Mostrar mensagens com a etiqueta cristina bergoglio. Mostrar todas as mensagens
Mostrar mensagens com a etiqueta cristina bergoglio. Mostrar todas as mensagens

27 outubro 2010

cristina bergoglio

Crónica De Una Calle Porteña

Rompían los perros las veredas con sus falos.           
Se presentaron dos tipos de barbas ausentes. Una luna verdosa se colgaba del techo y la esquina era un solo cuchillo.
Rodaban por las calzadas las perezas de los gatos. Sonaba un tango cortado por las uñas. Hasta que el malevaje tomó cartas en el asunto y la muerte bailó su última milonga.
Había llanura en las afueras. Había grito de sexo filtrado por los vidrios. Había farolas que atestiguaban el hecho, y el hecho era precisamente una masacre entre dos mundos.
La noche bordeaba una cornisa en la que los búhos alimentaban a sus crías.
El primer hombre vino absuelto de madres y de infancias. Acuñado en el semen de mujeres torvas. El segundo resbalaba de cuatro generaciones de matones apocados, ancho de vientre y angosto de sesos. Se odiaban hace tiempo, concretamente hace dos días; por causa de una falda escurridiza. Habían decidido matarse como Dios manda, o mejor dicho como Dios sugiere: a puñalada limpia, sin sobrantes ornatos como suele sobrar en las matanzas de los pitucos.
Ella, Mirtha, despachaba vinos rojos y otras ácidas aguas detrás, de una barra en un bar roto ya de sucio. Tenía un hijo y el hijo no tenía padre. Porque el que sembró en su útero se largó a rumiar en otros pastos.
El primer guapo llegó esa noche con un clavel coronándole la oreja. Abrió la puerta con la fuerza de un caballo. Penetró en el hedor del cuarto. Se llenó de ojos, de ojitos, de ojazos.
Acarició con elegancia el lomo del cuchillo que dormía alerta en su cintura.            
El otro guapo besaba el cuello de la moza, no precisamente era un beso.
Más bien una succión desenfrenada de la sangre.             
Cuando el hombre que acababa de adentrarse en el bar acercó sus pies cuadrados a la barra, soltó un vozarrón de relámpago: Largá a la Mirtha o te mato.
Se declararon la guerra, o al menos se declararon la muerte.   
Ella dormía su sueño postergado por tanto vender las caderas, a varios metros del suceso. Ignorante total de la gestación de este odio que barnizaba los muros en su nombre.           
Amanecía ya y aún el azar dominaba la comunión de los cuchillos. Se caían a pedazos, jirones de camisas y hombrías. En el aire nadaba el sudor del tango. Una pena milenaria ampollaba las manos. No se definía ganador ni macho merecedor de la gloria.      
Verlos daba susto de tanta sangre. O risa de tanta idiotez destilando por los poros. Hay que tener ganas de perder elaliento por un par de piernas, o por lo que se agazapa entre ellas          
Así se cobraba los hijos la Muerte en aquellos rancios años. A zarpazo preciso. Es que no había tiempo para andarse con mariconadas.           
¿Quién quedó?. Qué puede importar. El que se llevó los huesos aún moviéndose no tiene no mbre, ni casta, ni estirpe.       
Lo que importa es que Buenos Aires tiene ese ruido en las bisagras.         
Ese modo oscuro de abreviar, en el río de una calle, la suerte de sus reos.

Crónica De Uma Rua Ao Pé Do Porto

Rompiam os cães as veredas com os seus falos. Apareceram dois tipos de barbas ausentes. Uma lua esverdeada pendurada no teto e a esquina era apenas uma faca.
Rodavam pelas calçadas as preguiças dos gatos. Ouvia-se um tango cortado pelas unhas. Até que o bando se meteu no assunto e a morte bailou a sua última milonga.
Havia planura nos subúrbios. Havia gritos de sexo filtrados pelos vidros.
Havia candeeiros que testemunhavam o incidente e o incidente era precisamente um massacre entre dois mundos.
O primeiro homem vinha absolto de mães e infâncias. Cunhado no sémen das mulheres turvas. O segundo resvalava de quatro gerações de brigões humilhados, largo de ventre e estreito de miolos. Odiavam-se há algum tempo, mais precisamente há dois dias; por causa de uma saia escorregadiça. Tinham decidido matar-se como Deus manda, ou melhor, como Deus sugere: punhalada limpa, sem os sobrantes ornamentos como é de uso na matança dos porcos.
Ela, Mirtha, despachava vinhos tintos e outras ácidas águas por detrás de um balcão já estragado pela sujidade. Tinha um filho e o filho não tinha pai. Porque o semeador do seu útero foi ruminar para outros pastos.             
O primeiro rapaz chegou nessa noite com um cravo a coroar-lhe a orelha. Abriu a porta com a força de um cavalo. Penetrou no fedor do quarto. Encheu-se de olhos, olhinhos, olhões.
Acariciou com elegância o lombo da faca que dormia alerta na sua cintura.
O outro rapaz beijava o pescoço da moça, não era exactamente um beijo. Antes uma sucção desenfreada do sangue.      
Quando o homem que acabava de entrar no bar aproximou os seus pés quadrados do balcão, soltou um vozeirão de relâmpago: Larga a Mirtha ou mato-te.              
Declararam-se guerra ou, pelo menos, declararam-se morte.
Ela dormia o seu sono postergado de tanto vender as ancas, a alguns metros do acontecimento. Totalmente ignorante do desenvolvimento desse ódio que envernizava as paredes em seu nome.
Já amanhecia e ainda o acaso dominava a comunhão das facas. Caíam aos bocados pedaços de camisa e brios. No ar nadava o suor do tango. Uma desgraça milenar formava uma ampola nas mãos. Não se definia vencedor ou macho merecedor da glória.           
Vê-los assustava por tanto sangue. O riso de tanta estupidez destilando pelos poros. Há que ter muita vontade de perder a vida por um par de pernas ou pelo que se agasalha entre elas.
Assim os filhos eram cobrados pela Morte naqueles rançosos anos. À porrada se fosse preciso. Não havia tempo para estar com mariquices.
Quem ficou? Não importa. O que levou os ossos ainda a mexer não tem nome, nem casta, nem estirpe.
O que importa é que Buenos Aires tem esse ruído nas dobradiças das portas.
Esse modo obscuro de abreviar, no rio de uma rua, o destino dos seus réus.