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14 janeiro 2007

angelica liddell

Lesiones Incompatibles Con La Vida
 

A los hijos que no voy a tener.
No quiero tener hijos.
No quiero ir más lejos.
Soy una epidemia de resentimiento.
No quiero tener hijos.
Es mi manera de protestar. Mi cuerpo es mi protesta.
Mi cuerpo renuncia a la fertilidad.
Mi cuerpo es mi protesta contra la sociedad, contra la injusticia, contra el linchamiento, contra la guerra.
Mi cuerpo es la crítica y el compromiso con el dolor humano.
Quiero que mi cuerpo sea estéril como mi sufrimiento.
Mi cuerpo es mi protesta.
Mi cuerpo es mi pesimismo. Gracias al pesimismo puedo hacerme preguntas. Alguien debe quedar en mitad de los hombres haciéndose preguntas, alguien debe quedar en mitad de la esperanza haciéndose preguntas. Alguien debe quedar como un idiota. Alguien debe quedar como excremento, alguien debe fracasar definitivamente. La ausencia de hijos me ayuda a ser excremento y a fracasar. Los adultos saltan por encima de mi vientre liso agitando a sus hijos como banderas, como si el mal hubiera desaparecido del mundo, los exhiben como si la inteligencia hubiera triunfado por fin sobre el mundo, como si fueran insignias de un futuro mejor. No confío en un futuro mejor. Las familias se comportan con soberbia, pensando que su prole va a ser distinta, que sus hijos nunca van a traicionar como nosotros hemos sido traicionados, que sus hijos nunca van a dañar y a ser dañados, que los reveses de la vida sin duda van a ser menores y que sus hijos jamás van a ser culpables de nada.
Mi cuerpo es mi protesta contra las grandes esperanzas de los padres, contra las grandes pretensiones de los padres.
No quiero pasar por ese estado de necedad transitoria.
No quiero que mi resentimiento se interrumpa.
No quiero dejar de pensar en la injusticia.
No sería justo para los excluidos que dejara de pensar en la injusticia, que dejara de condenar a los privilegiados.
Sin embargo no he conocido a ningún niño que se convirtiera en un buen adulto. Los niños no se convierten en buenos adultos. Yo no soy un buen adulto. La bondad no existe. Soy mala, muy mala.
Tal vez esa es la razón por la que no quiero ser madre.
Tal vez a las mujeres malas nos sucede eso, no queremos ser madres.
Las mujeres malas, sin instinto maternal, pagamos el tributo de morir solas, podridas, sin alegría, frente al televisor, frente al espanto, secas, rodeadas de moscas de diferentes tamaños.
A las mujeres malas solo nos puede suceder la muerte.
Me parece bien.
Fui niña. Pero no me he convertido en una buena adulta.
El papel del hombre en el mundo es absurdo. Vagamos de tara en tara.
Cuando imagino mi propio parto solo puedo ver asomando entre mis piernas la cabeza grotesca de un monstruo, ya fatigado por la inmundicia del universo, por lo inefable, por la mezquindad.
Mi cuerpo es mi protesta.
No quiero aportar nada al mundo, salvo mi profundo horror por el mundo. Después de los desastres del siglo XX no puedo sentir más que horror. Después de semejante exhibición del mal, el hombre ya no puede redimirse. ¿Quién puede volver a amar a los hombres? ¿Quién puede volver a cantar en honor a los hombres? Alguien dijo que después de los horrores del siglo XX no se podía seguir escribiendo. La palabra se había vuelto absurda, insuficiente. Los hijos son como la palabra, insuficientes. Sería bueno para mi mente aceptar la insuficiencia de la palabra y del hombre. Pero hay algún cocodrilo dentro de mí que me impide aceptarlo. Cada vez soporto menos la injusticia, cada vez soporto menos la maldad. El mundo está basado en la injusticia y en el mal.
Sólo se me ocurre protestar.
Mi cuerpo es mi protesta.
Quiero morirme sola, sin dejar nada atrás. Es mi manera de unirme a los que fueron exterminados, a los que sufrieron sin límite.
No quiero esperanza.
Mi cuerpo es mi protesta.
Mi cuerpo es un ejemplo para suicidas, un ejemplo para asesinos, un ejemplo para todos aquellos que se desprecian a sí mismos.
Mi maldito cuerpo.
Mi decisión anormal.
Llega un momento en que la sociedad se excita, se impacienta y procrea, procrea porque sí, procrea. ¿Qué motivos tienen?
Me pregunto, ¿qué motivos tienen?
Pero mi decisión es anormal.
Perdón por la violencia.
Mi violencia verbal es mi lucha contra la violencia real.
Mi cuerpo es mi protesta.
Mi protesta contra los vestidos premamá.
Mi cuerpo, voluntariamente estéril, es mi inconformismo.
Mi cuerpo es mi falta de adaptación.
Las grandes esperanzas de mis padres destruyeron mis propias esperanzas.
Mi cuerpo es mi protesta contra las grandes esperanzas de mis padres, contra las grandes y estúpidas esperanzas del mundo.
Mi cuerpo es mi protesta.
Mi cuerpo es mi acción.
Mi decisión anormal es mi acción.
En definitiva, mi vida es mi acción.
Sólo quiero ser hija.
Conmigo termina la tiranía de la sangre.
No quiero formar una familia.
Nunca me fiaría de una institución que es fomentada, ensalzada, vitoreada, incluso premiada por el poder. No me fío de todos esos gobernantes que se fotografían con sus familias.
La foto de familia siempre está sobre la mesa de los presidentes, en marco de plata, el marco es carísimo, la familia se merece el marco más caro, el presidente se merece la familia más hermosa, más sonriente, más feliz y más cara.
La familia es lo más importante. La familia es lo más importante. Sin familia nadie alcanza el poder. El poder y la familia, siempre unidos. Me repugna.
Las fotos de familia me recuerdan los espeluznantes dibujitos paradisiacos que los predicadores te muestran mientras te escupen oraciones en la oreja.
La familia y el poder.
La familia y la religión.
No puedo fiarme de algo que es impuesto desde el poder. No puedo fiarme de algo que es impuesto desde la religión.
Sólo por ese motivo deberíamos negarnos a tener hijos.
Céline dice: “Cuando a los grandes de la tierra os da por amaros es que van a convertiros en carne de cañón. Por el afecto empiezan. Los encumbrados solo pueden pensar en el pueblo por interés o por sadismo”
Estoy de acuerdo.
También dice : “¡Qué vivan los locos y los cobardes!
También estoy de acuerdo.
No me siento capaz de complacer a los poderosos, a los privilegiados. Si les complazco estoy alimentando la obesidad y el conformismo de una sociedad idiota, adocenada.
Es necesario que alguien no tenga hijos. Es necesario para desestabilizar las conciencias. Es una forma de hacer justicia.
Mi cuerpo es mi protesta.
Es mi forma de hacer justicia.
Mi cuerpo es mi protesta.
No quiero tener hijos.
Quiero ser pobre.
No tener hijos es una manera de ser pobre.
Los pobres son esa gente cuya muerte no le interesa a nadie.
Esa es la muerte que yo deseo.
No quiero tener hijos.
Es una forma de ser un poco más pobre.
A veces pienso que no depende de mí.
Estoy poseída por una rabia inidentificable que me obliga a enfangarme continuamente en el dolor.
¿De dónde procede esa rabia?
¿A quién pertenece la voluntad del enfermo?
Mi cuerpo es mi protesta.
Mi cuerpo es mi protesta contra mi generación.
El fraude de mi generación.
Han creado una sociedad clasista, engreída, ambiciosa y brillante.
Con el sudor de sus frentes, brillante.
Con el sudor de sus frentes, ambiciosa.
Con el sudor de sus frentes, engreída.
Con el sudor de sus frentes, clasista.
Sólo buscan la comodidad.
Imitan a los pequeños ricos.
Ellos dicen lo contrario, son muy progresistas, pero se comportan como cualquier tipo de clase media.
Codiciosos, complacientes, comodones, regalados.
Sí, se reproducen en la comodidad.
Y eso embota sus mentes.
Sus cabezas están rellenas de comodidad.
Ellos piensan que sus conciencias son correctas, pero no lo son. En el fondo su corrección es un tópico que les permite vivir sin sentimiento alguno de culpa.
Mi cuerpo es mi protesta.
Soy una estúpida.
Soy la que está equivocada por querer sentirme perdedora y ridículamente heroica. Me acuso de petulancia. Soy petulante por ir en contra del mundo. Aunque tal vez solo formo parte de su inercia. No me gusta pensar así pero la rabia me obliga.
Una pobre resentida con aspiraciones artísticas. Esa soy yo.
No quiero salvarme.
Soy la peor. La peor.
Protesto con mi cuerpo.
Soy una basura de color rosa.
La inmundicia de mi carne vuelve escrupuloso a todo aquel que se acerca.
Estoy consumida por la verdad.
La guerra me envejece.
Observo mi existencia, como si mi existencia fuera la de una mosca.
Pertenezco a la fauna cadavérica.
¿En qué momento de la descomposición aparezco?
¿Cuántos días lleva muerto el cadáver?
Mi cuerpo es la protesta por los cadáveres inocentes.
No quiero tener hijos.
No quiero más funerales.
¿Quién es el responsable de las ganas de morir de una mujer?
La injusticia mete espadas en la cama de la suicida.
Aunque se me ha parado el corazón la sangre sigue fluyendo por mi cuerpo para seguir protestando.
Mi cuerpo es mi protesta.
Mi cuerpo es mi acción.
Mi cuerpo es mi obra de arte.
Mi decisión es mi obra de arte.
No tener hijos es mi obra de arte.
Mi vida es mi obra de arte.
No haciendo hijos hago arte.
El olor a café mezclado con el olor a pescado me hace vomitar.
Relaciono ese olor con la maternidad.
Y al mismo tiempo lo relaciono con la muerte.
Y pienso: en la familia todo ocurre en lo oscuro.
No soportaría un gramo de hipocresía más.
Porque en la familia amamos pero también estamos obligados a amar.
Esto último origina relaciones tenebrosas, desquiciadas, que desembocan en camuflajes dolorosos.
En la familia todo ocurre en la oscuridad.
Mi cuerpo es mi protesta.
Protesto contra la ausencia de pasiones.
Protesto contra la tibieza y la cordura.
Protesto contra el uso del dinero.
Las familias, recién estrenadas, trabajan para pagar neveras más grandes, coches más grandes, vacaciones más caras pero más insulsas.
Las familias trabajan para no perder ni un gramo de prestigio social.
Las familias trabajan para no perder ni un gramo de seguridad.
Protesto contra el prestigio social y protesto contra la seguridad.
Aquí está mi cuerpo protestando, sin hijos.
Las familias trabajan duro para parecerse a los ricos.
Aspiran al bienestar total.
En nombre de sus hijos aspiran al bienestar total, es decir, a lo superfluo. Han perdido el sentido del bienestar.
Mi cuerpo protesta contra el bienestar
Las familias trabajan duro.
Aspiran a la calma total.
Protesto contra la calma.
Mi cuerpo protesta contra la calma.
El bienestar, la seguridad, la calma.
Todo ello les alisa.
Nada de pasiones. Nada de excesos.
Trabajan para pagar el gimnasio.
Para pagar la guardería mientras trabajan
Mientras trabajan para pagar la guardería y su eterno descanso.
Y su eterno sacrificio.
No puedo identificarme con ellos.
No puedo identificarme con un plan de pensiones.
No.
Mi vida es patética y adolescente.
Mi protesta es patética y adolescente.
Soy una mierda.
Pero no quiero ser como ellos.
Me da igual. No hay marcha atrás.
Mi generación avanza hacia la estabilidad, hacia el plan de pensiones, hacia el restaurante caro, hacia el carrito lleno de la compra, avanza hacia un consumo sin límite.
Detrás de sus carteras son una masa blanda y sin forma.
Yo no sé hacia dónde avanzo.
En cualquier caso no tener hijos me da fuerza.
Mi decisión me da fuerza.
Mi generación avanza tanto que no les da tiempo a pensar.
Utilizan cuatro tópicos para pensar y se van a la cama. Tan seguros, tan estables.
Mi cuerpo protesta contra la estabilidad.
Aquí hay demasiados funcionarios.
Protesto contra los funcionarios.
Y los funcionarios protestan porque el sueldo no les llega para pagar un coche más caro, un queso más caro, un restaurante más caro, unos calzoncillos más caros, una mierda más cara. Protestan para cambiar los azulejos de las paredes del cuarto de baño. Por eso protestan, porque necesitan llenar el carro de la compra hasta lo insoportable.
Mi cuerpo es mi protesta contra los funcionarios.
La economía determina las relaciones afectivas.
La economía determina mis acciones.
Mi cuerpo es mi acción.
No me da miedo la pobreza.
Mi economía determina mi protesta.
Imposible la relación con aquellos que jamás han tenido en su vida conciencia de ruina y de pobreza.
Imposible.
La falta de conciencia de ruina y de pobreza me defrauda enormemente. Por eso protesto. Mi cuerpo es mi protesta.
La pobreza es tan indeseable como la medianía.
La rabia me hace delirar.
¿Qué hacer para evitar esta rabia, aquí dentro?
Sólo protesto.
Mi cuerpo es mi protesta.
Mi cuerpo es mi acción
Mi vida es mi acción
No quiero tener hijos.
¿Por qué?
Tal vez por la rabia, esta rabia, aquí dentro.
Siempre está a punto de empezar una guerra.
El mundo es maravilloso.

Lesões Incompatíveis Com A Vida

Aos filhos que não vou ter.
Não quero ter filhos.
Não quero ir mais longe.
Sou uma epidemia de ressentimento
Não quero ter filhos.
É a minha maneira de protestar. O meu corpo é o meu protesto.
O meu corpo renuncia à fertilidade.
O meu corpo é o meu protesto contra a sociedade, contra a injustiça, contra o linchamento, contra a guerra.
O meu corpo é a crítica e o compromisso com a dor humana.
Quero que o meu corpo seja estéril como o meu sofrimento.
O meu corpo é o meu protesto.
O meu corpo é o meu pessimismo. Graças ao pessimismo posso fazer-me perguntas. Alguém tem de ficar em metade dos homens fazendo-se perguntas, alguém tem de ficar em metade da esperança fazendo-se perguntas. Alguém tem de ficar como um idiota. Alguém tem de ficar como excremento e fracassar definitivamente. A ausência de filhos ajuda-me a ser excremento e a fracassar. Os adultos saltam por cima do meu ventre agitando os seus filhos como bandeiras como se o mal tivesse desaparecido do mundo, como se a inteligência tivesse finalmente triunfado sobre o mundo, como se fossem insígnias de um mundo melhor. Não confio num futuro melhor. As famílias comportam-se com soberba, pensando que a sua prole vai ser diferente, que os seus filhos nunca irão trair como nós fomos traídos, que os seus filhos nunca danarão nem serão danados, que os reveses da vida sem dúvida serão menores e que os seus filhos jamais serão culpados seja do que for.
O meu corpo é o meu protesto contra as grandes esperanças dos pais, contra as grandes pretensões dos pais.
Não quero passar por esse estado de estupidez transitória.
Não quero que o meu ressentimento se interrompa.
Não quero deixar de pensar na injustiça.
Não seria justo para os excluídos que deixasse de pensar na injustiça, que deixasse de condenar os privilegiados.
Porém, não conheci nenhuma criança que se convertesse num bom adulto. As crianças não se convertem em bons adultos. Eu não sou uma boa adulta. A bondade não existe. Sou má, muito má.
Talvez essa seja a razão por que não quero ser mãe.
Talvez a nós, mulheres más, nos aconteça isso, não queremos ser mães.
Nós, as mulheres más, sem instinto maternal, pagamos o tributo de morrer sozinhas, podres, sem alegria, em frente ao televisor, em frente ao espanto, secas, rodeadas de moscas de diferentes tamanhos.
A nós, mulheres más, só nos pode acontecer a morte.
Acho bem.
Fui criança. Mas não me tornei uma boa adulta.
O papel do homem no mundo é absurdo. Navegamos de tara em tara
Quando me imagino a parir apenas consigo ver, assomando entre as minhas pernas, a cabeça grotesca de um monstro já fatigado pela imundície do universo, pelo inefável, pela mesquinhez.
O meu corpo é o meu protesto.
Não quero trazer nada ao mundo excepto o meu profundo horror pelo mundo. Depois dos desastres do século XX apenas posso sentir horror. Depois de tamanha exibição do mal, o homem já não pode redimir-se. Quem pode voltar a amar os homens? Quem pode voltar a cantar em louvor dos homens? Alguém disse que depois dos horrores do século XX não era possível continuar a escrever. A palavra tinha-se tornado absurda, insuficiente. Os filhos são como a palavra, insuficientes. Seria bom para a minha mente aceitar a insuficiência da palavra e do homem. Mas dentro de mim há um qualquer crocodilo que me impede de aceitar isso. Cada vez suporto menos a injustiça, cada vez suporto menos a maldade. O mundo está alicerçado na injustiça e no mal.
Apenas consigo protestar.
O meu corpo é o meu protesto.
Quero morrer sem ninguém, sem deixar nada para trás. É a minha maneira de me unir aos que foram exterminados, aos que sofreram sem limite.
Não quero esperança.
O meu corpo é o meu protesto.
O meu corpo é um exemplo para suicidas, um exemplo para assassinos, um exemplo para todos os que se desprezam a si próprios.
Meu maldito corpo.
Minha decisão anormal.
Chega uma altura em que a sociedade se excita, se impacienta e procria, procria porque sim, procria. Que motivos tem?
Pergunto-me: que motivos tem?
Porém, a minha decisão é anormal.
Perdão pela violência.
A minha violência verbal é a minha luta contra a violência real.
O meu corpo é o meu protesto.
O meu protesto contra os vestidos pré-mãmã.
O meu corpo, voluntariamente estéril, é o meu inconformismo.
O meu corpo é a minha falta de adaptação.
As grandes esperanças dos meus pais destruíram as minhas próprias esperanças.
O meu corpo é o meu protesto contra as grandes esperanças dos meus pais, contra as grandes e estúpidas esperanças do mundo.
O meu corpo é o meu protesto.
O meu corpo é a minha acção.
A minha decisão anormal é a minha acção.
Em resumo, a minha vida é a minha acção.
Só quero ser filha.
Comigo termina a tirania do sangue.
Não quero constituir família.
Nunca acreditaria numa instituição que é fomentada, elogiada, aclamada, inclusivamente premiada pelo poder. Não confio em todos esses governantes que se fazem fotografar com as famílias.
A fotografia de família está sempre em cima das secretárias dos presidentes, em moldura de prata, a moldura é caríssima, a família merece a moldura mais cara, o presidente merece a família mais bonita, mais sorridente, mais feliz e mais cara. A família é o mais importante. A família é o mais importante. Sem família ninguém alcança o poder. O poder e a família, sempre unidos. Repugna-me.
As fotos de família lembram-me os arrepiantes cromos paradisíacos que os padres te mostram ao mesmo tempo que te cospem orações nas orelhas.
A família e o poder.
A família e a religião.
Não posso confiar numa coisa imposta pelo poder. Não posso confiar numa coisa imposta pela religião.
Nem que fosse apenas por esse motivo devíamos negar-nos a ter filhos.
Celine disse: “ Quando alguém ama os grandes da terra, está pronto a ser convertido em carne para canhão. Pelo afecto se começa. Os que estão no alto apenas conseguem pensar no povo por interesse ou por sadismo”
Concordo.
Também disse: “Vivam os loucos e os cobardes!”
Também concordo.
Não me sinto capaz de agradar aos poderosos, aos privilegiados. Se lhes agrado estou a alimentar a obesidade e o conformismo de uma sociedade idiota, delicodoce.
É necessário que haja alguém que não queira ter filhos. É necessário para desestabilizar as consciências. É uma forma de fazer justiça.
O meu corpo é o meu protesto.
É a minha forma de fazer justiça.
O meu corpo é o meu protesto.
Não quero ter filhos.
Quero ser pobre.
Não ter filhos é uma maneira de ser pobre.
Os pobres são essas pessoas cuja morte não interessa a ninguém.
Essa é a morte que eu desejo.
Não quero ter filhos.
É uma forma de ser um pouco mais pobre.
Às vezes penso que não depende de mim.
Estou possessa de uma raiva inidentificável que me obriga a enlamear-me continuamente na dor.
De onde vem essa raiva?
A quem pertence a vontade do enfermo?
O meu corpo é o meu protesto.
O meu corpo protesta contra a minha geração.
A fraude da minha geração.
Criaram uma sociedade classista, orgulhosa, ambiciosa e brilhante
Com o suor das suas testas, brilhante.
Com o suor das suas testas, ambiciosa.
Com o suor das suas testas, orgulhosa.
Com o suor das suas testas, classista.
Apenas procuram a comodidade.
Imitam os pequenos ricos. Dizem o contrário, são muito progressistas, mas comportam-se como qualquer um da classe média.
Codiciosos, complacentes, comodistas, instalados.
Sim, reproduzem-se na comodidade.
E isso debilita as suas mentes.
As suas cabeças estão repletas de comodidade.
Pensam que as suas consciências são correctas, mas não o são. No fundo, a sua correcção é um tópico que lhes permite viver sem qualquer sentimento de culpa.
O meu corpo é o meu protesto.
Sou uma estúpida.
Sou aquela que se equivoca por pretender sentir-se perdedora e ridiculamente heróica. Acuso-me de petulância. Sou petulante por andar ao contrário do mundo. Ainda que talvez faça parte da sua inércia. Não gosto de pensar assim, mas a raiva obriga-me a isso.
Uma pobre ressentida com aspirações artísticas. Eis o que sou.
Não quero salvar-me.
Sou a pior. A pior.
Protesto com o meu corpo.
Sou um caixote de lixo cor-de-rosa.
A imundície da minha carne faz com que qualquer um que se aproxime se torne escrupuloso.
Estou consumida pela verdade.
A guerra envelhece-me
Observo a minha existência como se a minha existência fosse a de uma mosca.
Pertenço à fauna cadavérica.
Em que momento da decomposição apareço?
Há quantos dias está morto o cadáver?
O meu corpo é o protesto pelos cadáveres inocentes.
Não quero ter filhos.
Não quero mais funerais.
Quem é o responsável pela vontade de morrer de uma mulher?
A injustiça coloca espadas na cama da suicida.
Embora o meu coração tenha parado, o sangue continua a fluir pelo meu corpo para continuar a protestar.
O meu corpo é o meu protesto.
O meu corpo é a minha acção.
O meu corpo é a minha obra de arte.
A minha decisão é a minha obra de arte.
Não ter filhos é a minha obra de arte.
Não fazendo filhos, faço arte.
O cheiro a café misturado com o cheiro a peixe faz-me vomitar.
Relaciono esse cheiro com a maternidade.
E ao mesmo tempo relaciono-o com a morte.
E penso: na família tudo acontece no escuro. Não suportaria nem mais uma grama de hipocrisia.
Porque na família amamos mas também somos obrigados a amar.
Este facto origina relações tenebrosas, sem bases, que desembocam em camuflagens dolorosas.
Na família tudo acontece na escuridão.
O meu corpo é o meu protesto
Protesto contra a ausência de paixões.
Protesto contra a fraqueza e a sensatez.
Protesto contra o uso do dinheiro.
As famílias recém-constituídas trabalham para poderem comprar arcas frigoríficas maiores, carros maiores, férias mais caras porém mais insípidas.
As famílias trabalham para não perderem nem uma grama do prestígio social.
As famílias trabalham para não perderem nem uma grama de segurança.
Protesto contra o prestígio social e protesto contra a segurança.
Aqui está o meu corpo protestando, sem filhos.
As famílias trabalham arduamente para parecerem ficarem como os ricos.
Aspiram ao bem-estar total.
Em nome dos seus filhos aspiram ao bem-estar total, quer dizer, ao supérfluo.
Perderam o sentido de bem-estar.
O meu corpo protesta contra o bem-estar.
As famílias trabalham arduamente.
Aspiram à calma total.
Protesto contra a calma.
O meu corpo protesta contra a calma.
O bem-estar, a segurança, a calma.
Tudo o que os alisa.
Nada de paixões. Nada de excessos.
Trabalham para pagar o ginásio.
Para pagar a protecção enquanto trabalham.
Enquanto trabalham para pagar a protecção e o seu eterno descanso.
E o seu eterno sacrifício.
Não posso identificar-me com eles.
Não posso identificar-me com um plano de pensões.
Não.
A minha vida é patética e adolescente.
Sou uma merda.
Mas não quero ser como eles.
Tanto faz. Não é possível fazer marcha atrás.
A minha geração move-se em direcção à estabilidade, ao plano de pensões, ao restaurante caro, ao carrinho cheio de compras, move-se em direcção a um consumo sem limites.
Por detrás das suas carteiras são uma massa flácida e sem forma.
Eu não sei para onde estou a ir.
Em qualquer caso, não ter filhos dá-me força. A minha decisão dá-me força.
A minha geração move-se tanto que não tem tempo para pensar.
Utilizam quatro tópicos para pensar e vão para a cama. Tão seguros, tão estáveis.
O meu corpo protesta contra a estabilidade.
Há demasiados funcionários.
Protesto contra os funcionários.
E os funcionários protestam porque o salário não chega para comprarem um carro mais caro, um queijo mais caro, um restaurante mais caro, uns calçõezinhos mais caros, uma merda mais cara. Protestam para mudar os azulejos das paredes do quarto de banho. Protestam por isso, porque precisam de encher o carrinho de compras até à insuportabilidade.
O meu corpo protesta contra os funcionários.
A economia determina as relações afectivas.
A economia determina as minhas acções.
O meu corpo é a minha acção.
Não tenho medo da pobreza.
A minha economia determina o meu protesto.
É impossível uma relação com aqueles que nunca tiveram na vida consciência de ruína e de pobreza.
Impossível.
A ausência de consciência de ruína e de pobreza defrauda-me completamente.
Por isso protesto. O meu corpo é o meu protesto.
A pobreza é tão indesejável como a mediania.
A raiva faz-me delirar.
Que fazer para evitar esta raiva aqui dentro?
Só protesto.
O meu corpo é o meu protesto
O meu corpo é a minha acção.
A minha vida é a minha acção.
Não quero ter filhos.
Porquê?
Talvez por raiva, esta raiva, aqui dentro.
Está sempre prestes a começar uma guerra.
O mundo é maravilhoso.


El Mono Que Aprieta Los Testículos De Pasolini

La Pasión nutre al mono. Es el mono que aprieta nuestros genitales. La Pasión estalló en el estómago del mono de Pasolini. El mono que apretaba los genitales de Pasolini llegó al punto máximo de fuerza justo cuando Pasolini concibió Saló. Cuanto más dolor hay sobre la tierra, cuanto más decepcionados nos sentimos, más aprieta el mono. Nuestros dientes rechinan en la medida en que se tensan los tendones de la mano del animal. Las venas de sus dedos están cargadas con la nitroglicerina del resentimiento y del asco. El mono siente asco por todos nosotros. El mono siente asco por la sociedad. El mono es el origen del dolor humano. El mono tiene que enfrentarse a su propia evolución degenerada, es decir, a los hombres. Soporta las celdas más pestíferas que un ser vivo puede soportar, circos, zoológicos y laboratorios como en una parodia bizarra y cruel de lo que un hombre es capaz de hacer contra otro hombre. La fuerza del mono proviene de su sufrimiento. El mono insiste en el sufrimiento para intentar comprender el disparate de su metamorfosis.

Mi punto de vista incluye al mono enfermo que aprieta mis genitales. Mi punto de vista incluye a Pasolini. Mi punto de vista, como el del mono, es totalmente antisocial, pasional. Mi punto de vista incluye las definiciones de Pasión: acción de padecer, cualquier perturbación o afecto desordenado del ánimo, en medicina, afecto o dolor sensible de alguna de las partes del cuerpo enfermo, inclinación o afición vehemente a una cosa. Contra una sociedad ruin que aspira a cualquier tipo de poder, que consume poder compulsivamente, me declaro apasionada. Mi obra, que es una acción más de mi vida, sobrevive apasionada. He nacido demasiado. El cuerpo enfermo se hace verbo. Mi obra acaba siendo una oveja rabiosa y epiléptica, inevitablemente oveja de la manada, pero al menos oveja rabiosa.

Si el arte pudiera ser meningítico y contagiar. Pero el arte es simplemente el ansia de lo realizable, como el suicida que ama demasiado la vida, como el suicida que vive suicidado, como el suicida que nunca muere. El arte es el ansia de lo realizable, porque quisiera crear una conciencia trágica del fracaso humano, pero nunca llega a conseguirlo. La sociedad impone su maldad y su ignorancia una y otra vez. La ignorancia pequeño- burguesa no integra el arte como epifanía reveladora ni como alianza con el alma humana. No integran el arte como revolución ni como ratificación de la individualidad. La sociedad, despegada por completo del arte, es fea y dañina. No soporta la coherencia artística, siempre brutal. La bondad, la belleza y la verdad son demasiado peligrosas. Ya lo avisa Holderlin, “La poesía es un juego peligroso”. Es natural que los mezquinos de la tierra huyan despavoridos ante la poesía. Corren a refugiarse en sus raquíticas convenciones y compromisos. Está claro que el pacto social es hipócrita, necesariamente hipócrita, pero el arte no puede ser social, el arte debe romper ese pacto, el arte debe ser antisocial para no ser hipócrita.

Me incorporo a la reflexión de Musset, “Hay un predominio del sufrimiento en lo moderno”. La silla eléctrica de Warhol es modernísima. Modernísima la virgen muerta y podrida de Caravaggio. Modernísimo el autoretrato que Miguel Ángel realizó en el repugnante pellejo de San Bartolomé. Moderno el suicidio de Madame Bovary y La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne. Entiendo lo moderno desde la perspectiva del mono iracundo que hubiera deseado convertirse en algo no humano. Lo moderno es la desesperación del mono que jamás deseó llegar a ser hombre. De igual modo que el mono prehistórico es el origen del dolor, lo moderno es el origen de la violencia poética.

Pero la sociedad pequeño- burguesa, bienpensante, correcta, es falsamente moderna, y por esa razón es también falsamente tolerante, falsamente comprometida, falsamente culta. Si tomamos el sexo como ejemplo comprobamos que la sociedad tolera la sexualidad de una forma fácil incluso de una forma soez incluso de una forma extrema, celebran un sexo de pandereta. Pero cuando se utiliza el sexo para intentar comprender el origen del dolor humano, cuando el sexo se incorpora al arte, el sexo deja de ser tolerado. Cuando se intenta comprender el sentido de la vida mediante la violencia poética la sociedad se vuelve intolerante. Si formulamos las grandes preguntas del hombre mediante actos de violencia poética la sociedad se acobarda, se agusana y se vuelve injusta, sorda y ciega.

Esta abstracción nauseabunda que es la sociedad, tan ávida de violencia televisiva, coprófaga, bulímica de violencia informativa, es la misma sociedad que escupe contra la violencia poética, es la misma sociedad que se siente amenazada por la violencia poética. Vomitan la violencia poética mientras devoran la televisiva. Degluten guerras, hambrunas, crímenes, degluten todo aquello que es televisado sin que nada, incluso lo más horrendo, les agreda. Pero si concentráramos las mismas guerras, hambrunas y miserias en un escenario esos burguesotes en vez de deglutirlo lo vomitarían, porque en sus míseras vidas vomitan todo aquello que no tiene que ver con el poder y con sus repugnantes ambiciones. La violencia poética les mancha. La violencia televisiva deja intactas sus ambiciones. La violencia televisiva nunca ataca. Sin embargo la misión de la violencia poética es atacar, atacar sin descanso. A la violencia televisiva nos enfrentamos con la mezquindad del que elude responsabilidades. Frente a la violencia poética no podemos eludir responsabilidades porque como espectadores formamos parte del acontecimiento violento. La violencia real viene provocada por una imbecilidad atroz. La violencia poética por una lucidez atroz. Es triste, realmente triste, que la una no exista sin la otra.

La violencia poética es como el hambre. Dice Artaud, “No me parece que lo más urgente sea defender una cultura cuya existencia nunca ha liberado a un hombre de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre, sino extraer aquellas ideas cuya fuerza viviente sea idéntica a la del hambre”. La violencia poética consiste en escapar de los tópicos, en escapar de la opinión general, es intentar que el pensamiento llegue hasta donde llega la emoción, es despiojarse de una vida de compromisos y medianías, es no mentir, es ver un poco más allá, es el ansia lo realizable, es el hambre.

La violencia poética es necesaria para que lo violento se revuelva contra los depredadores de violencia televisiva y los depredadores de información. Es necesaria para que lo violento se revuelva contra los violentos. La violencia poética es por tanto un acto de resistencia contra la violencia real. Es decir, la violencia poética es necesaria para combatir la violencia real. Pero por encima de todas las cosas la violencia poética pone a prueba la conducta moral de la sociedad. Es preciso hacer obras inaceptables, siempre inaceptables para los bienpensantes oficiales. La violencia poética es la única revolución posible. No se pueden hacer las paces con los burgueses. Ser imbécil, dañino e ignorante tiene un precio y alguna vez tienen que pagarlo. Pero la violencia poética fracasa al certificar que nada transforma a los idiotas. Los idiotas ni siquiera pisan el teatro. Y entonces uno se cubre con los relámpagos de la impotencia.

La sociedad quiere encerrarnos en el vientre de un burro muerto. Allí quiere que terminemos nuestros días. “Así que me parece que mañana degollemos a este asno, y sacadas del todo las entrañas, por medio de la barriga, cosámosle dentro esta doncella y solamente tenga la cara de fuera, todo el cuerpo de la moza se encierre en el cuero del asno; y después me parece que se debe poner este asno así relleno y cosido encima de un risco de éstos, adonde le dé el ardor del sol. Y de esta manera sufrirán ambos todas las penas que vosotros derechamente hayáis sentenciado. Porque este asno recibirá la muerte que días ha merecido, y ella sufrirá los bocados de las bestias fieras cuando sus miembros serán roídos de los gusanos; y también pasará pena de fuego cuando el sol encenderá el vientre del asno, con sus grandes ardores, y asimismo sufrirá pena de la horca cuando los perros y bueyes llevarán sus carnes y entrañas a pedazos; además de esto, debéis pensar muchos tormentos y penas que pasará ella; siendo viva morirá en el vientre de la bestia muerta, y del gran hedor sus narices penarán, y de no comer se secará de hambre mortal, y como estará cosida, no tendrá libres las manos para poderse matar” Este fragmento de “El Asno de Oro” de Apuleyo es un buen ejemplo de violencia poética. La sociedad que nos describe Apuleyo no es muy distinta a la española que nos describe Cervantes en El Quijote, un pueblo zafio, necio, sucio, capaz de moler a palos a un pobre loco. El Quijote, otro ejemplo imprescindible de violencia poética.

No debemos permitir que la represión triunfe sobre la expresión. Nuestras democracias son cada vez más turbias y represivas bajo la máscara de una tolerancia infantil. ¿Qué podemos hacer en este momento de fracaso de los sistemas tradicionales?

¿Qué podemos hacer en esta época de infantilismo monstruoso? No me reconozco en un uso normativo del arte político. Sería terrible caer en la demagogia o en el mesianismo, en el tópico humanitario o en la denuncia baba, sería asqueroso tomar la palabra por otros, yo no hablo por boca de los desgraciados, sería un ultraje a su dignidad. No soy una portavoz. Los portavoces están instrumentalizados. Simplemente me entrego a actos pasionales, acción de padecer a causa de una inclinación vehemente, los desgraciados causan una afección en mi cuerpo. Todo tiene que ver con la Pasión, actúo como un Cristo falso y hambriento, soy una figurante sin importancia, apenas sin papel, como el figurante que hace de Cristo en La Ricotta de Passolini, un Cristo de bulto, un Cristo no milagroso, desclavado, mirando los agujeros de sus manos y sus pies sin saber muy bien hacia donde se dirige, seguramente en busca de un trozo de queso para saciar el hambre. El Cristo de la Ricotta tiene tanta hambre que cuando encuentra el queso lo devora y revienta clavado en la cruz.

Sólo quiero convertir la información en horror. Sólo quiero concentrar el horror en un escenario para que el horror sea real, no informativo sino real. Aquí nos enfrentamos a una gran paradoja. Está claro que la violencia poética es lo que se opone a la violencia real, sin embargo el sufrimiento televisivo acaba siendo irreal porque no nos afecta, no nos hiere (al fin y al cabo la información es una estrategia más del poder), de tal modo que el sufrimiento estético y poético acaba convirtiéndose en el sufrimiento real porque es el que verdaderamente nos afecta, es el único sufrimiento capaz de conmovernos o al menos de hacernos comprender un atisbo de verdad. Así llegamos a la conclusión de que hay que poner el sufrimiento humano en un escenario para que el sufrimiento sea real.

Pero a la sociedad no le interesa el arte sino la información. Y lo cierto es que esta sociedad fría , ignorante y malvada, orgullosa de su falta de cultura, prepotente, alienada por el consumo y sus aspiraciones mezquinas, caníbal de desgracias humanas como de spots publicitarios, se ha acabado adaptando a la información del mismo modo que las ratas a la mugre. Este es el gran triunfo del poder, haber conseguido adaptar a la sociedad a la información, a la violencia informativa. De esta forma la realidad queda totalmente desdramatizada. Hay que convertir al espectador en un inadaptado. Hay que convertir a los seres sociales en asociales. Intentar que el mono iracundo apriete sus genitales. Sólo con el arte puede llegar a alcanzarse una comprensión del mundo, una comprensión no televisada.

Sin embargo es tan insalvable el vacío entre el propósito del arte y su consecuencia, un barranco hasta el centro de la tierra, un barranco sin Mazinguer Z al fondo y sin Coyote, el arte es el ansia de lo realizable, no lo realizable, sino el ansia. Es tanta el hambre de ideas del creador y tan poca su influencia en la comprensión del mundo, en el cambio del mundo. El arte no pasa de ser un esguince sentimental privado sobre el que la sociedad siempre triunfa. La ignorancia siempre triunfa. Siempre electrocutan al mono. El mono muere entre espasmos dentro de una jaula en la que ni siquiera puede revolverse.

Por otra parte, no hay que identificar al creador con un mártir ni con un héroe doliente, más bien el creador se avergüenza de sí mismo y trabaja bajo la presión de esa vergüenza, con el mono prehistórico al lado. El creador se identifica con la ira y la frustración del mono. El creador se siente mono en celdas pestíferas, mono de circo, de zoológico, de laboratorio, mono ingenuo con violencia poética a cuestas, mono inútil, frecuentemente apaleado sin motivo, fagocitado en muchas ocasiones por los cultísimos necios y los modernísimos necios, esos que devoran la violencia poética con el mismo estómago que la violencia televisiva sin entender nada. Esos que no tienen más que un estómago ocioso. Son algunas de la miserias de la violencia poética, caer en la concesión a un público carroñero, caer en lo gratuito, caer en lo pretencioso, caer en un parque de atracciones del horror, otro tipo de Disney.

Para concluir, el creador vive en una paradoja sin solución: Comparte la acción rabiosa con un sentimiento infinito de inferioridad. Al fin y al cabo sabemos que el arte nunca nos convertirá en mejores personas. Según Steiner este es uno de los mayores escándalos de la humanidad. Son innumerables los genocidas que disfrutan con Schubert.


O Macaco Que Aperta Os Testículos De Pasolini

A paixão nutre o macaco. É o macaco que aperta os nossos genitais. A Paixão estalou no estômago do macaco de Pasolini. O macaco que apertava os genitais de Pasolini chegou ao ponto máximo de força precisamente quando Pasolini concebeu Saló. Quanto mais dor há sobre a terra, quanto mais decepcionados nos sentimos, mais o macaco aperta. Os nossos dentes rangem na medida em que se esticam os tendões da mão do animal. As veias dos seus dedos estão carregadas com a nitroglicerina do ressentimento e do nojo. O macaco tem nojo de todos nós. O macaco tem nojo da sociedade. O macaco é a origem da dor humana. O macaco tem que enfrentar a sua própria evolução degenerada, quer dizer, os homens. Suporta as jaulas mais pestilentas que um ser vivo consegue suportar, circos, zoológicos e laboratórios como uma paródia bizarra e cruel do que um homem é capaz de fazer a outro homem. A força do macaco provém do seu sofrimento. O macaco insiste no sofrimento para tentar compreender o disparate da sua metamorfose.

O meu ponto de vista inclui o macaco doente que aperta os meus genitais. O meu ponto de vista inclui Pasolini. O meu ponto de vista, como o do macaco, é totalmente anti-social, passional. O meu ponto de vista inclui as definições de Paixão: acção de padecer qualquer perturbação ou afecto desordenado do ânimo, em medicina, afecto ou dor sensível de alguma das partes do corpo doente, inclinação ou afeição veemente a uma coisa. Contra uma sociedade ruim que aspira a qualquer tipo de poder, que consome poder compulsivamente, me declaro apaixonada. A minha obra que é uma acção mais da minha vida, sobrevive apaixonada. Nasci demasiado. O corpo doente faz-se verbo. A minha obra acaba por ser uma ovelha raivosa e epiléptica, inevitavelmente ovelha da manada, mas pelo menos ovelha raivosa.

Se a arte pudesse ser meningítica e contagiar. Mas a arte é apenas a ânsia do realizável, como o suicida que ama demasiado a vida, como o suicida que vive suicidado, como o suicida que nunca morre. A arte é a ânsia do realizável por desejar criar uma consciência trágica do fracasso humano; mas nunca chega a atingir esse objectivo. A sociedade impõe a sua maldade e a sua ignorância sempre e sempre. A ignorância pequeno-burguesa não integra a arte como epifania reveladora ou como aliança com a alma humana. Não integra a arte nem como revolução nem como ratificação da individualidade. A sociedade, desligada completamente da arte, é feia e daninha. Não suporta a coerência artística, sempre brutal. A bondade, a beleza e a verdade são demasiado perigosas. Já prevenia Hölderlin, “A poesia é um jogo perigoso”. É natural que os mesquinhos da terra fujam espavoridos perante a poesia. Correm a refugiar-se nas suas raquíticas convenções e compromissos. Está claro que o pacto social é hipócrita, necessariamente hipócrita, porém a arte não pode ser social, a arte deve romper esse pacto, a arte deve ser anti-social para não ser hipócrita.

Subscrevo a reflexão de Musset, “Há um predomínio do sofrimento no moderno”. A cadeira eléctrica de Warhol é moderníssima. Moderníssima a virgem morta e putrefacta de Caravaggio. Moserníssimo o auto-retrato que Miguel Ângelo realizou na repugnante batalha de São Bartolomeu. Moderno o suicídio de Madame Bovary e A letra escarlate de Nathaniel Hawthorne. Entendo o moderno pela perspectiva do macaco iracundo que tivesse desejado converter-se em algo não humano. O moderno é o desespero do macaco que nunca quis ser homem. Do mesmo modo que o macaco pré-histórico é a origem da dor, o moderno é a origem da violência poética.

Mas a sociedade pequeno-burguesa, bempensante, correcta, é falsamente moderna, e, por essa razão, falsamente tolerante, falsamente comprometida, falsamente culta. Se tomarmos o sexo para exemplo comprovamos que a sociedade tolera a sexualidade de uma forma fácil, inclusive de uma forma soez, inclusive de uma forma extrema, celebram um sexo de pandeireta. Mas quando se utiliza o sexo para tentar compreender a origem da dor humana, quando o sexo se incorpora na arte, o sexo deixa de ser tolerado. Quando se tenta compreender o sentido da vida através da violência poética, a sociedade torna-se intolerante. Se formulamos as grandes perguntas do homem através de actos de violência poética, a sociedade acobarda-se, cria vermes e torna-se injusta, surda e cega.

Esta abstracção nauseabunda que é a sociedade, tão ávida de violência televisiva, coprófaga, bulímica de violência informativa, é a mesma sociedade que cospe contra a violência poética, é a mesma sociedade que se sente ameaçada pela violência poética. Vomitam a violência poética enquanto devoram a televisiva. Deglutem guerras, grandes fomes, crimes, deglutem tudo aquilo que é televisto sem que nada, incluindo o mais horrendo, ao agrida. Mas se concentrássemos as mesmas guerras, grandes fomes e misérias num cenário teatral, esses burguesitos em vez de deglutirem, vomitariam, porque nas suas míseras vidas vomitam tudo aquilo que não tem que ver com o poder e com as suas repugnantes ambições. A violência poética põe-lhes mancha. A violência televisiva deixa intactas as suas ambições. A violência televisiva nunca ataca. No entanto a missão da violência poética é atacar, atacar sem descanso. Na violência televisiva confrontamo-nos com a mesquinhez daquele que ilude responsabilidades. Perante a violência poética não podemos iludir responsabilidades porque, como espectadores, formamos parte do acontecimento violento. A violência real chega embrulhada numa imbecilidade atroz. A violencia poética numa lucidez atroz. É triste, realmente triste, que uma não exista sem a outra.

A violência poética é como a fome. Diz Artaud, “Não me parece que o mais urgente seja defender uma cultura cuja existência nunca libertou o homem da preocupação de viver melhor e de ter fome, mas antes extrair aquelas ideias cuja força vivente seja idêntica à da fome”. A violência poética consiste em escapar aos lugares-comuns, em escapar à opinião geral; é tentar que o pensamento chegue onde a emoção chega, é despojarmo-nos de uma vida de compromissos e mediocridade, é não mentir, é ver um pouco mais para lá, é a ânsia do realizável, é a fome.

A violência poética é necessária para que o violento se revolte contra os predadores da violência televisiva e os predadores da informação. É necessária para que o violento se revolte contra os violentos. A violência poética é, portanto, um acto de resistência contra a violência real. Quer dizer, a violência poética é necessária para combater a violência real. Mas acima de tudo a violência poética põe à prova a conduta moral da sociedade. É preciso fazer obras inaceitáveis, sempre inaceitáveis para os bempensantes oficiais. A violência poética é a única revolução possível. Não se pode fazer as pazes com os burgueses. Ser imbecil, daninho e ignorante tem um preço e alguma vez terão de o pagar. Mas a violência poética fracassa ao certificar que nada transforma os idiotas. Os idiotas nem sequer vão ao teatro. E aí cubrimo-nos com os relâmpagos da impotência.

A sociedade quer encerrar-nos no ventre de um burro morto. É ali que quer que terminemos os nossos dias. “Assim acho bem que amanhã degolemos este asno, e tiradas dele as entranhas, através da barriga, cosamos dentro esta donzela e somente tenha a cara de fora, todo o corpo da moça se encerre no coiro do asno; e em seguida parece-me que se deve por este asno assim recheado e cosido encima de um penhasco onde apanhe o ardor do sol. Desta maneira sofrerão ambos todas as penas que vós justamente haveis sentenciado. Porque este asno receberá a morte que mereceu e ela sofrerá os pedaços das bestas feras quando os seus membros forem roídos pelos vermes; e também passará o tormento do fogo quando o sol incendiar o ventre do asno, com os seus grandes ardores, e do mesmo modo sofrerá o martírio da forca quando os cães e os bois levarem as suas carnes e entranhas aos bocados; para além disso, deveis pensar nos muitos tormentos e penas que ela passará; sendo viva morrerá no ventre de uma besta morta, e do grande fedor sofrerão as suas narinas, e de não comer murchará de fome mortal, e como está cosida, não terá livres as mãos para se poder matar”. Este fragmento de “O Burro de Oiro” de Apuleio é um bom exemplo de violência poética. A sociedade que Apuleio nos descreve não é muito diferente da sociedade espanhola descrita por Cervantes no Dom Quixote, um povo grosseiro, néscio, sujo, capaz de matar à pancada um pobre louco. Dom Quixote, outro exemplo imprescindível de violência poética.

Não devemos permitir que a repressão triunfe sobre a expressão. As nossas democracias são cada vez mais turvas e repressivas sob a máscara de uma tolerância infantil. Que podemos fazer neste momento de fracasso dos sistemas tradicionais? Que podemos fazer nesta época de infantilismo monstruoso? Não me reconheço no uso normativo da arte política. Seria terrível cair na demagogia ou no messianismo, no lugar-comum do humanitário ou na denúncia boba, seria asqueroso tomar a palavra pelos outros, eu não falo pela boca dos desgraçados, seria um ultraje à sua dignidade. Não sou uma porta-voz. Os porta-vozes estão instrumentalizados. Entrego-me simplesmente a actos passionais, acção de padecer por causa de uma inclinação veemente, os desgraçados provocam afeição no meu corpo. Tudo tem a ver com a Paixão, actuo como um Cristo falso e faminto, sou uma figurante sem importância, sem papel, como o figurante que faz de Cristo em La Ricotta de Pasolini, um Cristo de forma, um Cristo não milagroso, despregado, olhando os furos das suas mãos e dos seus pés sem saber muito bem para onde vai, seguramente em busca de um naco de queijo para saciar a fome. O Cristo de La Ricotta tem tanta fome que quando encontra o queijo devora-o e rebenta cravado na cruz.

Apenas quero converter a informação em horror. Apenas quero concentrar o horror num cenário para que o horror seja real, não informativo mas sim real. Aqui defrontamo-nos com um grande paradoxo. É evidente que a violência poética é o que se opõe à violência real, no entanto o sofrimento televisivo acaba sendo irreal porque não nos afecta, não nos fere (ao fim e ao cabo, a informação é mais uma das estratégias do poder), de tal modo que o sofrimento estético e poético acaba por se converter no sofrimento real porque é aquele que verdadeiramente nos afecta, é o único sofrimento capaz de nos comover ou pelo menos de nos fazer compreender um cisco da verdade. Assim chegamos à conclusão de que temos de por o sofrimento humano em cena para que o sofrimento seja real.

Mas a sociedade não se interessa pela arte mas antes pela informação. E a verdade é que esta sociedade fria, ignorante e malvada, orgulhosa da sua falta de cultura, prepotente, alienada pelo consumo e pelas suas aspirações mesquinhas, canibal tanto de desgraças humanas como de spots publicitários, acabou por adoptar a informação do mesmo modo que as ratas adoptam a imundície. Eis o grande triunfo do poder, ter conseguido adaptar a sociedade à informação, à violência televisiva. Desta forma a realidade fica totalmente desdramatizada. Temos de converter o espectador num inadaptado. Temos de converter os seres sociais em seres a-sociais. Tentar que o macaco iracundo lhe aperte os genitais. Só com a rte se pode chegar a alcançar uma compreensão do mundo, uma compreensão não televista.

No entanto é muito insalvável o vazio entre o propósito da arte e a sua consequência, um despenhadeiro até ao centro da terra, um despenhadeiro sem Mazinguer Z ao fundo e sem Coyotte, a arte é a ânsia do realizável, não o realizável, mas sim a ânsia. É muita a fome de ideias do criador e muito pouca a sua influência na compreensão do mundo, na transformação do mundo. A arte mais não é que um movimento de esguelha sobre o qual a sociedade triunfa sempre. A ignorância triunfa sempre. Electrocutam sempre o macaco. O macaco morre entre espasmos dentro de uma jaula na qual nem sequer se pode revoltar.

Por outro lado, não há que identificar o criador com um mártir ou com um herói dolente, antes o criador se envergonha de si mesmo e trabalha sob a pressão dessa vergonha, com o macaco pré-histórico ao lado. O criador identifica-se com a ira e a frustração do macaco. O criador sente-se macaco em jaulas pestilentas, macaco de circo, de zoológico, de laboratório, macaco ingénuo com a violência poética às costas, macaco inútil, frequentemente espancado sem motivo, fagocitado em muitas ocasiões pelos cultíssimos néscios e os moderníssimos néscios, esses que devoram a violência poética com o mesmo estômago com que devoram a violência televisiva, sem entender nada. Esses que apenas têm um estômago ocioso. Algumas das misérias da violência poética consistem em fazer concessões a um público sarnento, cair no gratuito, cair no pretensioso, cair no parque de atracções do horror, outro tipo de Disney.

Para concluir, o criador vive num paradoxo sem solução: Comparte a acção raivosa com um sentimento infinito de inferioridade. Ao fim e ao cabo sabemos que a arte jamais nos converterá em pessoas melhores. Para Steiner, este é um dos maiores escândalos da humanidade. São inumeráveis os genocidas que têm prazer a ouvir Schubert.


 angelica liddell - Falsa Suicida

A Falsa Suicida



Ofélia, rapariga porno, fala de dentro de uma cabine de peep-show.


Horácio, estropiado, tolhido, entrevado num aparelho ortopédico, fala de dentro de um armazém onde vive e tortura bonecas de trapos. Fala para essas bonecas e sofre.


OFÉLIA

Nós, as mulheres nuas somos como os mortos. Ninguém consegue deixar de nos olhar. Que terão os nossos mamilos e o monte peludo do nosso ventre? Que coisa fatídica. Irremediável. Que pestilência. E que terão os olhos que olham, olham, olham. Se não estou morta não tenho outro remédio senão estar nua. Estou nua porque não estou morta. Naquele dia estava prestes a matar-me e sem cuequinhas. Sem cuequinhas. Foi aí que comecei a trabalhar. Todas as cabecinhas a olharem para mim. Exactamente como agora. Cabecinhas. Uma moeda, outra, outra, outra, olha para mim, masturba-te, mete moedas até que fique nua de tudo e tu fiques com a mão suja, olha para mim, masturba-te, olha-me nua para que perca a vergonha quando entrar na sala de autópsias.


HORÁCIO

E eu a matar gatos por tua culpa. O homem do saco. Crustáceo funerário. Caranguejo de luto. O que afoga animais pequeninos na piscina do teu arranha-céus. Desde esse dia não encontrei trabalho que fosse mais digno. Magarefe por compaixão. Mergulhaste nessa piscina? Curtiste a água clara? Tu que agora te ris nesse bordel de comédia, tu que antes só querias morrer. Morrer! Lembras-te? Engoliste alguma vez um pelo de gato enquanto nadavas? Prendeu-se-te alguma unha partida no biquini? Nem imaginas como o saco se mexe antes de submergir na água. E não fazes ideia de quão quieto está quando o retiro. E, acima de tudo, não te passa pela cabeça a quantidade de lágrimas que derramo por esses pobres animais. Ora faz um ano que te atiraste pela janela com vontade de morrer e agora banhas-te na piscina, as tetas para cima e para baixo como num carrossel e ris-te às gargalhadas expondo as gengivas e uma dentadura brutal. E eu desde a porra desse dia tenho de chorar e tenho de matar os gatos que incomodam os teus vizinhos, que te chateiam a ti, dois euros por gato, e às vezes apanho-os noutras piscinas mas afogo-os na tua, e assim também me pagam pelos gatos que não te incomodam. E no final consigo comer, comer. Mas só comerei em paz quando souber porque te atiraste da janela. Porque desejavas a morte? Porquê?


PRIMEIRO INTERROGATÓRIO

ENCONTRO NO PEEP-SHOW


Ofélia- (Ri às gargalhadas)

Horácio - Nem sabes os gatos que tenho de matar para poder falar contigo. Só tocar à campainha e chamar-te custa-me as quatro patas de um gatito preto. Assim, se fazes o favor, responde depressa. Que é isso de Ofélia? Ninguém se chama assim.

Ofélia. – Tenho boas razões para me chamar Ofélia.

Horácio. – Se a ti te chamam Ofélia então eu passo a chamar-me Horácio.

Ofélia.- Horácio! Isso é o que chamam aos jokers.

Horácio. – É um bom nome para falar com outro joker. Com outra sombra.

Ofélia. – Enganas-te. Aqui a luz é toda minha. Tu é que estás às escuras. Os que pagam estão sempre às escuras. Andam a tactear, fintando as trevas, procurando alguma coisa que responda às suas questões. Alguma coisa que os encha de felicidade.

Horácio. – E eu pergunto-te: porque trabalhas aqui?

Ofélia. – Curto isto.

Horácio. – Gostas?

Ofélia. – Gosto.

Horácio. – Já vi mulheres a vomitar depois de trabalharem.

Ofélia. – Eu não vomito.

Horácio. – Nunca vomitaste nem uma única vez?

Ofélia. – Não.

Horácio. -Nunca odiaste o teu patrão?

Ofélia. – Não.

Horácio. – Nunca odiaste os homens?

Ofélia. – Não.

Horácio. – Nunca odiaste este cheiro? Este cheiro insuportável?

Ofélia. – Não. (Ri-se)

Horácio. – Gostas.

Ofélia. – Gosto. É a minha oportunidade. Nunca tive boas tiradas. Roubaram-me o papel. Nem sequer morro em palco.

Horácio. - Não me fales de Ofélia!

Ofélia. – Este é o teatro de Ofélia. Todas as palavras são de Ofélia. Todas as carcelas, todo o refugo, todo o amor.

Horácio. – Todas as mentiras.

Ofélia. – Todos os loucos. Pede-me.

Horácio. – O teu passado. Quero a tua biografia.

Ofélia. – Para cima e para baixo, mexe a tua mão direita.

Horácio. – Não sei se amas os animais. Mas se pudesse meter o saco pela ranhura, saberias qual o teu preço. Dois gatos, dois gatos entregam a sua alma por causa da tua incompetência.

Ofélia. – Não consigo falar mais depressa.

Horácio. – O teu passado!

Ofélia. – Um pai, uma mãe, um colégio, um noivo aos quinze, uma queca aos dezoito... (Ri)

Horácio. – De que te ris?

Ofélia. – Os gatos... É uma piada?

Horácio. – Esta madrugada quando voltares para casa espreita para a piscina. Vou lá deixar um gato a flutuar.

Ofélia. – Cala-te, que horror... Porque fazes isso?

Horácio. – Já começas a ouvir. Já começas a entender. E se fosse necessário para que entendesses melhor, para além de não passar fome, em vez de gatos, tirava os bebés dos seus berços e pendurá-los-ia ao cinto como um punhado de perdizes.

Ofélia. – Bem, tu pagas, tu espreitas, tu insultas, tu amas. Quando saíres desta cabine escuríssima, digas o que disseres, terás razão.

Horácio. – Por hoje chega. Umas moedas para jantar. Não há necessidade de passar fome. Não há necessidade de passar fome. Ah! Só mais uma moeda. Um animalzinho recém-nascido para que, quando vires um sem-abrigo na rua, empapado no seu mijo e no de outros, com a pixota ao ar, vomitando moncos, pensa, pensa apenas, que não nasceu assim.

Ofélia. - Masturbaste-te? Horácio, masturbaste-te?


HORÁCIO

Faço-o por dinheiro. Apenas por dinheiro. Porque sou pobre, estou doente, a minha casa é escura e húmida e não tenho quase nada para comer. Só tenho água fria e partilho o colchão com insectos corredores e no inverno é inverno a todas as horas. Enfim, os pobres. Nunca ouviste falar dos pobres coitados? Observo a tua alegria, a tua gargalhada de égua, o teu esquecimento, como se nunca tivesses querido morrer, como se nunca te tivesses atirado pela janela, como se não existisse a dor, a minha dor. E pensar que antes eu também me ria. Antes, antes, antes... Antes de te salvar. Antes dos teus quilos me partirem os ossos. Porque é que não te atiraste outra vez? Era assim tão periclitante a tua determinação? A janela, a janela... (desenha uma janela imaginária no ar). Não vai ser sempre que os braços de um homem disposto a tudo te apararão. Não vais encontrar sempre um esqueleto disposto a destroçar-se para que tu recuperes a vontade de viver. Ah! Amargura-me o teu capricho. Esperei dia após dia, com paciência de coluna, que voltasses a tentar, persegui no teu rosto um traço de angústia, um franzir atormentado, a mó do infortúnio. É. A tua plenitude é um escárnio para a minha invalidez. Nada em ti justifica o meu corpo estragado, o meu sacrifício ou a minha penúria. Nada. Ou seja, os teus motivos não eram assim tão importantes, podias ter prescindido da janela, não há nada no mundo assim tão importante, tanto fazia, morrer ou não, havia um pobre idiota em baixo, mais um que estava a passar, um que não podia viver sem coluna vertebral, um qualquer, um imbecil que estendeu os braços em berço para te salvar. E agora, com esta carapaça, continuo a perguntar-me: Porque te atiraste da janela? Porque desejavas a morte? Pelo menos preciso de saber isso para não te chatear tanto.


OFÉLIA

E o homem dos braços fortes aparou-me. Suponho que era um homem, digo suponho porque não lhe vi a cara. A vergonha ofuscou-me. Sem cuequinhas, sem cuequinhas! De um quinto andar e sem cuequinhas, que vergonha! Soltar uma risada e deitar a correr. Que outra coisa podia fazer? Não se pode contar isto a ninguém. A ninguém. Só depois pensei em milagres, tinha sido um milagre, nenhum osso partido, nem sequer um arranhão, como se costuma dizer, e pensei no homem dos braços fortes, que ficou às escuras, envolto em trevas, porque não lhe vi a cara, tal como a ti que também não vejo, às escuras. Continua a ver. Continua a espreitar. Dou-te tanto por tão pouco. Dou-te um corpo recém-nascido. A pele. Há alguma coisa de mais inocente, mais limpa, mais indefesa que a pele? Na minha pele começo e na minha pele acabo. Não perderás a honra. Aproveita. A escuridão protege-te, bendiz-te, agiganta-te, faz-te bom, proporciona-te o valor suficiente para me ultrajares. Dessa escuridão que compras acreditas que és melhor que eu. Mas eu estou viva! Viva!, enquanto tu apenas olhas.


SEGUNDO INTERROGATÓRIO

ENCONTRO NO PEEP-SHOW


Ofélia. - (Rí às gargalhadas)

Horácio. – Como podes rir assim? Como podes ser tão idiota? A tua estridência põe-me doente. Revolve-me o estômago.

Ofélia. - Para o convento! Para o convento¡ (Volta a rir)

Horácio. – Que barbaridade! Que gula! Queres apoderar-te de todas as frases. Força comilona! Que se passou com a tua falta de apetite?

Ofélia. – Tu, Horácio, também terias gostado de ser mais que um mero ouvinte. Agora que os protagonistas nos abandonaram tens uma oportunidade. Fala.

Horácio. – Cada um com os seus complexos. Pelo que estou a ver deste um pontapé na tristeza.

Ofélia. – Para o diabo com o príncipe. No final Horácio e Ofélia encontraram-se e falaram das suas coisas.

Horácio. – A que preço?

Ofélia. – Ao preço que eu estabeleço.

Horácio. – Viste o gato a flutuar na piscina?

Ofélia. – Não fui espreitar.

Horácio. – Ingrata. Perdi três pratos quentes ao deixar o gato na água. Ingrata. Ingrata.

Ofélia. – Quando é que começas?

Horácio. – Começar?

Ofélia. – A masturbar-te. Estás a masturbar-te?

Horácio. – É a única coisa que te interessa?

Ofélia. – É o orgulho do meu trabalho. Do meu corpo.

Horácio. – O meu corpo, o meu corpo, o meu corpo... No fim a Horácio e a Ofélia cresceu-lhes o corpo como se fosse uma planta que nos semeiam no nome. Gostarias de ver como cresceu o meu?

Ofélia. – Se não te masturbas obrigas-me a pedir-te mais dinheiro. O tempo está a passar.

Horácio. – Mais animais mortos só para falar?

Ofélia. – Falar é o mais perigoso.

Horácio. – Então, já que te pago para falar, hoje fico sem comer só para falar contigo. Se achas que por falar estamos em perigo, então terás que correr algum risco.

Ofélia. – Haverá alguma coisa mais inocente, mais limpa, mais indefesa que a pele?

Horácio. – Tens que responder às minhas perguntas.

Ofélia. – Vai comer Horácio, come.

Horácio. – Não pode ser. Já está. Já está. Já caíram as moedas. Pagar por enjaular alguém. Pagar para que permaneças presa nesse caixote ridículo. Se não parasse de meter moedas poderia ter-te aí, capturada, para sempre.

Ofélia. – Seria tua esposa.

Horácio. – Minha escrava.

Ofélia. – E eu pedir-te-ia mais do que podes pagar. E o escravo serias tu.

Horácio. – Escravos ambos.

Ofélia. – Tu pagas, tu vês, tu insultas, tu amas, tu ficas sem comer. Sou uma boa Ofélia, um engodo sem vontade.

Horácio. – Tu não gostas de olhar?

Ofélia. – Aqui a luz é toda minha.

Horácio. – Garanto-te que ninguém consegue passar ao meu lado sem me olhar.

Ofélia. – Somos parecidos?

Horácio. – Nunca olhaste para trás, para um lado e para o outro, para ver, para ver quem está próximo de ti?

Ofélia. – Eu não olho porque não tenho medo de nada. Consigo viver sem olhar.

Horácio. – Alguém te avisou: teme, Ofélia, teme, a grande segurança reside no temor.

Ofélia. – Tornei-me valente.

Horácio. – Que se passou contigo?

Ofélia. – Ninguém sabe (Rí às gargalhadas)


HORÁCIO

(Parodiando a Ofélia de Hamlet) E eu, a mais desconsolada e miserável das mulheres, que provei um dia o mel de vossas promessas, Oh, doce príncipe, vejo agora tal nobre e sublime entendimento desafinado. Oh, quanta, quanta, quanta é a minha desgraça de ter visto o que vi para ver agora o que vejo. A janela! A janela! Que os coveiros preparem as suas ferramentas e os esqueletos o seu melhor baile. (Abandona a paródia) Ah! Onde estão as meninas douradas? Conservadas em pranto. Tiritando nos seus banheiros. Onde estão essas mandíbulas desesperadas? Onde? Onde estão aquelas meninas românticas, de olhos vesânicos, ao pé da tempestade, dispostas a serem tragadas pela natureza? Se pudesse oferecer-lhe um motivo para emendar o seu erro. Se conseguisse um sobressalto no seu rosto. Não de nojo, não de tédio, mas de melancolia. Se encontrasse uma maneira de pôr sombra no seu olhar. Um motivo, é preciso um motivo para que se verta à sua frente um profundo cansaço, o cansaço que nos produz a vida, nada mais que a vida. Se conseguisse que inclinasse o pescoço para o lado, assim, deixando cair a cabeça como se lhe tivessem colocado um lastro de incerteza e de tempo. Faz-lhe falta a realidade. Se pudesse fazê-la morrer no palco.


TERCEIRO INTERROGATÓRIO

ENCONTRO NO PEEP-SHOW


Ofélia. – Não, não, não, não é possível.

Horácio. – Está escrito. Por baixo da ranhura matacães ou matagatos. Diz se podemos chegar a um acordo.

Ofélia. – É demasiado caro. Não consegues pagar. Não há gatos suficientes na cidade.

Horácio. – Hoje roubei a minha primeira carteira.

Ofélia. – Posso pedir-te mais. Muito mais.

Horácio. – Então os gritos desse velho, as suas lágrimas espessas, o seu ataque, coitadinho, estatelado no chão só com um empurrão, que se arrastava como uma minhoca, reclamando a sua miserável pensão, esse velho, como dizia, arrastou-se em vão?

Ofélia. – Aqui nunca entraram os da parte escura.

Horácio. – És apenas uma boneca.

Ofélia. – Nunca vi os rostos do outro lado.

Horácio. – Esse velho ficou sem carteira por tua causa.

Ofélia. – A luz é minha.

Horácio. – Alguma vez terás que olhar.

Ofélia. – Porquê? Porque hei-de olhar? Não é o meu papel.

Horácio. – Se a luz é toda tua, usa-a nos teus olhos.

Ofélia. – (Tocando no púbis) Os meus olhos estão aqui.

Horácio. – Não desprezes os teus olhos.

Ofélia. – Os meus olhos...

Horácio. – Lembras-te daquela cena, quando Horácio acompanha Ofélia aos seus aposentos?

Ofélia. – Essa cena não se vê.

Horácio. – Garanto-te que Horácio acompanhou Ofélia.

Ofélia. – Tu achas que Horácio e Ofélia...?

Horácio. – Vou entrar. (Horácio entra na cabina porno)


QUARTO INTERROGATÓRIO

OS DOIS DENTRO DA CABINA PORNO


Horácio. – (Tira recortes de jornal de um dos seus bolsos) Quinze homens assassinados à facada. Desastre de avião: trezentos mortos. Não há sobreviventes. Inundações provocam quinze mil mortos. Enterrados numa mina. Não há sobreviventes. Atentado terrorista com carro-bomba: treze mortos. Corpos irreconhecíveis. Mulher encontrada em estado avançado de decomposição. Carnificina suburbana. Quarenta crianças degoladas. Não há sobreviventes. Vala comum. Todos recém-nascidos. Queimou-os vivos. Chega?

Ofélia. – Horácio, masturba-te.

Horácio. – Chega para desejar a morte?

Ofélia. – Masturba-te, por favor.

Horácio. – O meu pai enamorou-se por outra mulher. Era uma mulher muito jovem e muito bonita. Fugiu com ela para outro país, um país longínquo e tão bonito como a sua amante. Então, a minha mãe, que também era bonita, fechou-se no quarto-de-banho e ficou de pé a ver-se ao espelho durante cinco horas seguidas. Depois meteu-se na cama com um frasco de amoníaco e bebeu-o. Vomitou uma semana inteira. Até que deitou o estômago pela boca. Tinha trinta e cinco anos e tinha a cara pintada com caneta. Tinha pintado as rugas. As rugas... Quatro, cinco, não mais. Tinha trinta e cinco anos mas morreu de velhice. Não de amor, não de cuidados. De velhice. Eu também tenho uma ruga, aqui, no pescoço, tão funda que há bichos que podem dormir dentro dela. Acabei de fazer trinta anos e pareço teu avô. Um dia acontecerá o mesmo contigo, não pedirás luz mas sim penumbra. E ninguém te voltará a olhar. Serás tu quem olhará, olhará e voltará a olhar a maciez, a pureza das caras novas. Só conseguirás pensar nas coisas que não fizeste. E nunca te voltarão a dar o papel de Ofélia, virgenzinha suicida. É o tempo, Ofélia, é o tempo.

Ofélia. – Horácio, masturba-te.

Horácio. – Aos trinta tens quarenta. Aos quarenta sentes-te como se tivesses cinquenta e cinco e aos cinquenta e cinco julgas que já estás morta.

Ofélia. – Vem-te depressa.

Horácio. – Há duas opções: enlouquecer ou trabalhar, envelhecer e morrer.

Ofélia. – Horácio...

Horácio. – Não sei porque me esforço a convencer-te. A única coisa a fazer é esperar.


Ofélia chora pela primeira vez e Horácio sai da cabina comovido, estranho, tremendo.


OFÉLIA

Olhos que não vêem... Olhos que não vêem... Ter visto o que vi. Para ver agora o que vejo. Esse homem. Esse homem... Quão eterna se torna a minha espera. Estou à espera dele. Realmente estou à espera dele. Ah! É tempo. É o tempo.


HORÁCIO

Onde ficou a vingança? Deslizou de repente pelo tobogã do seu pescoço, do seu pescoço oblíquo, do seu pescoço castigado pelo tempo, do seu precioso pescoço.


QUINTO INTERROGATÓRIO

ENCONTRO NO PEEP-SHOW


Ofélia.- Ontem vi uns vultos. Nas costas.

Horácio. – Devem ser as asas a crescer. O anjo da guarda abre caminho por entre as omoplatas.

Ofélia. – Dói-te?

Horácio. – Dói.

Ofélia. – Não metas mais moedas. Não afogues mais gatos.

Horácio. – E os que já morreram? Oxalá pudesse ressuscitar os gatos que morreram. E os que continuarão a morrer para ter de comer.

Ofélia. – Eu trabalharei para te dar de comer. Não me tocará a luz do dia para dar-te de comer. As moedas dos voyeurs serão para a tua comida. Qualquer posição, qualquer brutalidade, meterei no corpo tudo o que me pedirem, tudo desde que saiba que estás a comer. É uma dívida impagável. Impagável. Trago na cara o sinal dos patéticos juros de mora. Tão escandalosa é a fortuna que devo que me penhoraram as vértebras. Agora asfixio no gás de uma generosidade doentia. Deve ser o gás do amor. Não é por gratidão, é por culpa. Sinto-me totalmente culpada. Culpada da tua vida ortopédica. A minha obsessão consiste em dar-te tudo. Tudo, tudo, tudo, tudo, tudo... Transladar esta cabine para o teu quarto e para a tua latrina. Entregar-te a existência que preservaste com o teu esqueleto. Sinto-me totalmente culpada. Culpada, culpada, sim.

Horácio. – Que estás a dizer?

Ofélia. – Sei quem és.

Horácio. – (Levanta-se acobardado, tropeça e cai)

Ofélia. – Finalmente vi-te e olhei-te bem.

Horácio. – Tinha-me habituado à obscuridade.

Ofélia. – Porque não me disseste? Porque não me procuraste antes? Porque te calaste? Lamentas que eu te tenha visto? Lamentas que eu saiba quem tu és? Como querias que eu soubesse? Lamentas teres entrado na luz?

Horácio. – Alguma vez pensaste em mim? Como adivinhaste? Porque é que não me olhaste naquele dia? Lamentas ter-me visto? Lamentas saber quem eu sou?

Ofélia. – Não sei responder às tuas perguntas.

Horácio. – Eu também não sei responder às tuas.

Ofélia. – Por fim, estamos os dois sob o foco.

Horácio. – Com tanta luz tenho vergonha do meu tronco.

Ofélia. – E eu dos meus peitos. Horácio, não olhes para mim.

Horácio. – Não olho. Viro-te as costas.

Ofélia. – Estraguei as tuas costas.

Horácio. – Sonhei em insultar-te, em deixar-te tolhida, em ver-te morta, e agora não sei que dizer.

Ofélia. – (Começa a sangrar do nariz e emite um ligeiro queixume)

Horácio. –(Reage imediatamente dirigindo o seu olhar para a vidraça que os separa) Que se passa?

Ofélia. – Nada. O nariz. Está a sangrar.

Horácio. – Estás a sangrar.

Ofélia. – Não olhes para mim.

Horácio. – Não estou a olhar.

Ofélia. – Acontece. Dia sim dia não. É da cabeça. Dói-me. E o nariz a sangrar.

Horácio. – Dói e sangra.

Ofélia. – Calhava-me bem descansar.

Horácio. – Isso.

Ofélia. – Sentar-me um bocadinho.

Horácio. – Claro.

Ofélia. – São enjoos...

Horácio. – Estás enjoada.

Ofélia. – Horácio...

Horácio. – Sim?

Ofélia. – Se me deixasses...

Horácio. – Deixar-te?

Ofélia. – Descansar.

Horácio. – Ah! Com certeza.

Ofélia. – Adeus Horácio.

Horácio. – Adeus.

Ofélia. – Adeus.

Horácio. – Adeus.

Ofélia. – Adeus.

Horácio. – Adeus.

Ofélia. – Adeus.


HORÁCIO

Voltaria a por os braços! Voltaria a por os braços! Voltaria a por os braços! Meu Deus! Voltaria a pô-los! Voltaria a por os braços! (Aflora a ira) Voltaria a por as minhas costas para que ela as partisse. (Sorri) Olhou-me e converteu a coroa de louros em peregrino, em anis doce, em fumária e arruda. Ofélia, eu estancar-te-ei o sangue. Precisas de mim? Precisas de mim Ofélia? E se te cortar as pernas, ajudar-te-ei a andar. E se te cortar as mãos, pentear-te-ei. Se te cortar a língua, falarei por ti. E se te arrancar o coração... Precisas de mim, Ofélia, precisas de mim (Faz ternuras à boneca)


OFÉLIA

Os teus braços, Horácio, assistentes de príncipes moribundos, tão atirados já às últimas vontades e aos pânicos posteriores. Foram os teus braços que me devolveram ao trajecto vertiginoso. Os teus braços, almofada final. Os teus braços imanes da agonia. Que coisa me poderá devolver os teus braços que não seja a paixão pelas tumbas, pelos corvos e pelas paisagens escarpadas? Os teus braços, Horácio, preparados para recolher o fracasso dos nossos órgãos.


SEXTO INTERROGATÓRIO

ENCONTRO NO PEEP-SHOW


Horácio. – Já está.

Ofélia. – Masturbaste-te?

Horácio. – Sim. Até ao fim.

Ofélia. – Pensaste em mim?

Horácio. – Pensei muito em ti.

Ofélia. – Pensaste em mim...

Horácio. – Quero levar-te a ver isto. Quero que vejas. Tens que ver.

Ofélia. –Agora posso ver tudo, Horácio. Quero ver tudo.

Horácio. – Antes, deixa-me roubar uma frase. Aquela que sempre quis dizer. Aquela que sempre invejei.

Ofélia. – Rouba, rouba, estão todos mortos, ninguém se aperceberá.

Horácio. – É um juramento.

Ofélia. – Juremos.

Horácio. – (Pega-lhe na mão) Enquanto esta máquina existir.

Ofélia. – Enquanto esta máquina existir.


SÉTIMO DIÁLOGO

NO ARMAZÉM DE HORÁCIO


Horácio. – Flores para Ofélia! Onde é que já se viu uma Ofélia sem flores?

Ofélia. – Afinal mereço as flores!

Horácio. – Ofélia, de que vamos morrer?

Ofélia. – O meu avô morreu completamente amarelo. Rebentou-lhe algum saco por dentro e tingiu-lhe a pele.

Horácio. – Aquela coisa das veias que rebentam no cérebro e o encharcam.

Ofélia. – E o coração que pára, coberto por uma camada tão dura e tão gasta que não o deixa andar.

Horácio. – Vi morrer o meu tio. O peito soava como se tivesse serpentes num poço. E o ar não lhe entrava. Apesar de abrir a sua boca enorme, não entrava ar. Parecia um peixe fora de água.

Ofélia. – Tive uma vizinha que morreu de hemorragia, na cama. O sangue cheirava a podre, dava vontade de vomitar. Tínhamos que pôr um lenço com água de colónia na boca.

Horácio. – Qual será a pior morte, Ofélia?

Ofélia. – A do outro, a do outro. Não conseguiria suportar a morte do outro.

Horácio. – Tens medo da dor?

Ofélia. – Tenho, Horácio, tenho, tenho mais que nunca, tudo, tudo.

Horácio. – Quem morrerá primeiro?

Ofélia. – Eu, eu já devia estar morta. Como as outras.

Horácio. – As outras morreram por ti.

Ofélia. – Não. Todos levamos às costas o nosso próprio cadáver.

Horácio. – Queres mesmo morrer?

Ofélia. – Já devia estar morta. E estou nua porque não estou morta.

Horácio. – Para mim está bem assim, Ofélia.

Ofélia. – Não resistirei.

Horácio. – Eu resisti.

Ofélia. – Mas a mim...

Horácio. –Todos choram, todos.

Ofélia. – Mas a mim, como sabes, no fim enterram-me.

Horácio. – Tu não te chamas Ofélia.

Ofélia. – É verdade.

Horácio. – Como te chamas?

Ofélia. – Ana, Ana, apenas Ana.

Horácio. –Não vais acreditar mas eu chamo-me Horácio.

Ofélia. – Horácio...

Horácio. – Não quero pagar um preço tão elevado em troca do teu pescoço inclinado. Está bem assim. Já não te odeio, Ana, Ana...

Ofélia. – Sim. Chamo-me Ana.

Horácio. – As tuas flores não são flores de funeral.

Ofélia. – (Põe-se subitamente rígida, deita a mão ao nariz que começa a sangrar) Outra vez sangue.

Horácio. – Deixa-me... (Tenta ajudá-la)

Ofélia. – Outra vez...

Horácio. – Cabeça para trás.

Ofélia. – Está bem.

Horácio. – Cabeça para trás.

Ofélia. – Sim, sim.

Horácio. – Shiu... shiu (Tenta acalmá-la)

Ofélia. – Horácio!

Horácio. – (Alarmado) O que é? O que é?

Ofélia. – Não vejo, Horácio, não vejo! Não vejo!

Horácio. – Cega? Estás cega?

Ofélia. – Não vejo.

Horácio. – Eu serei os teus olhos, os teus olhos, Ana, Ana...


CONCLUSÃO

NO ARMAZÉM DE HORÁCIO


Horácio. – Preciso de saber uma coisa.

Ofélia. – Tudo o que quiseres. Devo-te tudo. Tu és os meus olhos.

Horácio. – Porque sofrias? Por quem? Porque é que te atiraste da janela abaixo? Porque desejavas a morte? Porquê?

Ofélia. – Mas eu, Horácio...

Horácio. – Diz.

Ofélia. –Eu não desejava a morte.

Horácio. – O quê?

Ofélia. – Eu não me atirei da janela.

Horácio. – Como?

Ofélia. – Eu não me atirei da janela.

Horácio. – Não te atiraste da janela?

Ofélia. – Não.

Horácio. – Então?

Ofélia. – Caí.

Silêncio

Horácio. – Caíste?

Ofélia. – Caí. Escorreguei e caí. Como a Ofélia, da árvore. Mas não me chamo Ofélia.

Silêncio

Horácio. – (Chorando) Agora não cairás, não se partirá um ramo por mero acaso, não terás um vestido para flutuares que, completamente encharcado, te leve para o fundo, por mero acidente, enquanto cantas. Não. Agora serás tu a preparar o salto, a preparadora do salto, não é?

Ofélia. – O resto é silêncio.

Horácio. – Essa frase é minha.

Ofélia. – Essa piscina é minha.

Horácio.. – (Dirigindo-se ao público) E vocês? Estão a olhar para onde? O vosso tempo acabou. Já não tendes mais moedas. Fora daqui. Deixem-nos sós!

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Dolorosa

-1-

A PUTA. - Tornei-me puta para não dormir sozinha. A minha angústia sai muito cara aos homens. Pagam porque sabem que os amo com loucura e que estaria disposta a morrer por cada um deles. Sabem que estou sempre pronta a matar-me. Telefonam no dia seguinte para terem a certeza disso, mas ao ouvirem a minha voz pagam mais outra noite com a moribunda. Digo-lhes: gosto muito de ti. Gosto muito de ti. E de novo se afundam furiosamente na agonia e na obsessão. Depois durmo como se me enchessem pouco a pouco de água morna. Eles ficam ali a ver se quero mesmo morrer e se morro. Desde que me tornei puta posso sonhar que tenho uma mancha amarela e quente na nuca: é o sol, é um sonho magnífico. Dantes não sonhava. Desde que me tornei puta agrada-me o inverno porque as noites são maiores e assim rebento de amor durante mais horas e mais sóis me aquecem a nuca. Oferecem-me facas, tesouras, espadas, cordões de seda, vidros partidos, serpentes. Os presentes já me chegam aos joelhos. É impossível alguém entrar no meu quarto sem se ferir com algum corte ou algum veneno. Mesmo assim não deixam de entrar. E eu apaixono-me. Acho que sou rica. Se o fizesse de borla ninguém se importaria com a minha paixão ou com a minha vida. E dormiria muito sozinha. Até que me fiz puta com a velocidade de quem corre para a retrete retendo o a urina. Não sou bela. Desde que me tornei puta pagam para me ver enquanto sofro, converti-me na mulher mais bela do mundo. Não é que a dor me embeleze. Aquele que paga é que me recebe mais deslumbrante. Assim, consigo viver sem espírito, sem impacientar-me para obter a salvação. Eu sou a salvação. Digo-lhes: Gosto muito de ti. Gosto muito de ti. E eles masturbam-se como num ataque, avivando a brasa que aquece a espuma da torrente. Começa o fervor e uma dentada no ventre arqueia-os. Quebram as costas para injectar no ar jorros infinitos, que se encaracolam, que inundam tudo até terem que nadar em tanta abundância, tanta como o esbanjamento da sua fortuna. A minha dor é o mais caro que há. A minha amargura a mais valiosa. A minha dilaceração um luxo.


-2-

O HOMEM. (tremendo de aflição, atirando o seu dinheiro para o espaço aéreo da puta) - O mundo está a acabar. Gostaria de ter vivido quando ainda se podia optar entre Deus e o Diabo. O destino não me serve. Só tu. O mundo está a acabar. O mundo é apenas o meu corpo doente. Os holocaustos os meus vómitos. As catástrofes as minhas veias rotas. Apodreço como a água de um charco cheia de bichos mortos. O mundo está a acabar e eu desejo violar-te. Penetrar-te como uma besta até que seja uma bola de sangue o que penetro. Pago o que pedires.

A PUTA. - Gosto muito de ti.

O HOMEM. - Continua. Posso arruinar-me.

A PUTA. - Gosto e gostarei sempre muito de ti.

O HOMEM. (Acaricia-a, beija-a, cheira-a, lambe-a, morde-a) - Não mereço, não mereço.

A PUTA. - Se amasse os que amam, que mérito teria?

(Ouve-se uma porta a bater)

A PUTA. (para a porta) - Adeus.

O HOMEM. - Quem é?

A PUTA. - Eu posso morrer de amor por todos os homens

O HOMEM. - Só por mim.

A PUTA. - Jamais amarei outro.

O HOMEM. - Jura.

A PUTA. - Juro. Juro que jamais amarei outro.

O HOMEM. - Repete.

A PUTA. - Juro que jamais amarei outro.

O HOMEM. - Mais.

A PUTA. - Juro-te.

O HOMEM. - Por quem juras?

A PUTA. - Pela tua cara, pelos teus olhos, pela tua boca, pelo teu alento.

O HOMEM. - Depois morres?

A PUTA. - Sim.

O HOMEM. - Morres.

A PUTA. - Sim, meu amor.

O HOMEM. - Uma prova.

A PUTA. - Não és capaz de interpretar os sinais dos tempos?

O HOMEM. - Arrastei até aqui o meu sangue doente! Paguei!

A PUTA. - E apesar de tudo gosto muito de ti

O HOMEM. (mete-se debaixo da combinação da puta e dá-lhe prazer)

A PUTA. - Se partires, encho-me de varandas para te esperar. E em cada uma prendo uma grinalda de flores que receberá o teu regresso com o seu perfume. Mesmo que a terra estremeça não entrarei em casa. Mesmo que chova e neve não taparei o meu corpo nu. Tal como a proa de um barco contra a tempestade assim será o desejo de te voltar a ver. Assomarei a minha solidão à varanda e chorarei até te ver aparecer ao longe. Se me abandonas, morro (Chora)

O HOMEM. (Sai de baixo da combinação. Acende um cigarro de papel)

A PUTA. - (Atira-se ao chão)

(Chora)

(Só se ouve o seu chôro)

(Chora, chora, chora, chora)

O HOMEM. - Deixá-lo! Que chore. Que morra. Que morra de amor. Só ela. Que chore. Chora, chora por minha culpa. A minha epidemia merece algumas lágrimas. O mundo agradecer-te-á. O mundo que não é outra coisa senão a minha carteira e o meu fígado. Isso, assim, muito bem. Morre. Pouco a pouco. Não sou egoista. Sou um homem. A maldita descoberta converteu-nos para sempre em homens. Tivesse eu ficado com Deus e queimado os hereges. Idiotas. Chora, chora, não pares de chorar. Já sei que estou doido. Gosto de estar doido. Costumo ficar doido duas vezes por semana. De preferência às sextas e aos sábados. Quando estou doido sou capaz de ficar a dormir até às cinco da tarde. Ao acordar bato com os punhos na cabeça ou na madeira da cama. Enquanto faço isso não penso. Não sinto. Nem sequer dou conta que não penso ou não sinto. Sinceramente não penso, não sinto. Concentro-me apenas na percepção da dor. Do barulho da dor. Do barulho da minha mão contra a dor. É fascinante esse intervalo de ausência total de sensibilidade. Como um quarto esférico de dois metros de diâmetro completamente branco. É a ausência de esquinas, de chão, de tecto, de portas, janelas, cores, formas, perspectiva, horizonte. É um descanso. Se não continuo é apenas por aborrecimento e não porque seja insuportável. Aborreço-me muito depressa com tudo o que faço. Depois recolho-me nessa horrível caïmbra eléctrica que se produz ao puxar os cabelos. Puxo-os com violência até notar como se humedecem os meus olhos e, no preciso instante em que começa a rolar uma lágrima pela minha face, arranco-os brutalmente num último e definitivo impulso. E a minha mão fica cheia de cabelos. Quando abro a porta parece que levo um animalzinho estrangulado. O mais importante deste exercício corporal são as lágrimas. Lágrimas vazias de conteúdo. Lágrimas fisiologicamente puras ou puramente fisiológicas. Não como as tuas. Continua a chorar. O meu método é bom para controlar a produção de chôro a meu capricho, prescindindo da pena, da angústia, da raiva, do ódio, do amor e do medo. Resumindo: prescindindo do fim do mundo. E dessa alma maldita que não existe e que me obrigaram a carregar. Exigem-me uma alma por livro. Quem me dera que esse etéreo divino não fosse uma invenção. Algemaram-me à força. Agora não se queixem das minhas obras. Nos dias em que estou doido não como nem sequer mijo. Se tenho muita vontade resolvo isso o mais rapidamente possível para voltar a internar-me no meu templo e desfrutar inteiramente a minha patologia. Haverá alguma coisa mais divertida que um cérebro infectado? Posso destruir a humanidade com um só golpe de tinta ou de tecla. Sou um criador! Creatio ex nihilo! Entendem agora a minha vocação seus porcos? Compreendem a minha desgraça? O mundo está a acabar e eu não escolhi a palavra correcta. Escolho, entre uma frase e outra, um nome, um princípio, um fim, o meu ofício consiste em escolher palavras e, apesar das horas e dos anos, acabo sempre por ficar com a pior, com a mais defeituosa sabendo que essa pode ser a última palavra, a palavra com que me enterrarão, a palavra que todos rezarão ao pé da tumba. Sou um mendigo de mim próprio. Só procuro no lixo. Não sentes o fedor dos desperdícios? Que estranho. Tenho os bolsos completamente cheios. Nunca tiro nada. Como os voltaria a encher? Com estes dias brancos como o mármore da morgue? Sou o único barro que me atrevo a usar, tirando a lama. Sou um cobarde. Não penses que optei pelo caminho mais fácil. É que não sei como ser melhor. Estou condenado a repetir sempre a mesma história. Impossível fazer falar um bêbedo se não foi com palavras que escrevi uma carta à minha amante. Sou um vigarista que sulca as suas entranhas tentando disfarçar a sua falta absoluta de talento. O herói duma façanha patética. E às vezes tenho prazer com isso porque não tenho mais nada para fazer. De cada vez que publico um livro pego na tesoura e recorto algumas páginas para ver se sai sangue ou algo assim. Depois atiro-o para o caixote de lixo e fico a vê-lo ali rodeado de latas vazias, cascas, compressas... Pelo menos deram-me a oportunidade de sonhar que fazia algo de belo. Hoje em dia a única coisa que conta é o ponto de vista dos sonhos. Oxalá pudesse destruir os meus livros. Empenham-se em conservar as coisas dos mortos e chamam-lhes almas. Precisam de um simulacro de eternidade. E conservam-nas cada vez mais e melhor porque o fim do mundo está cada vez mais próximo, porque o meu corpo parece-se cada vez mais com um pântano fétido, cada vez mais, cada vez mais. A alma não existe. Apenas corpos que apodrecem. Se queimasse os meus livros numa praça pública e me enforcasse junto à fogueira, compreenderiam finalmente? Para o moribundo a única coisa que existe é a fabricação do cadáver. Morrer é absurdo se não é possível voltar a estar vivo. As sextas e os sábados são os dias mais divertidos da semana. Internar-me-ão numa sexta ou num sábado. Irmãos meus, quanto anseio estar já ao vosso lado. Como desejo que me contamineis com cada uma das vossas benditas infecções. Invejo-vos. Ambiciono todas as loucuras. Vocês ajudar-me-ão a desterrar esta lucidez intermitente de que ainda padeço. Jamais regressarei à minha casa, à minha mulher, aos meus filhos. Que casa? Mulher? Filhos? Atar-me-ei ao cano da retrete da minha cela. O meu mundo é o mundo dos loucos. Dormiste? Ou morreste? Talvez aproveites o sonho para morrer. Para sonhar comigo. Deixá-lo! que sonhe, que sonhe. Há semanas que não durmo. O sonho parece-se demasiado com a morte. Esperarei. Aconselho-te que morras. O mundo está a acabar. Tens que o fazer. Não gostaria que voltasses a abrir os olhos. Disseram-me que havia uma puta que estava disposta a morrer de amor por mim. Isso é o que se parece mais com a ideia que tinha de Deus quando era pequeno. Nessa altura não havia dinheiro na carteira mas havia um livro de orações com capa branca e letras de ouro. Depois de matar o cãozinho rezei. Perdoas-me, não perdoas? A puta perdoa-me porque me ama. Tenho dinheiro suficiente para que ela morra de amor. Morre, morre. Os meus gérmens podem esperar uns minutos. O meu sexo conservará o seu estouro até ao fim.

A PUTA. - (Acorda)

O HOMEM.

(Rasga-lhe as vestes, magoa-a)

(Dá-lhe uma pistola) - Toma, guarda.

(Afasta-se, vai-se embora)


-3-

A PUTA. - Há os que vêm com as mães, as filhas ou as amantes. O embaixador vem com a esposa. Nunca entram no meu quarto. Ficam do outro lado da porta. Contraio-me para ouvir melhor os ruídos e sofrer mais. O embaixador pretende lembrar-me que tenho de padecer da disciplina que o inalcançável impõe à apaixonada: morrer depressa. Começa a falar de amor à sua mulher. Sabe que não é preciso elevar a voz para que eu tenha vontade de me matar. Um sussurro basta para me furar os ouvidos. O embaixador, não tarda nada, vai abrir as pernas a essa... O embaixador sabe que odeio a sua esposa. Uma mulher apaixonada tem direito a que a outra mulher lhe doa como uma gangrena. Tem direito a insultar e a cuspir. Uma mulher apaixonada tem direito a crucificar-se e a condenar os malditos. O embaixador e a esposa fornicam que nem cães. Recebo os seus primeiros gemidos com um espasmo. A minha cara começa a desordenar-se. Já que não lhe posso espetar uma faca no coração cravo-a no próprio juízo. Fazem muito barulho. Mesmo que tentem dissimular eu oiço tudo. Mas oiço como se estivesse debaixo de água, a dois mil metros de profundidade, meia amassada, afogando-me, com o crânio prestes a partir-se em pedaços. Ao embaixador multiplica-se-lhe a potência intuindo o meu desastre. Meto os lençóis na boca até deslocar a mandíbula. Ele não pode ouvir os meus uivos. Tenho que o excitar com o meu silêncio que ele julgará como silêncio de cadáver. Se chegasse a ouvir-me, pagaria menos. E continuo sacudida por violentas convulsões até que finalmente o meu corpo se abre e se derrama em fezes e urina. Acabada a sua actuação, o embaixador entra no meu quarto e comprova o massacre. Aproxima-se para ver se mesmo assim ainda tenho algum tremor no peito. Ambos percebemos o quão difícil é morrer ainda que seja de amor.

-4-

O HOMEM. - Quem esteve aqui?

A PUTA. - O embaixador.

O HOMEM. - (Cobre-a de dinheiro)

A PUTA. - Gosto muito de ti.

O HOMEM. - (Passeia)

(Tira-lhe um cabelo do ombro)

O que te apaixona mais?

A PUTA. - Que me alimentem como a uma criança

O HOMEM. (Alimenta-a)

A PUTA. (Queima-se com o primeiro pedaço)

O HOMEM. (Sopra rapidamente no alimento. Prova-o) - Agora.

A PUTA. - Meu amor.

O HOMEM. - Gostas?

A PUTA. - Muito.

O HOMEM. - Bebe. Não, tira as mãos. Eu dou-to. Assim, devagarinho.

A PUTA. - Meu amor

O HOMEM. - Queres beber mais?

A PUTA. (Diz que sim com a cabeça)

O HOMEM. - Aqui está. Muito bem.

A PUTA. - Meu amor, meu amor...

O HOMEM- Morres??

A PUTA- Sim

O HOMEM- (Limpa-lhe os lábios)

A PUTA. - Meu amor... (Come com sofreguidão. Engasga-se)

O HOMEM. - Devagar, devagar...

A PUTA. - Quero que saibas. Pedi-lhe que me arrastasse pelos cabelos pela casa, que me torcesse os braços, não porque o castigo me desse prazer mas porque eu precisava. Ele não queria. Então eu magoava-o a ele. Ele chateava-se e atava-me e amordaçava-me sem intenção de me satisfazer, apenas para que o deixasse em paz. Também lhe pedi que me sodomizasse. Disso gostava ele, até corria. Eu também gostava porque me magoava, porque o sentia mais, porque ouvia o barulho do seu sémen subindo-me pelas veias, pelo orgasmo frustrado, pela diarreia do dia seguinte. Recordo um ou dois sonhos que de certeza sonhei acordada: ele expulsava-me, encerrava-me num quarto sem luz ou lançava-me para a rua em plena noite de inverno, nua. Eu só conseguia chorar. E ele gozava. Não nos sonhos, não. Gozava e dizia: és encantadora.

O HOMEM. - És encantadora.

A PUTA. - Morrerei.

O HOMEM. - Aproveitarei este limite da tua desgraça para me arruinar. Violar-te-ei com o mesmo desespero com que salvaria a minha vida se ficasse pendurado de um arranha-céus pelas unhas. (mostra-lhe as unhas) estás a vê-las?

A PUTA. - E eu enlouquecerei de amor quando o sangue rebentar nas minhas veias e se misturar com o teu sémen colérico.

O HOMEM. - Tão brutal será o assalto que até o meu sexo aparecerá untado de sangue. Fiz-te sangue. Confio numa ferida que te esvazie. Admirarei a tua vida convertida num charco.

A PUTA. - Tenho que estrangular os mamilos para resistir à paixão. A loucura enreda-me o cérebro como se os cabelos me tivessem crescido para dentro.

O HOMEM. - Ir-me-ei embora deixando um odor a festa vomitada e a pão molhado.

A PUTA. - Morrerei.

-5-

(Entra um indivíduo com a naturalidade de quem entra em sua própria casa. Vê o homem abraçado à puta. O homem e o recém-chegado olham-se solidificando o ar. A puta não olha. O tempo decorre entre os olhares. Por fim, o outro pega numa maçã e sai sem pressa)

-6-

O HOMEM. (Disfarça a puta de morta. Cruza-lhe as mãos sobre o peito. Cobre-a de flores. A pistola faz as vezes de crucifixo.) - Já estás morta.

(Silêncio)

Podia ter chegado a gostar de ti mas tinha que salvar-me. Até teria sido capaz de morrer por ti se não tivesse pago tanto.

(Silêncio)

Já estás morta. E o mundo de novo em ordem. Completo. Feliz. O mundo que não é outra coisa senão os meus sonhos.

(Silêncio)

Durante a noite sentava-se no meu peito. Era uma criatura infernal. Sentia a garganta blindada pelo terror. Estava sozinho com esse monstro que me afundava os ossos e me obrigava a engolir punhados de agulhas. Sentia-as correr por todo o corpo, atravessando-o, fazendo um ruído como se estivessem a riscar cristal, até aparecerem nos braços, nas pernas, no ventre... Nasciam-me centenas de agulhas como se o meu corpo fosse um criador de medo.

(Silêncio)

(Acaricia-lhe uma mão e aperta-a espantado com a sua frieza) - Estás morta?

(Silêncio)

Sim, claro. Eu disfarcei-te de morta. Morta de amor.

(Silêncio)

Os meus filhos estão na banheira. Ela no chão do salão. Todos mortos.

(Silêncio)

Disparei. Sim, disparei. Não é mais difícil que lavar os dentes. Não há violência. A violência é um parasita da razão e eu abandonei a razão quando as minhas vísceras começaram a desfazer-se como areia, quando me converti em corpo, quando fiquei sozinho com o pânico enquistado nas costas, quando os médicos me sentenciaram sem me olharem nos olhos. Incurável. Incurável.

(Silêncio)

As crianças não gritaram. Apenas um gemido, um pequeno estremecer.

(Silêncio)

Após os disparos, uma espécie de surdez, como se me tivessem encapsulado os ouvidos. Mas a culpa não funcionou. Não pendurei a corda. Apesar do sangue. Só o medo de morrer. Só o meu cancro.

(Silêncio)

Se alguém me perguntar porquê...

(Silêncio)

Pelo céu. Má altura para explicar. Pelo céu, tudo pelo céu. Já te tinha dito, o mundo está-se a acabar e a única coisa que conta é o ponto de vista dos sonhos. (Acaricia os cabelos e a testa da puta. Está gelada. Tira as mãos. A puta morreu. O homem estremece) Tão fria.

(Silêncio)

Tão rápido.

(Silêncio)

E sem um beijo.

(Silêncio)

Não merecia tanto amor, ou merecia?

(Silêncio)

E agora? (Deambula aturdido) E agora? (Despe-se reunindo a roupa e outros objectos num monte. Vomita uma ameaça de chôro. Tira umas notas de um bolso e com um isqueiro pega-lhes fogo para incendiar tudo. Enquanto a pequena fogueira cresce, chega-se junto da puta e abraça-a como se se tivesse convertido numa criança)

A PUTA. (Imóvel enquanto fala) - Porque te abraças aos mortos?

O HOMEM. (Imóvel enquanto fala) - Para estar mais perto dos anjos.

A PUTA. - O teu dinheiro converteu-me num anjo. Agora poderei amar-te eternamente.

O HOMEM. - E eternamente serei corpo.

A PUTA. - Dói-te?

O HOMEM. - Já não. Os castelos deixaram de desfazer-se. O sangue voltou a ser claro.

A PUTA. - Como teria podido viver sem ti?

O HOMEM - Não continues, não tenho dinheiro para mais amor. Queimei-o todo. Bastará recordar o teu corpo gelado. Se queres podes desprezar-me.

A PUTA. - Estou morta. Abre-me os olhos e verás ainda o último reflexo intacto.

O HOMEM. - Mereço-o.

A PUTA. - Não desprezarei o meu irmão, a minha irmã e a minha mãe.

O HOMEM. - Posso ficar?

A PUTA. - E o mundo?

O HOMEM. - A teus pés.

A PUTA. - Tremes?

O HOMEM. - Preciso.

A PUTA. - Vamos!

O HOMEM. - Aonde? Não corras!

A PUTA. - Que os mortos enterrem os seus mortos!

O HOMEM. - Pára!

A PUTA. - Depressa!

O HOMEM. - Espera!

A PUTA. - Vamos!

O HOMEM. - Não consigo, não consigo.

A PUTA. - Olha!

O HOMEM.- O quê?

A PUTA. -Ali, ali, ali!

O HOMEM. - Não corras, não vás, não me deixes!

A PUTA. (A gargalhada da puta, arrepiante pelo seu brilho)

O HOMEM. (O grito do homem, inchado de velocidade)

(Muito silêncio)

O HOMEM. (Reaparece como se nada tivesse sucedido. Remexe as cinzas da fogueira. Quando se volta a puta ressuscitou)

A PUTA. (Olha-o e sorri, ressuscitada)

(Silêncio)

O HOMEM. (Dirige-se a ela e recupera a pistola que lhe entregou)

-7-

A PUTA. - Entra um jovem, quase um menino. Soube que há uma puta que o ama com loucura e que vai morrer por ele. Traz uma rosa branca e eu de propósito cravo em mim uma espinha para que não lhe restem dúvidas sobre o meu amor. Explica-me que a rosa só exala o seu extraordinário perfume depois de morta, ao amanhecer, quando morrem os executados. Perante a sua incredulidade decido penetrar o meu sexo com o talo da rosa e digo-lhe que gosto muito dele. Gosto muito de ti. Paga e vai embora. Sabe que morrerei pela sua pele de recém-nascido. Tiro o talo da flor e com ele um pedaço ensanguentado do meu corpo. Olho-me ao espelho. Já me saíram úlceras nos olhos. Estão inflamados, avermelhados, cobertos por uma grossa lâmina de caspa amarela. Doem-me. Demasiado belo esse menino para ver tão perto. Volta a entrar. Traz muito dinheiro. Paga atirando-o para cima, para que chova, para que seja bonito. Senta-se e olha-me. Quer saber se ele também é capaz de se degolar por mim. Olha-me. Pinta-me um coração partido no peito esquerdo. Mexe a língua na minha boca. Olha-me. Morde-me o colo. Desenha-me lágrimas azuis nas bochechas. Olha-me. Pede-me que chore. Todos pedem. Mas agora tenho de chorar muito porque é como se tivesse o sol ao lado, cegando-me. Digo-lhe: juro que te amarei sempre. Amar-te-ei sempre. O menino espera que se me acabe o chôro e dá-me um beijo feliz pelo juramento. Olha-me. Vai para um canto e desenha-se morto. Desenha como se tivesse seis anos. Encerrou-se dentro de um ataúde. Vestiu-se com uma túnica que deixa as suas costelas transparentes. Cruzou as mãos sobre o ventre. A sua boca é um sinistro esgar de tristeza e o seu cenho é grave. Quando me mostra o desenho caio desmaiada. Ele percebe que a minha desventura é atroz. Assoma à janela e cai.

-8-

O HOMEM. - Vi-o.

A PUTA. - Estava bonito?

O HOMEM.- Não sei. Estava morto.

A PUTA. - Devia devolver-lhe o dinheiro

O HOMEM. - Já vais tarde.

A PUTA. - O seu corpo de menino gigante, os seus olhos transparentes, a sua tristeza, a sua imensa doçura... Estava a sorrir?

O HOMEM. - Não sei. Não sei nada.

A PUTA. - Como é que agora saberá que vou morrer pelo seu sorriso?

O HOMEM. - Não.

(Silêncio)

A PUTA. - Sim. Morrerei.

O HOMEM. - Não.

A PUTA. - Gosto muito de ti.

O HOMEM. - Não entrarão aqui mais homens.

A PUTA. - Gosto tanto deles.

O HOMEM. - Já chega.

A PUTA. - Tanto...

O HOMEM. - Serás só minha.

A PUTA. - Tanto, tanto...

O HOMEM. - Já chega!

A PUTA. - Para mim não chega. Para ti chega? Meu amor.

O HOMEM. - Não sei!

A PUTA. - Se me abandonas morro.

O HOMEM. - Basta!

A PUTA. - Morrerei.

O HOMEM. - E eu? E eu?

(Silêncio)

Tenho de ir, tenho de sair, tenho de comer...

(Silêncio)

Tu não és a puta e eu não sou o homem.

(Silêncio)

Morreremos como todo o mundo, mesmo que o mundo seja eu e o que está ao lado. O mundo acaba todos os dias.

A PUTA. - Gosto muito de ti.

O HOMEM. - Não te empenhes. A beleza corpo a corpo é impossível. E às vezes o corpo é tão gigantesco, tão aterrorizante na sua imensidão.

(Silêncio)

Não somos os proprietários do sofrimento.

(Silêncio)

Vou-me embora.

(Silêncio)

Viveremos felizes sofrendo, dando ao fole como loucos, comendo como porcos. Vamos embora.

(Silêncio)

Será que não posso ter medo?

(Silêncio)

Vamos embora. Podemos passear pelo parque, ir ao cinema, à praia.


A PUTA. (Vai-se, sai)

O HOMEM. - Podemos! Eu posso. Vou-me embora. Ninguém vai morrer por mim porque eu sou repugnante. Ouves-me? Oferecer-te-ei flores, brincos, caixinhas de música, bombons, convidar-te-ei a jantar, escrever-te-ei cartas. Vamos. Vou-me embora. Onde estás? Vamos, vamo-nos embora já.

A PUTA (Entra com uma bandeja sobre a qual treme a brancura dos seus peitos recém-cortados). Aqui tens o meu corpo. Aqui tens a tua inversão. Pagaste e a puta morrerá irremediavelmente. É teu. Toma. Toma-o como o tomaste nessa altura, no dia em que fizeste brotar e desaguaste todos os meus líquidos, quando me converteste em fonte e me deixaste seca, estéril, incapaz de derramar uma só gota de nada, eternamente viúva. Sinto-me tão áspera que o ar faz ruído ao soprar no meu ventre e ao tropeçar contra o papel de lixa. Podia contar todos os meus órgãos porque todos me doem separadamente, porque todos estão rodeados por pequenos desertos que se encravam em forma pequena e arranham com a violência de uma unha traída mas até o sangue que deveriam expulsar por semelhante castigo é um coágulo. Recordo o cheiro das minhas primeiras humidades temperadas, brotando, resvalando, perfumando um prazer torpe ainda, aquele jorrinho tímido que descia até ao joelho e molhava o lençol. Onde estão os lençóis molhados? Onde estão aqueles charcos que transformávamos em mares? Quem descobriu o meu sexo foi o mesmo que o amputou. Já não posso considerar-me mulher. Uma mulher é a carícia que prediz as chuvas do seu amado. Chuvas? Tormentas! Tempestades! Inundações. Quem foge das catástrofes? Às vezes sinto que se me incha o cérebro de pensar tanto nele. Então bebo e bebo até provocar o vómito. Vomitando imagino que vomito todo o suplício. Imagino que ao acordar pela manhã, depois dessa horrível purga alcoólica, vou ser livre, mas comprovo que não só não sou livre mas também que a obsessão se multiplicou pelas minhas já novecentas noites de espantoso cativeiro, e sinto-me velha, suja, disforme, enrugada... Quem pode amar uma criatura assim? Quem pode amar tal monstro? De súbito, como que sacudida por uma loucura precoce, procuro desesperada o lugar do meu corpo onde se aloja o meu antigo amante: esfrego as gengivas até as fazer sangrar, lavo-me com água a ferver para ver se a minha pele se esfola, introduzo os dedos no meu sexo procurando alcançar o fundo do útero, ensaboo os olhos para chorar ainda mais. Talvez seja nos meus olhos que tenho cravados os seus beijos. Mas esgotada após tanta procura inútil, apenas desejo encontrar um lugar onde possa morrer, ir embora com a serenidade com que os elefantes caminham para o cemitério. Aí chegada não comeria nem beberia. Morreria por fim, e a última imagem, a miragem estentórea da inanição e da desidratação, seria o seu sexo mutilado dentro da minha boca, quase penetrando-me a garganta, derramando o seu líquido morno. Tudo começou com uma terrível missa de defuntos. Olhos vendados antes de pisar o altar, muitos lençóis brancos. A beleza tornou-se maldita e agora é impossível ouvir aquela missa sem destroçar o coração. Antes de havê-la feito sonhar deveríamos ter compreendido que era música de mortos. E ainda me pedes que não morra. Para não morrer de amor! Morrerei quantas vezes seja preciso até que não fique nem um só homem no mundo pelo qual não me tenham enterrado, até que não tenha vendido toda a dor, esta dor infinita. Que não morra! Não vês? Não vês que tenho de morrer?

O HOMEM. (Cai de joelhos abraçando-se aos pés da puta com um beijo)

-9-

VOZ DA PUTA.- Agora que todos sabem que posso matar-me por amor em qualquer momento, agora, terão que pagar o dobro para que não me mate.