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24 fevereiro 2019

virginia benavides


Pabellón B Este

as lesiones del lenguaje, la lengua que tritura silencios, los destilamientos del asombro en barcos anclados, la pena que despena. Incidir y exceder las palabras supurando lo indecible. Las estancias de la cicatriz, la costura que se deshilacha como la vida ¿Qué vida? La que escuece, la que cavas,

la que navega estando quieta, la que abordas a todo babor, la que no sabes de qué se trata, la incurable, la de pájaros restauradores de los cielos que tocaste, la imperdible, la que es comarca arrasada por bandos contrarios en tu mente y la que se erige isla sitiada por los anhelos como peces transparentes y escurridizos. La entubada, la de cuidados intensivos, la que se interna para nunca más salir sino es volando, fugando o reinventándose. La de adentro, la vida ida.

Y así se cuaja el silencio en ejercicios de lenguaraz, así se retira la venda para no ver y por fin mirar lo que navega. Así ibas rumiando el rumbo mientras atravesabas el pasillo en una camilla como una barcaza de entre guerras. los peces como pacientes en los umbrales te saludan invitándote a desembarcar. No quieres. Así debería navegar sin puerto te dices, mientras el enfermero no sabe si vas a endocrinología o a siquiatría y relee la orden médica. Sonríes. Todo es comprensión de lectura pero somos pésimos actores que llegamos en un río paralelo a otra isla, a otro puerto que se deconstruye apenas lo tocamos con el anhelo de quedarnos. Fluimos como el antibiótico dorado por nuestra carne adorada por algún gusano pasajero, no deseamos permanecer más que lo que desaparece en el suelo soleado el escupitajo. La maroma médica como un aplazamiento, un zurcido invisible para lo incurable, este decir que se escurre por el sumidero de lo eterno, poesía caudal, remedio vencido, párpados que se cierran como un poema dormido.

Pavilhão B Este

as lesões da linguagem, a língua que tritura silêncios, os destilamentos do assombro em barcos ancorados, a pena que consola. Incidir e exceder as palavras supurando o indizível. As permanências da cicatriz, a costura que se esfiapa como a vida. Que vida? A que dói, a que cavas,

a que navega estando quieta, a que abordas a todo o bombordo, a que não sabes de que se trata, a incurável, a de pássaros restauradores dos céus que tocaste, a imperdível, a que é comarca arrasada por bandos contrários na tua mente e a que se erige ilha sitiada pelos anseios como peixes transparentes e escorregadios. A intubada, a de cuidados intensivos, a que se interna para nunca más sair se não for a voar, a evadir-se ou a reinventar-se. A de dentro, a vida ida.

E assim se coagula o silêncio em exercícios de linguarudo, assim se retira a venda para não ver e finalmente observar o que navega. Assim irias ruminando o rumo enquanto atravessavas o corredor numa maca como uma barcaça de entre guerras. os peixes como pacientes nos umbrais saúdam-te convidando-te a desembarcar. Não queres. Assim deveria navegar sem porto, dizes-te, enquanto o enfermeiro não sabes se vais para endocrinologia ou para psiquiatria e relê o boletim médico. Sorris. Tudo é compreensão de leitura mas somos péssimos atores que chegamos por um rio paralelo a outra ilha, a outro porto que se desconstrói mal o tocamos com o desejo de ficarmos. Fluímos como o antibiótico dourado pela nossa carne adorada por algum verme passageiro, não desejamos permanecer mais que o que desaparece no solo ensolarado o vómito. O cordame médico como um adiamento, um cerzimento invisível para o incurável, este dizer que escorre pelo sumidouro do eterno, poesia caudal, remédio vencido, pálpebras que se fecham como um poema adormecido.