Dijo que hay
cosas de las que ya hemos empezado a despedirnos. Esa botella que hoy se rompe
al caer de la mesa, ¿es la misma que él rompió de niño, en un descampado,
jugando a inaugurar casas abandonadas como si fueran barcos? Busca la
precisión, y se pregunta en qué momento exacto se abandona la infancia. Pero
hay cambios que no conocen la especificidad. Hay quien llama transformación a
esto. Piensa que una transformación es siempre dolorosa, porque involucra los
trabajos del cuerpo. Metamorfosea la piel en rama, en pluma, en una extensión
mayor de piel: el hueso, en hueso largo; la botella de entonces, en la que
ahora ve caer de la mesa, hacerse añicos, convertirse en decenas de vidrios
aristados. La forma se divide en otras formas singulares. El recipiente se
disgrega, el líquido se derrama. En el vidrio homogéneo de un espejo se
proyecta un cuerpo que ha cambiado de tamaño. Se despidió de la planicie de su
pecho. Se despidió de la pequeñez. Entró, sin estridencias, en el régimen
tranquilo de la lamentación, con la confianza de que eso que una vez leyó tal
vez sea cierto: «no lloro lo perdido, Señor. Nada se pierde».
Disse que há coisas das quais já nos começamos a
despedir. Aquela garrafa que hoje se partiu ao cair da mesa, é a mesma que ele
quebrou quando era menino, num descampado, brincando a inaugurar casas
abandonadas como se fossem barcos? Procura a precisão, e pergunta-se em que
momento exato se abandona a infância. Mas há mudanças que não conhecem a
especificidade. Há quem chame transformação a isto. Pensa que uma transformação
é sempre dolorosa, porque envolve os trabalhos do corpo. Metamorfoseia a pele
em ramo, em pena, numa extensão maior de pele: o osso, em osso longo; a garrafa
de então, na qual agora vê cair da mesa, desfazer-se em pedaços, converter-se
em dezenas de vidros em aresta. A forma é dividida em outras formas singulares.
O recipiente desagrega-se, o líquido derrama-se. No vidro homogéneo de um
espelho projeta-se um corpo que mudou de tamanho. Despediu-se da planície do
seu peito. Despediu-se da pequenez. Entrou, sem estridências, no regime
tranquilo da lamentação, com a confiança de que aquilo que uma vez leu talvez
seja certo: «não choro o perdido, Senhor. Nada se
perde».