Mostrar mensagens com a etiqueta noelia olmedo. Mostrar todas as mensagens
Mostrar mensagens com a etiqueta noelia olmedo. Mostrar todas as mensagens

13 outubro 2013

noelia olmedo

“Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones… en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas…”.
Francesca Woodman (1958-1981)

El amanecer de Francesca Woodman

 La noche había sido intensa. El humo, denso y azul, aún hacía los contornos de las cosas borrosos. Ella estaba sentada en el suelo, descalza, con un cigarrillo a punto de consumirse entre sus inmóviles dedos. Por todas partes, desorden y algunos vasos llenos de alcohol hasta el borde.  Manchas en el parquet. Una cámara de fotos. Papeles. “¿Qué había sido de los pájaros al amanecer?”. Se preguntaba la joven con el corazón helado. “Ya no se oyen en esta parte de la ciudad, maldita ciudad de plástico y metal”. Ella siente un escalofrío recorrer su entumecido cuerpo, quisiera salir corriendo en busca de esos pájaros perdidos, para traerlos de vuelta a su rincón.
La noche fue una alegre tempestad. La gente había llegado con su ruido de besos largos, y se había ido dejando un poso denso y hermético. El cigarro se consumió en los dedos de Francesca, y ella ni se dio cuenta. Era una hora mala para darse cuenta de las cosas, mucho mejor dejarse llevar por el humo.  Ella, en realidad, no quería estar en otro sitio. No podía imaginarse lejos de su pequeño piso. Aquel era su espacio de creación, dónde intentaba captar la esencia misma de la luz y la verdad de los cuerpos. Francesca suspiró y encendió otro cigarrillo. Ella quería quedarse allí, quizás para siempre.
Tanto frío sintió que al  final se levantó, lentamente, como una vieja con huesos de cristal. Entonces recordó que el amor era una herida abierta de par en par que ya no le pertenecía. Francesca quiso llorar, pero  sus ojos  eran  dos pesados ceniceros preñados de colillas. Su boca pastosa le trajo a la memoria viejos besos borrachos. Nudos de alquitrán sujetaban sus muñecas. Un día fue capaz de captar la luz con sus manos, la belleza de lo irreal. Pero ella ya no sabía cómo continuar con su trabajo. Ya no era capaz de captar la magia de los cuerpos desnudos, ni la verdad de su propio rostro. ¿Qué haría si los pájaros la abandonaban para siempre?
El frío, como si fuera su señor, la había poseído.  “¿A dónde iré, si ya no puedo crear? Mi cabeza es un laberinto  lleno de enredaderas. Trepo por ellas, me subo por las paredes, arranco el papel de flores, me lo como con desdén,  pero no soy capaz de encontrar la luz en esta habitación. Y el frío como un puñal me arrebata las ideas. Una a una. La ventana es como una boca desdentada y sucia que me insulta. Yo antes era…  Francesca Woodman, y creaba bellos universos borrosos y etéreos, como mi propia vida. ¿A dónde han ido? Tengo algo roto aquí dentro, algo pesado que tira de mi hacia abajo. Pero sé que en el fondo no hay nada. La inspiración ha salido volando por la ventana. Volando, lejos de mis manos.”

Ella se mira reflejada en el cristal, y toma una decisión. La que de una vez por todas la hará inmortal e imperecedera.  Como sus fotografías, Francesca se desdibuja para decirnos algo. Sólo hay que escucharla con los ojos bien abiertos. Entonces, de alguna manera comprenderemos porqué Francesca Woodman dejó de ser para habitar en sus fotografías.

Allí, la luz es  clara y los pájaros siempre cantan al amanecer.


“A minha vida nesta altura é um sedimento muito velho numa chávena de café e prefiro morrer jovem deixando várias realizações… em vez de ir apagando, em atropela, toda esta delicadeza…”
Francesca Woodman (1958-1981)

O auroral de Francesca Woodman

A note fôra intensa. O fumo, denso e azul, ainda jazia nos contornos das coisas veladas. Ela estava sentada no chão, descalça, com um cigarro em vias de se apagar entre os seus imóveis dedos. Por todo o lado, desordem e alguns copos cheios de álcool até à borda. Manchas no parquet. Uma câmara de fotografia. Papéis. “Que acontecera aos pássaros no auroral?”. Perguntava a jovem com o coração gelado. “Já não se ouvem nesta parte da cidade, maldita cidade de plástico e metal”. Ela sente um arrepio no seu intumescido corpo, quisera sair a correr em busca desses pássaros perdidos para os trazer de volta ao seu ninho.
A noite foi uma alegre tempestade. As pessoas tinham chegado com o seu barulho de beijos longos, e tinham deixado uma borra densa e hermética. O cigarro consumiu-se nos dedos de Francesca sem que ela reparasse. Não era boa altura para dar conta das coisas, muito melhor deixar-se levar pelo fumo. Ela, na realidade, não queria estar noutro sítio. Não conseguia imaginar-se longe do seu pequeno apartamento. Aquele era o seu espaço de criação onde tentava captar a própria essência da luz e a verdade dos corpos. Francesca suspirou e acendeu outro cigarro. Ela queria ficar ali, talvez para sempre.
Tanto frio sentiu que por fim se levantou, lentamente, como uma velha com ossos de vidro. Então lembrou-se que o amor era uma ferida aberta de par em par que já lhe não pertencia. Francesca quis chorar, mas os seus olhos eram dois pesados cinzeiros prenhes de beatas. A sua boca pastosa trouxe-lhe à memória velhos beijos bêbados. Nós de alcatrão amarravam os seus pulsos. Um dia conseguiu captar a luz com as suas mãos, a beleza do irreal. Mas ela já não sabia como continuar o seu trabalho. Já não era capaz de captar a magia dos corpos nus, nem a verdade do seu próprio rosto. Que fazer se os pássaros a tinham abandonado para sempre?
O frio, como se fosse o seu patrão, tinha-a possuído. “Para onde ir, se já não consigo criar? A minha cabeça é um labirinto cheio de trepadeiras. Subo por elas, subo pelas paredes, arranco o papel de flores da parede, como-o com desdém, mas não sou capaz de encontrar a luz neste quarto. E o frio, como um punhal, arrebata-me as ideias. Uma a uma. A janela é como uma boca desdentada e suja que me insulta. Eu antes era… Francesca Woodman, e criava universos turvos e etéreos como a minha própria vida. Para onde foram? Tenho algo estilhaçado aqui dentro, algo pesado que me arrasta para baixo. Mas sei que no fundo não há nada. A imaginação saiu a voar pela janela. A volar, longe das minhas mãos.”

Ela vê-se reflectida no cristal e toma uma decisão. Aquela que de uma vez por todas a fará imortal e imperecível. Como as suas fotografias, Francesca apaga o seu desenho para nos dizer algo. Só há que escutá-la com os olhos bem abertos. Aí, de algum modo, compreenderemos porque razão Francesca Woodman deixou de ser para habitar nas suas fotografias.

Ali, a luz está clara e os pássaros cantam sempre o auroral.