No es el amor, lo sé, pero es de noche
No es el amor, lo sé, pero es de noche
y yo estoy sola, frente al mar que espera
con las uñas viscosas de sus algas
y el sello de la sal sobre sus piedras:
sin cesar, desde el agua y las espumas
mil ramajes de brazos me recuerdan
que aguardan todavía
tendiéndome su ausencia.
Las mismas olas que devoran barcos,
que van hundiendo mástiles y velas,
tiran siempre de mí
salvajemente
ceñidas, enroscadas, como cuerdas.
No es el amor, lo sé, pero qué importa:
tiene su mismo rostro hecho de niebla
y su temblor febril y su acechanza,
tiene sus manos blandas que se aferran
con dura precisión.
Tiene su misma insólita presencia
con el prestigio de un fulgor pasado
y la futura soledad que empieza.
Tiene sin duda del amor la insidia
y el desgajado abandonar reservas
hasta quedar desnudo
como un árbol reseco.
Tiene el rondar la sangre
como un fantasma hambriento
sobre la inaccesible piel del mundo,
lamiendo inútilmente su corteza,
desesperado, ávido,
con la exacta impaciencia
del querer, del después,
del otoño y la espera.
Y aquel recomenzar desde la bruma
que es su signo quizá.
Y su señal más cierta.
No sé cuándo ha llegado:
es como un viejo amigo que regresa
con el rostro cambiado por los viajes,
las fiebres, el alcohol, las peripecias.
Reconozco sus rasgos,
su voz que ha enronquecido, pero es ésta,
su antigua voz que dice otras palabras
semejantes a aquéllas.
No es el amor, lo sé, y sin embargo
es su paso otra vez, y las caricias
recobran los caminos sin urgencia.
No hay palabras, y puedo estar callada:
todo es tan simple así, tan sin sorpresa
y es tan fácil estar, tan necesario.
No es el amor, tal vez. ¿Y si lo fuera?
No es el amor, lo sé, pero es de noche
Não é o amor, bem sei, mas é de noite
e eu estou sozinha, diante do mar que espera
com as unhas viscosas das suas algas
e o selo do sal sobre as suas pedras:
continuamente, da água e das espumas
mil ramos braços me lembram
que aguardam ainda
expondo a tua ausência.
As mesmas ondas que devoram navios,
que afundam mastros e velas,
tiram sempre de mim
selvaticamente
apertadas, enroladas, como cordas.
Não é o amor, bem sei, mas que importa:
tem o seu mesmo rosto feito de névoa
e o seu tremor febril e asua vigília,
tem as mãos macias que se agarram
com forte precisão.
Tem a sua própria presença insólita
com o prestígio de um fulgor passado
e a futura solidão que começa.
Tem sem dúvida do amor a insídia
e o desgarrar de existências
até ficar nu
como uma árvore seca.
Tem o rondar o sangue
como um fantasma faminto
sobre a inacessível pele do mundo,
lambendo inutilmente a sua casca,
desesperado, ávido,
com a exacta impaciência
do querer, do depois,
do outono e da espera.
E aquele recomeçar da bruma
talvez seja o seu signo.
E o seu sinal mais verdadeiro.
Não sei quando chegou:
é como um velho amigo que regressa
com o rosto mudado pelas viagens,
as febres, o álcool, as peripécias.
Reconheço os seus traços,
a sua voz enrouqueceu, mas é esta,
a sua voz antiga que diz outras palavras
semelhantes às outras.
Não é o amor, bem sei, e bo entanto
é a sua passada de novo, e as carícias
recuperam os caminhos sem urgência.
Não há palavras, e posso estar calada:
tudo é tão simples assim, tão sem surpresa
e é tão fácil estar, tão necessário.
Não é o amor, talvez. E se fosse?