que he visto la muerte en las plumas que quedan en el aire cuando el animal se sacude al momento del impacto. La veo en la caída de la paloma desde la rama más alta con el pecho abierto de una pedrada y la vi en mi abuela a la que miré durante años y de tanto mirarla la mate de vieja. Encontré la muerte asomada un día, en que jugando, puse el arma en mi cabeza y me miré en el espejo de la habitación paterna. ¿Cómo hubiera sido morir a las 12 años, virgen y sin empezar el secundario? Una curiosidad sencilla sin angustias juveniles o desarraigos emocionales.

Morir es también ver morir, y me acuerdo del gato que murió de cáncer y de mi tío en su cama, mirándome y sabiendo como yo, que ya no habría otro día en que pudiéramos vernos y darnos fe. Morir es saber que podemos matar, romper el rito cotidiano sabiendo que se es un arma letal, que el cuchillo que corta el tomate puede rebanar la garganta y el viento, que entró por la ventana antes de decidirte a cruzar la línea.

Esta semana pensé en matar al chofer del A10, imaginé durante el trayecto al trabajo, que bien podría ahorcarlo con la correa de mi bolso, no con otra cosa que no usase habitualmente, algo así como matar la rutina a la que me somete su diaria cara de culo. Pero me reprimo, no sin pena. Hay en la ciudad, algo que constantemente me invita a morir y matar, por ejemplo; las colas en los bancos, las cámaras de seguridad apuntándome, gatillando sobre mi rostro miles de veces en pocos segundos, viendo como la policía cuida la plata pero no la gente y sabiendo violentamente que nunca tendré en un mes veinte lucas ni ganando una línea del telebingo cordobés. Otra vez la línea. Siempre la línea, y pienso en el pobre gaucho cuando llegó la propiedad privada con el alambre, pienso en la línea de frontera que arrojó a la muerte a las lanzas de Calfucurá. Y siempre, de uno y otro lado están los que matan y los que mueren. La línea te violenta, la línea ejerce una indescifrable tensión sobre nosotros todo el tiempo. Ver morir simplemente es no ver nada o mejor dicho, ver todo junto, sin divisiones. Una aprensión de la totalidad por unos segundos, antes que se desvanezca la nube, antes de que se vaya al fin, la ira.


Pulsões

Se carregar uma arma, também aponto e disparo. Conheço o peso do calibre 22, a forma da arma é a forma do meu braço.A maneira de escrever na água com o sangue dos patos mortos.

Ninguém suspeita que por trás de Letícia habita, como em toda a gente, uma assassina. A mão que acaricia é a que enche o carregador e com isto quero dizer que vi a morte nas penas que ficam no ar quando o animal estrebucha no momento do impacto. Vejo-a na queda da pomba do ramo mais alto com o peito aberto por uma pedrada e vi-a na minha avó a quem olhei durante muitos anos e de tanto a olhar a matei de celha. Encontrei a morte assomada um dia em que, a brincar, pus a arma na minha cabeça e me olhei ao espelho do quarto dos pais. Como teria sido morrer aos 12 anos, virgem, e sem ter iniciado o secundário? Uma curiosidade simples sem angústias juvenis ou descargas emocionais.

Morrer é também ver morrer e lembro-me do gato que morreu canceroso e do meu tio na cama, olhando-me e sabendo como eu, que já não teríamos mais dias para nos vermos e animar-nos. Morrer é saber que podemos matar, suspender o quotidiano sabendo que se é uma arma letal, que a faca que corta o tomate pode despedaçar a garganta e o vento que entrou pela janela antes de nos decidirmos a cruzar a linha.

Esta semana pensei em matar o motorista do A10, imaginei durante o trajecto para o trabalho, que poderia muito bem enforcá-lo com o cinto do meu bolso, não com outra coisa que não trouxesse habitualmente, como se fosse matar a rotina a que diariamente me submete a sua cara de cu. Mas reprimo-me, não sem pena. Há na cidade qualquer coisa que constantemente me convida a morrer e a matar, por exemplo: os rabos nos bancos, os vídeo-vigilantes que me apontam, disparando milhares de vezes, em poucos segundos, sobre o meu rosto, vendo como a polícia trata do dinheiro mas não das pessoas e sabendo violentamente que nunca terei num mês vinte jóias nem que ganhe o telebingo de Córdoba. Outra vez linha. Sempre linha e penso no pobre gaúcho ao chegar à propriedade privada com arame, penso na linha de fronteira que lançou para a morte as lanças de Calfucurá. E sempre, de ambos os lados, estão os que matam e os que morrem. A linha violenta-nos, a linha exerce uma indecifrável tensão sobre nós durante todo o tempo. Ver morrer simplesmente é não ver nada ou, melgor dito, ver tudo junto, sem divisões. Uma apreensão da totalidade por uns segundos, antes que a nuvem se desvaneça, antes que desapareça, a ira.