Mostrar mensagens com a etiqueta valentina marchant. Mostrar todas as mensagens
Mostrar mensagens com a etiqueta valentina marchant. Mostrar todas as mensagens

28 agosto 2022

valentina marchant

 

Besé a cada una de sus amigas. Hundí los pies en el agua y reconocí su flujo vital. El oro relampagueando entre los dedos, la imagen de una mujer dándome la espalda.

Y el sol, su altura sobre nuestras cabezas que miraban directo al vertedero.

Cómo decirlo.

Lo que estaba más allá, de la montaña, del vidrio y la copa que se ofrece cuando se camina desnudo, al descampado.

Apostamos sobre quién podía resistir más. Cuánto puede soportar el cuerpo sobre la arena caliente de los arrecifes.

El aliento que escapa. La imagen de un árbol que se incendia hasta la raíz. Los trozos de las manzanas que tragamos durante la noche. Su crujiente brillo. El jugo que se escurre. El poder que reside en los dedos para alargar el día, estirar las horas para desvestirse y nadar.

Besar a sus amigas, juntar a dos o tres peces en una misma habitación e iniciar la danza; del cuello, la mano que se hunde, los pies que navegan otro río, el gavilán y la gallina de los huevos de oro, riendo sobre mi cama.

El poder que tenía sobre mi cuerpo.

¿Era eso el amor?

Salir, con la blusa en la mano y el estómago revuelto. Ser igualmente culpable. Hundir los dientes en la piel de otro nombre que escapa.


Sentirse extranjera

incluso así

en la cama mientras llueve.




Beijei cada uma das suas amigas. Afundei os pés na água e reconheci o seu fluxo vital. O ouro a relampejar entre os dedos, a imagem de uma mulher a virar-me as costas.


E o sol, a sua altura sobre as nossas cabeças que olhavam diretamente para o aterro.

Como dizer.


O que estava mais além, da montanha, do vidro e o copo que se oferece quando se caminha nu, ao descampado.


Apostamos sobre quem poderia resistir mais. Quanto pode suportar o corpo sobre a areia quente dos recifes.


O fõlego que escapa. A imagem de uma árvore que arde até à raiz. Os pedaços das maçãs que engolimos durante a noite. O seu brilho crocante. O sumo que escorre. O poder que reside nos dedos para alongar o dia, esticar as horas para despir e nadar.

Beijar as suas amigas, juntar dois ou três peixes num mesma quarto e iniciar a dança; do pescoço, a mão que se afunda, os pés que navegam outro rio, o gavião e a galinha dos ovos de ouro, rindo em cima da minha cama.

O poder que tinha sobre o meu corpo.

Era isso o amor?

Sair, com a blusa na mão e o estômago revirado. Ser igualmente culpado. Mergulhar os dentes na pele de outro nome que escapa.


Sentir-se estrangeira

mesmo assim

na cama enquanto chove.