Mostrar mensagens com a etiqueta alicia louzao. Mostrar todas as mensagens
Mostrar mensagens com a etiqueta alicia louzao. Mostrar todas as mensagens

03 agosto 2022

alicia louzao

 

Capítulo V. Un rezo


Que nos devuelvan a nuestros muertos.

A nuestros cadáveres dulces.

Que nos los devuelvan envueltos en papel suave y con lazos de color violeta y de color azul.

Cubiertos de flores que aún huelen a todas las cosas buenas.

Que nos devuelvan los que se fueron los fines de semana a curar a los caballos de una herida y a acariciar el agua en la cara.

Porque la calma sería que nos devolvieran lo que fue nuestro,

lo que se movía entre las sombras,

lo que centelleaba infusiones de menta y lo que se peinaba las canas en los espejos.

Que nos devuelvan a nuestros muertos.

A nuestros cadáveres dulces.

Se movían con los vivos entre bizcochos y fiestas de agosto. Se dejaron los relojes encima de la mesa cuando se fueron, se dejaron las puertas de los armarios abiertas y se dejaron la leche y los yogures. Se dejaron la plata y los manteles de lino bordados por las manos de un muerto. Se dejaron los árboles y las nueces, el pan en la puerta y los escalones sucios.

La escoba en el suelo.

Que nos devuelvan a nuestros muertos,

para que nos miren de frente y nos adviertan

de todo lo que desaparecerá como el polvo

mientras sonríen.

Piel transparente.

Y nos acompañan a la visita al supermercado y eligen helado de chocolate, naranjas, manzanas rojas, redondas, crema de manos, colonia Nenuco, galletas con pasas.

Y van lanzando los productos al carro.

Con su piel transparente.

Venas en los ojos.

Que nos devuelvan a nuestros muertos.

Muertos bajo la tierra.

Sería la justicia que aclamamos los que nos dejamos atravesar por la lluvia y los que caminamos solos por la calle,

esperando los perros,

los que guardamos los relojes que ellos olvidaron.

Los árboles con sus nueces.

Los que recordamos las canas frente al espejo.

Los que tenemos el corazón pequeño y azul y dentro de un pájaro de oro.

Y ellos,

piel transparente.

Los llevaríamos a una terraza con las bolsas de la compra crujientes.

Les invitaríamos a aceitunas, a una fanta de naranja, a un cigarrillo o a una barrita de chocolate.

Ellos nos mirarían agradecidos.

Ojos en las venas.

Y recogerían su reloj olvidado, las nueces en los árboles, la plata, el mantel de lino sobre la cara.

Que nos devuelvan a nuestros muertos.

A nuestros cadáveres,

dulces,

bajo la tierra.




Capítulo V. Uma oração


Que nos devolvam os nossos mortos.

Os nossos cadáveres doces.

Que nos sejam devolvidos envoltos em papel macio e com laços de cor violeta e de cor azul.

Cobertos de flores que ainda cheiram a todas as coisas boas.

Que nos devolvam aqueles que foram aos fins de semana curar os cavalos de uma ferida e a acariciar a água na cara.

Porque a calma seria que nos devolvessem o que foi nosso,

o que se movia entre as sombras,

o que cintilava infusões de menta e o que penteava os cabelos brancos nos espelhos.

Que nos devolvam os nossos mortos.

Os nossos cadáveres doces.

Moviam-se com os vivos entre biscoitos e festas de Agosto. Deixaram os relógios em cima da mesa quando se foram, deixaram as portas dos armários abertas e deixaram o leite e os iogurtes. Deixaram a prata e as toalhas de linho bordadas pelas mãos de um morto. Deixaram as árvores e as nozes, o pão na porta e os degraus sujos.

A vassoura no chão.

Que nos devolvam os nossos mortos,

para que nos olhem de frente e nos avisem

de tudo o que desaparecerá como o pó

enquanto sorriem.

Pele transparente.

E nos acompanham à visita ao supermercado e escolhem gelado de chocolate, laranjas, maçãs vermelhas, redondas, creme de mãos, colónia Nenuco, bolachas com passas.

E vão atirando os produtos para o carrinho.

Com a pele transparente.

As veias nos olhos.

Que nos devolvam os nossos mortos.

Mortos debaixo da terra.

Seria a justiça que aclamamos nós que nos deixamos atravessar pela chuva e que caminhamos sozinhos pela rua,

à espera dos cães,

nós que guardamos os relógios que eles esqueceram.

As árvores com suas nozes.

Nós que lembramos os cabelos brancos em frente ao espelho.

Nós que temos o coração pequeno e azul dentro de um pássaro de ouro.

E eles,

pele transparente.

Podíamos levá-los a uma esplanada com sacos de compras crocantes.

Convidá-los-íamos para umas azeitonas, uma fanta de laranja, um cigarro ou uma barra de chocolate.

Eles olhariam para nós agradecidos.

Olhos nas veias.

E recolheriam os seus relógios esquecidos, as nozes nas árvores, a prata, a toalha de linho sobre a face.

Que nos devolvam os nossos mortos.

Os nossos cadáveres,

doces,

debaixo da terra.