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06 fevereiro 2021

elisa díaz castelo

 

Agujero Negro


Ahí estaba

el cadáver del perro

en el centro del jardín.

Nos esperó su muerte

las dos noches, brillando de sed

bajo la luz inútil de la luna.

Imagino la escena desde la ventana,

la lenta transformación del cuerpo

en materia, en hueso, en aire

venenoso. Mis ojos

sobre su lenta huida de sí mismo,

implosión de estrella diminuta,

agujero negro en el corazón

del pasto, a dos metros exactos

del ave del paraíso,

atada a su tallo y moribunda,

impedida para el vuelo, imposible

soltar amarras y convertirse

en ave carroñera y saciar su hambre.

Ahí, en el centro del jardín, empezó el mundo:

me mostró el perro su destiempo, su hundirse

en sí mismo y el acto a voz en cuello

de la muerte. Desde entonces

gira mi vida rigurosa, mis días en ciernes

espirales, en torno al sitio exacto

de su cuerpo. Y éste se traga mi pasado,

devora días y obras,

el jardín y su casa que hace años no existen,

las comidas de domingo,

el piano desdentado y la abuela

sentada al tocador con sus perfumes,

cada frasco, cada olor ennegrecido,

la vajilla suspendida, girando

ante la gravedad enorme de ese centro,

en el que se desliza sin luz toda mi vida

y las horas y días que se han ido

y los años que me faltan

para siempre.



Buraco Negro


Lá estava

o cadáver do cão

no centro do jardim.

A sua morte esperou-nos

as duas noites, brilhando de sede

sob a luz inútil da lua.

Imagino a cena da janela,

a lenta transformação do corpo

em matéria, em osso, em ar

venenoso. Os meus olhos

sobre a sua lenta fuga de si mesmo,

implosão de estrela diminuta,

buraco negro no coração

do pasto, a dois metros exatos

da ave do paraíso,

amarrada ao caule e moribunda,

impedida de voar, impossível

soltar amarras e converter-se

em ave necrófaga e saciar a sua fome.

Ali, no centro do jardim, começou o mundo:

mostrou-me o cão a sua desgraça, o seu afundar

em si mesmo e o ato de voz no pescoço

da morte. A partir daí

gira a minha vida rigorosa, os meus dias emergentes

espirais, em torno do local exato

do seu corpo. E este engole o meu passado,

devora dias e obras,

o jardim e a sua casa que há anos não existem,

as refeições de domingo,

o piano desdentado e a avó

sentada no toucador com seus perfumes,

cada frasco, cada odor enegrecido,

a cerâmica suspensa, girando

perante a gravidade enorme desse centro,

em que desliza sem luz toda a minha vida

e as horas e dias que se foram

e os anos que me faltam

para sempre.