26 junho 2021

florencia del campo

 

Mis hijos ajenos


No vine a ser madre, vine

a tener mil hijos y ninguno es mío;

vine a la vendimia a recoger uvas,

trabajo temporario,

y a brindar con otra cepa

cuando haya una ocasión.


No vine a escuchar que soy egoísta


por no ser madre, ni a

que me lo digan mil veces,

por cada hijo que tuve;

vine a recoger el manto

que tapaba un género,

trabajo femenino,

para vestir a otra generación.


Tengo mil hijos y ninguno es mío.


Todos mis hijos ajenos

me recuerdan que vine a

ser madre,

trabajo de escritura,

y a tacharlo todo, renglón

a renglón.



Meus filhos dos outros


Não vim para ser mãe, vim

para ter mil filhos e nenhum é meu;

Vim para a vindima colher uvas,

trabalho temporário,

e para brindar com outra cepa

quando houver uma ocasião.


Não vim para ouvir que sou egoísta


por não ser mãe, nem para

que mo digam mil vezes,

por cada filho que tive;

Vim buscar o manto

que cobria um género,

trabalho feminino,

para vestir outra geração.


Tenho mil filhos e nenhum é meu;


Todos os meus filhos de outros

lembram-me que vim para

ser mãe,

trabalho de escrita,

e para riscar tudo, linha

por linha.


24 junho 2021

melissa olivares

 

1. A Michel Foucault


Toma una piedra

no la arrojes a ningún lado

no sirve para el daño

Toma una piedra

clava cualquier objeto en ella

llénala de agua hasta volverla sal

o arena o algo en partículas o particular

así tu vida será menos ansiosa de ser más grande de lo que te da el tamaño

Ahora, recuerda la piedra

recuerda que la dañaste, que la llenaste de agua cuando no quería

que le clavaste objetos para sentir que podías pasar por lo impenetrable

por lo dúctil de su condición

Entonces, luego de todo eso

cúlpate por dañarla

busca otra nueva,

vuelve a hacer la regla de la desaparición particular

y no cuentes que el que se mataba cada vez eras tú



1. A Michel Foucault


Pega numa pedra

Não a atires para nenhum lado

não serve para o dano

Pega numa pedra

crava qualquer objeto nela

enche-a de água até que se torne sal

ou areia ou algo em partículas ou particular

assim a tua vida será menos ansiosa em ser maior do que te dá o tamanho

Agora, lembra-te da pedra

lembra-te que a magoaste, que a encheste de água quando ela não queria

que lhe cravaste objetos para sentir que podias passar pelo impenetrável

pelo dúctil da sua condição

Então, depois de tudo isso

Culpa-te por a magoares

procura outra nova,

volta a fazer a regra do desaparecimento particular

e não digas que quem se matava todas as vezes eras tu


22 junho 2021

piedad bonnett

 

De tarde en tarde


A mi madre le gusta ir a ese café de sobrias lámparas,

pedir galletas de vainilla,

tomar dos tazas de té negro con parsimonia

como un acto ceremonial.

Hoy la he traído, pues, cediendo al gesto filial mi tarde laboriosa.

Tras los enormes ventanales vemos correr la vida afuera

mientras hablamos de otros días

y la tibieza del lugar sugiere que la felicidad no es más que esto.

De repente

como recuperando las palabras de un sueño

ella dice: “Qué lástima que todo se termina”.

Lo dice con sonrisa liviana, pues sabe

que ser trascendental no conviene a la tarde.

(Mi madre cumplió setenta y cuatro años

y alguna vez fue bella).

Al fondo de las tazas el té pinta sus signos.

Yo no sé qué decir.

Miramos la avenida, las caras planas de los transeúntes,

los árboles que callan. Anochece.



De tarde em tarde


A minha mãe gosta de ir àquele café de sóbrias lâmpadas,

pedir biscoitos de baunilha,

tomar duas xícaras de chá preto com parcimónia

como um ato cerimonial.

Hoje trouxe-a, pois, cedendo ao gesto filial a minha tarde labutante.

Através das enormes janelas vemos correr a vida lá fora

enquanto falamos de outros dias

e a mornidão do lugar sugere que a felicidade não é mais que isto.

De repente

como recuperando as palavras de um sonho

ela diz: "Que pena que tudo acabe".

Di-lo com um sorriso leve, pois sabe

que ser transcendental não convém da parte da tarde.

(Minha mãe completou setenta e quatro anos

e já foi bela).

No fundo das chávenas, o chá pinta os seus sinais.

Não sei o que dizer.

Olhamos a avenida, as caras planas dos transeuntes,

as árvores que calam. Anoitece.




20 junho 2021

rita baldassarri

 

La piazzola…


La piazzola incassata tra mura

è abitata da gatti che vivono sdraiati:

sono cenci nell’erba.

Hanno un’aria distratta

e se li chiami non alzano il capo

come se trascinassero un dolore

soltanto loro, che gli altri non sanno.

Alla base del tronco, schiacciato contro terra,

un gatto nero e rosso

si perde tra le foglie arrugginite.

Sul tronco, in pieno sole, corre una mano d’ombra

che lo ingrandisce, stringe.

Il tronco maculato si gonfia scuro e s’alza come bestia

che sbuchi tra le foglie

a curiosare nei giardini chiusi

dove la gente siede, nelle notti d’estate, per la veglia.

Tutte le piante soffiano arrancando per la scalata al cielo

e il cielo è un orto seminato a stelle

che germogliano al caldo dei polloni di luce.

L’albero s’indurisce nella notte:

solo la chioma è un’onda di calore

dove allargano chiari cerchi d’acqua: occhi di gatto.

Un motore lontano fa la fusa

e si struscia, tremando, sulla notte.

È qualcosa che stacca o che non c’è mai stato.

Ci ritroviamo in una nicchia d’erba

con un’ombra appuntita

a ronfare la luce.



A praceta


A praceta encaixotada entre paredes

está habitada por gatos que vivem recostados:

são trapos na relva.

Erigem um ar distante

e se os chamarem não levantarão a cabeça

como se arrastassem uma dor

só deles, que os outros desconhecem.

Na base do tronco, esmagado contra a terra,

um gato preto e vermelho

perde-se entre as folhas oxidadas.

Sobre o tronco, em pleno sol, corre uma mão de sombra

que o amplia, aperta.

O tronco manchado incha escuro e levanta-se como uma besta

que saísse de entre as folhas

para indagar nos jardins fechados

onde as pessoas se sentam, nas noites de verão, para passar a noite.

Todas as plantas bufam mancando na escalada para o céu

e o céu é uma horta semeada de estrelas

que germinam no quente dos rebentos de luz.

A árvore torna-se dura à noite:

Apenas o copo é uma onda de calor

onde se alargam claros círculos de água: olhos de gato.

Um motor ao longe ronrona e esfrega-se, tremendo, contra a noite.

É uma coisa que se desprende ou que nunca esteve.

Encontramo-nos em um nicho de relva

com uma sombra pontiaguda

para zumbir a luz.


18 junho 2021

camilia sosa villada

 

Helsinki


Hay que agradecer al hombre que tuvo la idea de poner un banco frente al mar.

Y al obrero que lo ancló al cemento de la vereda y tal vez suspiró al terminar su trabajo

y miró el paisaje que ahora contemplo: el mar Báltico y los barcos que lo cruzan.

Y el templo que hicieron esas manos a las cuales rendirles honor.

Las manos que tomaron las herramientas, cavaron en la tierra, sembraron los árboles, y recogen las hojas cuando comienza el frío,

sin quemarlas jamás, las dejan volver a la tierra.


Helsínquia


Temos que agradecer ao homem que teve a ideia de pôr um banco em frente ao mar.

E ao operário que o ancorou ao cimento da calçada e talvez tenha suspirado ao terminar seu trabalho

e olhou para a paisagem que agora contemplo: o mar Báltico e os navios que o cruzam.

E o templo que fizeram essas mãos às quais prestar homenagem.

As mãos que pegaram nas ferramentas, cavaram a terra, semearam as árvores, e recolhem as folhas quando começa o frio,

sem nunca as queimar, deixam-nas voltar à terra


 … lo cierto es que la poesía no admite técnicas ni métodos. Busca el vacío. De esa sensación de impotencia, de invalidez frente a lo absurdo de escribir un poema, extraigo un aprendizaje. No se llega al poema sabiendo algo, se entra en él completamente ignorante y se sale de él más ignorante aún.

... a verdade é que a poesia não admite técnicas nem métodos. Procura o vazio. Dessa sensação de impotência, de invalidez diante do absurdo de escrever um poema, extraio uma aprendizagem. Não se chega ao poema sabendo algo, entra-se nele completamente ignorante e sai-se dele mais ignorante ainda.


16 junho 2021

camila fabbri

 

Nacimiento

1.

Cada vez que una persona me dirige la palabra le es imposible no detenerse en mi cicatriz fina, con forma de corvina. Instantáneamente después, me pregunta por Pedro.

2.

Lo conocí cuando era muy chica. Teníamos veintipocos. Charlábamos bajo el rayo de sol de una plaza. No pasó mucho tiempo, Pedro largó unos cuantos chistes y ahí me mostró su hazaña. Me contó que llevaba una capa imaginaria para protegerse de algunas cosas. Entre rubores, me dijo que yo podía ser una de esas cosas. Capa invisible, pero eficiente.

Sin nada más que su cuerpo de hombre, no recién nacido pero casi, se tiró de una columna que había en una escuela de educación primaria, cercana a la plaza. La altura no era de temer, pero la caída podía dar pies rotos. Se arrojó, el hombre. Boca abajo, el pelo rubio embarullado sobre la nuca.

Pasó el tiempo, que fue poco.

Yo lo espiaba desde arriba. Se me volaba el pelo con el viento que provocaba la multitud en la plaza. “Pedro” le decía yo, “Oh Pedro”. Parecía que alguien me había puesto ahí, las piernitas tiesas. “Pedrinho, ¿estás bien? ¿No te habrás muerto, no?”

El tapado violeta se me corre, no deja nada al descubierto porque soy joven y como joven que soy, me visto viejo. Porque todo me tapa, porque me avergüenzo fácil, y mi madre coopera con el ocultamiento. Si estuvieras muriendo, ahí abajo, ¿no sería interesante, incluso apasionado, que pudieras verme las rodillas? Pero no. Tapado eterno.

Así de rubio como era cuando lo conocí, estaba vivo. El piso de la plaza brillaba de sangre. La primera sangre que vi de Pedro. La de las fosas nasales. Se dio vuelta y me dedicó una mirada. Después llegó la sonrisa. Siempre venía una sonrisa cuando instantes antes había líquido. Así de unidos, los tópicos. La sangre y la alegría formaban en Pedro un unicato.

En ese primer momento me asusté un poco. Quise pensar en qué me estaba metiendo con ese chico. La mayoría de mis amigos me aconsejaba estático, es decir, dejaban en mí la decisión de entrar allí –en la relación anómala– o de escapar hacia un rumbo más estable. Y con él, pura pereza la mía, pero con él ya había una comunidad.

Pedro ya quería tenerme. Había hecho en mí una elección. Me sumo como perro a tu jauría, Pedro, y vamos.

No pasó mucho tiempo hasta que empezamos a divertirnos. No voy a mentir. Fue un tiempo en que dejé de viajar al campo para visitar a mi familia. Dejé de asistirles. Ellos tenían ocupaciones más reales. Las ocupaciones se les hacían visibles, y como a mí ya no me ponían encima los ojos, era más propensa al olvido. Dejé de usar el tapado violeta. Quedaba en casa haciéndoles compañía a los progenitores en lo melancólico.

Un día tenía miedo. Me desperté así. Se me había calado la voz de mi mamá en el pecho. Cuando hablaba, la oía. Mi voz era la de ella, estaba opacada por su tono. En mi pecho se batallaban personalidades. Sabía que yo era yo y que ese era Pedro, pero no podía oírme.

Retomamos el tema de las capas. Pensar en la capa como superhéroes de la ciudad nueva. Me agarró de la mano y corrimos. En la calle, un colectivo verde. No recuerdo la cifra. Corrimos fuerte. Nos agachamos. El colectivo pasó por delante nuestro y en un envión, nos tiramos. Lo primero que pasó fue que nos raspamos grave las espaldas. Las nucas. Nuestros pelos fueron a parar debajo de una de las ruedas de adelante. Hicimos ruido. También el transporte. Lo que más oí fue el ruido de nuestras pieles quebrando. Los gritos de alguna persona. Era día de semana. Lo segundo que pasó fue que la mano de Pedro me dejó de agarrar. Eso no me gustó nada. Con la fuerza de envión era lógico que algo de eso pasara. Lo tercero que pasó fue que no morimos. Ese fue nuestro primer intento. Un éxito.

Después de tirarme debajo del colectivo verde, dejé de oírla a mi mamá. Estaba curada.

Había tardes en que nos tirábamos debajo de autos civiles. Las espaldas siempre rotas. No quiero hablar del después, cuando hacíamos reposo para curarnos. El después casi no existía. Duraba poco, y al instante después, estábamos otra vez accionando. Estar de novia para mí era eso: el estado de alerta.

Lo que hacíamos también era morder los cordones de la calle. Había que ver cómo se nos ponían las encías, de rosadito a rojo intenso. Como el ejercicio de la uña de una mujer adulta sobre el cachete de un nenito. Mordíamos la acera y después nos besábamos. El contacto era cálido y húmedo.

Placer teníamos. Cuerpo, todavía. También teníamos unión. En la ventana de la cocina se asomaba un gato. Nuestras sangres, medio rosas, brillaban. Después, de noche, ya nada brillaba. Todo se quedaba quieto.

Arriba de autos en movimiento nos tiramos unas diez veces. Inocentes nunca hubo. En un romance nunca hay.

Nos gustaba la limpieza. Sobre todo, cómo se veían nuestros rostros lavados después de los golpes. Se nos veía la vida así, se nos veían los años. Pedro llenaba de jabón la loza de la bañadera. Nos metíamos con el agua que hervía. Sentíamos cómo quemaba la piel joven debajo de la ducha. Una vez Pedro resbaló y dio entera la mandíbula en la esquina de la bañadera. Las botellas de shampoo y crema de enjuage le dieron de lleno en la cabeza. Yo lo miré. Me seguí quemando. Fueron unos quince minutos que duró su dolor. Después se despertó y nos besamos. Estaba mareado. Se perdió mucha agua. Lo premié con un empujón y se volvió a caer. Me llevó consigo. A mí me faltaba cabello. A él, dientes.

3.

Una madrugada lo vi quieto. El recorte de su cuerpo de espaldas con algo de luz que venía de afuera. El vidrio me permitía reconocerlo a Pedro. Ese no fue un momento agradable. Lo que creo que fue un sueño nos mostraba, a él y a mí, como dos animales de cuatro patas. Dos ejemplares que yo no había visto nunca. Eran más bien cosa inventada. Muy peludos en algunas partes, muy pelados en otras. Éramos dos ejemplares únicos que andaban de a ratitos. En la quietud también se parecían. Nuestro estado estático parecía calcado. Me empecé a cansar de la tonalidad de los moretones.

Pasaron unos cinco años. Yo estaba venida a menos. La mayoría de los atardeceres los dedicaba a mirarle la silueta quieta a Pedro. En la espalda, autopistas y rutas de cicatrices. No había cosa más decorativa que esos dibujos puestos ahí. Autoinducidos. Dentro de un rapto de virilidad me dejó un hijo dentro. Dejamos de lado los autos. Me abrió las piernas y ahí, el descargo. Quedé dolorida. Salí ilesa.

Ahora los momentos de plenitud de la pareja se veían dificultados por la llegada de un tercero. Por eso aquel sueño de deformidad, las criaturas de cuatro patas y nosotros.

El médico de cabecera había sido muy estricto. “Yo no sé bien por qué tantas heridas. Lo que sé, es que, cuando el que va a nacer empieza a formarse, el cuerpo es santo”.

El médico habló de santidad y de chupetes.

A mi mamá y a mi papá los pensé recortados en la ventana de una casa amarilla, y detrás de ellos, la tormenta eléctrica. No les conté las novedades.

Me cambié el peinado. Tenía que andar con los pelos cortitos porque mucho no me quedaba. Pedro festejaba que yo diera lástima, se le derretían los cachetes, entraba en calor.

Hacía meses que no practicábamos lo nuestro. Pedro estaba viejo. El rostro se le entrecortaba. No había rastros de sangre. Solamente en el freezer teníamos los restos. Congelados, nuestros mejores momentos. Las dos semanas de quietud fueron su tristeza. Una mañana caminando por la calle intentó arrojarse sobre una bicicleta a motor. Yo también quise. Me acaricié la panza y hubo silencio. Seguimos caminando.

Caminé sola muchas veces. Me gustaba andar por la ciudad tentada de arrojarme. De marearme y de morder banquinas a la luz del sol. Pasé cerca del zoológico pero no entré. No quería gastar plata en esas cosas. Me asomé por una hendija y ahí vi dos criaturas. Se parecían a las de mi sueño. Dos castores peludos. Tenían todos los organitos agrupados donde debían ir. Ojos en lugar de ojos, manos, cuatro patas sobre la tierra. Estaba claro que nada mío había ahí, porque estaban bien formados.

Pensé en el hijo de Pedro y en la sangre derramada.

Cualquier problema con un feto podría resolverse con sangre. Teníamos de sobra en la heladera. El pasado congelado en el freezer también era una especie de futuro. También era una especie.

Me alejé del zoológico. Esperé que cambiara el semáforo. No estaba apurada. El vestido que llevaba puesto volaba hacia un costado, igual que mi pelo. La maternidad lo hacía crecer. Yo no estaba eligiendo mi mundo. Ahora había clima impuesto. Iba a haber un hijo.

Crucé la avenida. Una llanura. El desaliento que causan las avenidas. Parecido a lo que pasa detrás de una casa en un campo. Pero yo no tengo campo. Mi mundo es la ciudad, la pertenencia con Pedro. Todo está tan quieto acá. Ahora soy tan normal. Tan como la gente que está bien.

La abertura de la avenida y yo cruzándola.

En la vereda de enfrente venía caminando una mujer que se me parecía. La humedad del clima le causaba lo mismo que a mí en el pelo. Teníamos puesto un vestido del mismo modelo. Caminaba hacia mí. Cruzaba la avenida con la misma mirada desanimada. Íbamos a chocarnos.

Era mi madre.

Ahora que había dejado de verla, después de tanto tiempo. Ahora me daba cuenta que mi madre se me parecía. La distancia nos había vuelto calcos. Yo estaba impecable. Apenas unos raspones debajo de los ojos. Unas heridas cosidas en las piernas. Y debajo de los pechos un hijo esférico. Tardamos en percibirnos. Si se trataba de hermandad o madrerío. Se ve que estábamos muy ocupadas porque el semáforo cambió. Cumplió su función de máquina.

4.

Mi madre me miraba con ojos de lágrimas. Yo no tenía miedo. Tantas veces me había arrojado a los semáforos colorados. Y mi madre ahora que era algo joven y yo que era algo viejo. De nada se daba cuenta porque me miraba. Miraba el paquete entero. Las lastimaduras y el embarazo. Era un atardecer perfecto en el cielo. Un montón de autos hambrientos se nos venía encima, y yo, con toda la paz junta que me había enseñado Pedro.

Me agaché. Sabía que así estaba fuera de peligro. ¿Alguien conducía los autos? ¿Alguien se apiadaba de mi madre?

Una camioneta brillosa la tomó entera. En los ojos de ella se veían bien nítidas dos cosas: el reclamo y el trastorno. Los dos sentimientos eran fuertes y eran míos. El auto la tomó y ella voló. Se la llevaron los aires por un instante. Después cayó. Hubo otra vez líquido sobre el pavimento. Me quedé quieta. Sonaron bocinas. Corrieron personas. En la panza se me abultaba algo que se movía. Todo estaba vivo. Cerré los ojos un instante y lo primero que vi no fue un sueño. La nuca de mi madre era pura tormenta eléctrica.



Nascimento

1.

Sempre que alguém me dirige a palavra não consegue deixar de se fixar na minha cicatriz fina, em forma de corvina. Instantaneamente depois, pergunta-me pelo Pedro.

2.

Conheci-o quando era muito miúda. Tínhamos vinte e tal. Falávamos debaixo do raio de sol de uma praça. Não foi preciso muito tempo para que Pedro borbulhasse algumas piadas e por aí me ilustrasse a sua façanha. Contou-me que andava com uma capa imaginária para se proteger de algumas coisas. Entre rubores, disse-me que eu podia ser uma dessas coisas. Capa invisível, mas eficiente.

Sem outra coisa que não o seu corpo de homem, não recém-nascido mas quase, lançou-se de uma coluna que havia numa escola primária ao pé da praça. A altura não era de temer, ma a queda podia partir o pés. Atirou-se, o homem. De frente para o olo, o cabelo loiro desgrenhado sobre a nuca.

Passou o tempo, que foi pouco.

Espiava-o cá de cima. Voava-me o cabelo com o vento que provocava a multidão na praça. “Pedro” dizia-lhe eu. “Oh Pedro”. Parecia que alguém me tinha posto ali, as perninhas hirtas. “Pedrinho, estás bem? Não te mataste, pois não?”

O casaco roxo cobre-me toda, não deixa nada a descoberto porque sou jovem e como jovem que sou, visto roupa velha. Porque tudo me tapa, porque me envergonho facilmente, e a minha mãe coopera com a ocultação. Se estivesses a morrer, aí em baixo, não seria interessante, até sensual, que pudesses ver os meus joelhos? Mas não. Tapume eterno.

Assim tão louro como era quando o conheci, estava vivo. O chão da praça brilhava de sangue. O primeiro sangue que vi do Pedro. O das fossas nasais. Virou-se e dedicou-me um olhar. Depois veio o sorriso. Sempre vinha um sorriso quando instantes antes era líquido. Tão unidos, os temas. O sangue e a alegria formavam no Pedro um unicato.

Nessa primeiro momento assustei-me um pouco. Pus-me a pensar no que me estava a meter com aquele rapaz. A maioria dos meus amigos aconselhava-me em estático, quer dizer, deixavam comigo a decisão de entrar ali – na relação anómala – ou de escapar para um rumo mais estável. E com ele, pura preguiça minha, mas com ele já havia uma comunidade.

Já Pedro me queria ter. Em mim tinha feito uma escolha. Adiro como cão à tua matilha, Pedro, e vamos.

Não demorou muito até começarmos a divertir-nos. Não vou mentir. Foi um tempo em que deixei de ir ao campo para visitar a família. Deixei de estar lá. Eles tinham ocupações mais reais. As ocupações tornavam-nos visíveis e como a mim já não me punham os olhos, estava mais propensa ao esquecimento. Deixei de usar o casaco roxo. Ficava em casa fazendo companhia aos pais em melancolia.

Um dia tive medo. Acordei assim. Tinha-se-me calado a voz da minha mãe no peito. Quando falava, ouvia-a. A minha voz era a dela, estava imbuída pelo seu tom. No meu peito travavam-se batalhas de personalidades. Sabia que eu era eu e que aquele era o Pedro, mas não conseguia ouvir-me.

Retomamos o tema das capas. Pensar na capa como super heróis da cidade nova. Pegou-me na mão e corremos. Na rua, um coletivo verde. Não me lembro quantos. Corremos bem. Agachámo-nos. O coletivo passou por nós e em desafio, saltamos. A primeira coisa que aconteceu foi rasparmos bem as costas. As nucas. Os nossos cabelos foram parar debaixo de uma das rodas da frente. Fizemos barulho. Também o transporte. O que mais ouvi foi o barulho das nossas peles a partir. Os gritos de uma pessoa. Era um dia de semana. A segunda coisa que aconteceu foi que a mão do Pedro me deixou de agarrar. Não gostei nada disso. Com a força do empurrão era lógico que alguma coisa se tinha passado. A terceira coisa que aconteceu foi que não morremos. Essa foi a nossa primeira tentativa. Um êxito.

Depois de me atirar para baixo do coletivo verde, deixei de ouvir a minha mãe. Estava curada.

Havia tardes em que nos atirávamos para debaixo de carros civis. As costas sempre partidas. Não quero falar do depois, quando praticávamos descanso para nos curar. O depois quase não existia. Durava pouco, e no instante seguinte, estávamos outra vez em ação. Estar namorada para mim era isso: o estado de alerta.

O que fazíamos também era morder os atacadores da rua. Tinha que ver como nos punham as gengivas, de rosadinho a vermelho intenso. Como o exercício da unha de uma mulher adulta sobre a bochecha de um menino. Mordíamos a calçada e depois beijávamo-nos. O contacto era quente e húmido.

Prazer tínhamos. Corpo, ainda. Taambém tínhamos união. Na janela da cozinha assomava um gato. Os nossos sangues, meio róseos, brilhavam. Depois, de noite, já nada brilhava. Tudo ficava quedo.

De cima de carros em movimento atirámo-nos umas dez vezes. Inocentes nunca houve. Num romance nunca há.

Gostávamos da limpeza. Sobretudo de como se viam os nossos rostos lavados depois dos golpes. A vida via-nos assim, os anos nos viam. Pedro enchia de sabão a louça da banheira. Metíamo-nos na água que fervia. Sentíamos como queimava a pele jovem debaixo do chuveiro. Uma vez Pedro escorregou e bateu com a mandíbula inteira na esquina da banheira. Os frascos de champô e creme de enxaguar acertaram-lhe em cheio na cabeça. Olhei-o. Continuei a queimar-me. Foram cerca de quinze minutos que durou a sua dor. Depois acordou e beijamo-nos. Estava nauseado. Tinha perdido muita água. Premiei-o com um empurrão e voltou a cair. Levou-me com ele. A mim faltavam-me cabelos. A ele, dentes.

3.

Uma madrugada vi-o quedo. O recorte do seu corpo de costas com alguma luz que chegava de fora. O vidro permitia-me reconhecer Pedro. Esse não foi um momento agradável. O que julgo ter sido um sonho mostrava-nos, a ele e a mim, como dois animais de quatro patas. Dois exemplares que eu nunca tinha visto. Eram antes uma coisa inventada. Muito peludos em algumas partes, muito pelados noutras. Éramos dois exemplares únicos que andavam de um lado para o outro. No sossego também eram parecidos. O nosso estado estático parecia calcado. Comecei a cansar-me da tonalidade das pisaduras.

Passaram uns cinco anos. Eu estava em mau estado. Dedicava a maioria dos entardeceres a olhar para a silhueta queda de Pedro. Nas costas, autoestradas e rotas de cicatrizes. Não havia coisa mais decorativa que esses desenhos ali colocados. Auto-induzidos. Dentro de um rapto de virilidade deixou-me um filho dentro. Pusemos de lado os carros. Abriu-me as pernas e aí, a descarga. Fiquei dorida. Saí ilesa.

Agora os momentos de plenitude do casal estavam dificultados pela chegada de um terceiro. Por isso aquele sonho de deformidade, as criaturas de quatro patas e nós.

O médico de cabeceira tinha sido muito estrito.

Eu não sei bem o porquê de tantas feridas. O que sei, é que, quando o que vai nascer começa a formar-se, o corpo é santo”.

O médico falou de santidade e de chupetas.

À minha mãe e ao meu pai pensei-os recortados na janela de uma casa amarela, e por trás deles, a tempestade elétrica. Não lhes contei as novidades.

Mudei de penteado. Tinha de andar com os cabelos curtinhos porque não me ficara muito. Pedro festejava que eu desse pena, derretiam-se-lhe as bochechas, entrava em calor.

Há meses que não praticávamos nada. Pedro estava velho. O rosto tornava-se irregular. Não havia rastos de sangue. Só no congelador tínhamos os restos. Congelado, os nossos melhores momentos. As duas semanas de sossego foram a sua tristeza. Uma manhã, caminhando pela rua, tentou atirar-se para uma bicicleta a motor. Eu também quis. Acariciei a barriga e fez-se silêncio. Continuamos a caminhar.

Caminhei sozinha muitas vezes. Gostava de andar pela cidade com a tentação de me atirar. De me nausear e de morder valetas à luz do sol. Passei ao pé do zoológico mas não entrei. Não queria gastar dinheiro nessas coisas. Espreitei por uma fenda e vi duas criaturas. Pareciam-se com as do meu sonho. Dois castores peludos. Tinham todos os organelos agrupados para onde deviam ir. Olhos no lugar dos olhos, mãos, quatro patas sobre a terra. Era claro que nada de meu havia ali, porque estavam bem formados.

Pensei no filho do Pedro e no sangue derramado.

Qualquer problema com um feto podia resolver-se com sangue. Tínhamo-lo de sobra no frigorífico. O passado congelado no congelador também era uma espécie de futuro. Também era uma espécie.

Afastei-me do zoológico. Esperei que mudasse o semáforo. Não estava com pressa. O vestido que trazia voava para um lado tal como o meu cabelo. A maternidade fazia-o crescer. Eu não estava a escolher o meu mundo. Agora havia clima imposto. Ia ter um filho.

Atravessei a avenida. Uma planície. O desalento que causam as avenidas. Parecido com o que se passa atrás de uma casa no campo. Mas eu não tenho campo. O meu mundo é a cidade, a pertença a Pedro. Tudo está tão quedo aqui. Agora sou muito normal. Muito como as pessoas que estão bem.

A abertura da avenida e eu a atravessá-la.

Na calçada da frente vinha a caminhar uma mulher que se parecia comigo. A humidade do clima causava-lhe o mesmo que a mim no cabelo. Trazíamos um vestido do mesmo modelo. Vinha na minha direção. Atravessava a avenida com o mesmo olhar desanimado. Íamos embater uma com a outra.

Era a minha mãe.

Agora que tinha deixado de a ver, depois de tanto tempo. Agora dava conta que a minha mãe era parecida comigo. A distância tinha-nos transformado em decalques. Eu estava impecável. Apenas uns arranhões debaixo dos olhos. Umas feridas com pontos nas pernas. E debaixo dos peitos um filho esférico. Tardamos em perceber-nos. Se se tratava de irmandade ou maternidade. Vê-se que estávamos muito ocupadas porque o semáforo mudou. Cumpriu a sua função de máquina.

4.

A minha mãe olhava-me com olhos de lágrimas. Eu não tinha medo. Tantas vezes me tinha atirado aos semáforos coloridos. E a minha mãe agora era algo de jovem e eu algo de velho. Não dava conta de nada porque estava a olhar para mim. Olhava para o pacote inteiro. As lamúrias e a gravidez. Era um entardecer perfeito no céu. Um monte de carros famintos vinha para cima de nós, e eu, com toda a paz junta que Pedro havia me ensinado.

Agachei-me. Sabia que assim estava fora de perigo. Alguém conduzia os carros? Alguém tinha pena da minha mãe?

Uma camionete brilhante colheu-a inteira. Nos olhos dela viam-se bem nítidas duas coisas: a reclamação e o transtorno. Os dois sentimentos eram fortes e eram meus. O carro colheu-a e ela voou. Voou pelos ares por um instante. Depois caiu. Houve de novo líquido no pavimento. Fiquei queda. Soaram buzinas. Correram pessoas. Na barriga inchava-se-me algo que se movia. Tudo estava vivo. Fechei os olhos um instante e a primeira coisa que vi não foi um sonho. A nuca da minha mãe era pura tempestade elétrica.


14 junho 2021

belén d’alvia

 Random


La placita de mi barrio ha tenido un día malo

le han roto los ojos los chicos del paco

Dice que ya nadie le corta los pelos

y todos la usan de paso

Está hastiada de vos y de mí

de que usurpemos su mejor banco

no quiere callar más nuestros encuentros

y se siente la peor voyeur por seguir mirando

Los cigarrillos que le apagan

en la carne le duelen

demasiado

piensa que las luces azules la incriminan

a ella, que no ha hecho nada

nada más que

ser masturbatoria

y mirarnos



Random


A praceta do meu bairro teve um dia mau

partiram-lhe os olhos os rapazes do crack

Diz que já ninguém lhe corta os cabelos

e todos a usam de passagem

Está farta de vocês e de mim

de usurparmos o seu melhor banco

já não quer calar mais os nossos encontros

e sente-se a pior voyeur por continuar a olhar

Os cigarros que lhe apagam

na carne doem-lhe

demasiado

pensa que as luzes azuis a incriminam

a ela, que não fez nada

nada mais que

ser masturbatória

e olhar para nós


12 junho 2021

natalia ginzburg

 Memoria


Gli uomini vanno e vengono

per le strade della citta’

Comprano libri e giornali,

muovono a imprese diverse.

Hanno roseo il viso,

le labbra vivide e piene.

Sollevasti il lenzuolo

per guardare il suo viso,

ti chinasti a baciarlo

con un gesto consueto.

Ma era l’ultima volta.

Era il viso consueto,

solo un poco piu’ stanco.

E il vestito era quello di sempre.

E le scarpe erano quelle di sempre.

E le mani erano quelle che

spezzavano il pane e

versavano il vino.

Oggi ancora nel tempo

che passa sollevi il lenzuolo

a guardare il suo viso

per l’ultima volta.

Se cammini per strada

nessuno ti è accanto

Se hai paura

nessuno ti prende per mano

E non è tua la strada,

non è tua la città.

Non è tua la città

illuminata. La città

illuminata è degli altri,

degli uomini che vanno

e vengono comprando

cibi e giornali.

Puoi affacciarti un poco

alla quieta finestra

a guardare il silenzio,

il giardino nel buio.

Allora quando piangevi

c’era la sua voce serena.

Allora quando ridevi

c’era il suo riso sommesso.

Ma il cancello che a sera

s’apriva, restera’ chiuso

per sempre, e deserta

è la tua giovinezza.

Spento il fuoco,

vuota la casa.



Memória


Os homens vão e vêm

pelas ruas da cidade

Compram livros e jornais,

mexem-se por ânimos diversos.

É em rosa a sua face,

lábios vívidos e cheios.

Levantaste o lençol

para ver o seu rosto,

inclinaste-te para o beijar

com um gesto habitual.

Mas era a última vez.

Era a face do costume

só um pouco mais cansada.

E o vestido era o de sempre.

E os sapatos eram os de sempre.

E as mãos eram as que

partiam o pão e

serviam o vinho.

Hoje ainda no tempo

que passa, levantas o lençol

para ver a sua face

pela última vez.

Se caminhas pela rua

ninguém está ao teu lado

Se tens medo

ninguém te agarra a mão

E não é tua a rua,

não é tua a cidade.

Não é tua a cidade

iluminada. A cidade

iluminada é dos outros,

dos homens que vão

e vêm comprando

comida e jornais.

Podes assomar um pouco

à quieta janela

para ver o silêncio,

o jardim no breu.

Então quando choravas

estava a sua voz serena.

Então quando rias

estava o seu riso submerso.

Mas a cancela que à noite

se abria, ficará fechada

para sempre, e deserta

é a tua juventude.

Apagado o fogo,

vazia a casa.


10 junho 2021

begoña m. rueda

 

A pesar de que la ropa es lavada

a temperaturas de ochenta grados

y tratada con detergentes específicos,

productos neutralizadores de cloro,

lejías y suavizantes,

no es raro percibir un leve aroma a perfume

al doblar las camisas de los pijamas.

Sé a qué huelen los enfermos

antes de fallecer,

sé que algunos se peinan, se afeitan

y se empapan en Varón Dandy

como si morir

no consistiera sino en dar otro de muchos paseos

los domingos por la mañana



Apesar da roupa ser lavada

à temperatura de oitenta graus

e tratada com detergentes específicos,

produtos neutralizadores de cloro,

lixívias e amaciadores,

não é raro perceber um leve aroma a perfume

ao dobrar as camisas dos pijamas.

Sei a que cheiram os doentes

antes de falecer, fazem a barba

e encharcam-se com Varón Dandy

como se morrer

não consistisse senão em dar outro de muitos passeios

aos domingos pela manhã


08 junho 2021

itziar mínguez arnáiz

 

Consejo


Nunca releas tus diarios

ni las cartas que te enviaron

ni los mails que recibiste


es como asistir a tu propio funeral

y comprobar que no ha acudido nadie



Conselho


Nunca releias os teus diários

nem as cartas que te enviaram

nem os emails que recebeste


é como assistir ao teu próprio funeral

e verificar que ninguém compareceu


06 junho 2021

rachel allaoui

 

A Ecorner les bœufs


Le vent mugit à écorner les bœufs

Son souffle essore le silence

des arbres

Les plaies sècheront vite

la bouche du paysage est grande ouverte

sur les ocelles de sang


Sur les ocelles de sang

pas une mouche

Herbes et branches ont comblé la terre absente

se décomposent

se recomposent

soudain sismiques

au gré des spirales d’air qui les traversent


Le vent emporte dans son ressac

les âmes chères

qui flottent

parfois

encore un peu

sur les ocelles du temps

et saccadées

tombent


Cornes coupées




Tirar os cornos aos bois


O vento uiva a tirar os cornos aos bois

O seu sopro esgota o silêncio

das árvores


As feridas secarão depressa

a boca da paisagem está muito aberta

sobre os ocelos de sangue


Sobre os ocelos de sangue

não uma mosca

Ervas e ramos preencheram a terra ausente


decompõem-se

recompõem-se

de repente sísmicas

ao sabor das espirais de ar que as atravessam


O vento leva na sua maré

as almas queridas

que flutuam

às vezes

ainda um pouco

nos ocelos do tempo

e saqueadas

caem


Cornos cortados.


04 junho 2021

mariela cordero

 

Un cuerpo al que pudieras hacer arder.


No veas detrás de mí la ristra de cadáveres

que parece asediarme y seguirme

desde un territorio caluroso y lejano.


No veas el signo de desamparo que hay en mis ojos,

febriles por ver tantos incendios.

No veas en mi carne el epítome de un país

ensangrentado.

No sientas en mi estremecimiento

el temblor

de los sufren,

este miedo es único y me pertenece,

no distingas en mi voz

alaridos de aparecidos,

concédeme el privilegio

de una desolación propia.

No veas en mi rostro

celajes

de ninguna patria

danzando con la muerte.

Sólo quiero que veas este cuerpo que soy,

sustancia persistente

sin espectros

piel y huesos.

Un cuerpo

al que pudieras hacer arder



Um corpo que poderias queimar


Não vejas atrás de mim a pilha de cadáveres

que parece assediar-me e seguir-me

de um território caloroso e distante.


Não vejas o sinal de desamparo que há em meus olhos,

febris de ver tantos incêndios.

Não vejas em minha carne o epítome de um país

ensanguentado.


Não sente em meu estremecimento

o tremor

dos que sofrem,

este medo é único e pertence-me,

não diferencies na minha voz

alaridos de aparecidos,

concede-me o privilégio

de uma desolação própria.


Não vejas em meu rosto

névoas

de nenhuma pátria

dançando com a morte.


Só quero que vejas este corpo que sou,

substância persistente

sem espectros

pele e ossos.

Um corpo

que poderia queimar.


02 junho 2021

maría belén milla altabás

 

a la manera de un tren en movimiento

esta es la lengua que me asfixia

los verbos para asfixiarse son sencillos, explícitos como un picnic

copio aquí la evidencia: oprimir, sofocar, ahogar (no les falta eficacia)

es rápido: uno se va adormeciendo en los rincones y deja

que su esófago se convierta en un lugar impreciso

a menudo ocurre que la felicidad es una montaña demasiado alta y para eso

sirven este tipo de términos:

me asfixia tu voz de casa amarilla

me oprime el iceberg que hay en todas mis palabras

pero esto no es lo que me ocurre ahora

ahora, que reflejo lo opaco del mundo

(el espejo se cubre de moho, mis quinientos ojos, mis niñas idiotas mirando el cielo)

cómo digo —con qué palabra explico

la velocidad con la que se empieza a llenar mi boca de piedras

la forma en la que mi corazón se va pareciendo cada vez más a una prótesis

hecha en las fábricas de un país asiático —explotado por la miseria de lo rápido

y me da pena



assim como um comboio em movimento

esta é a língua que me asfixia

os verbos para se asfixiar são simples, explícitos como um piquenique

copio aqui a evidência: oprimir, sufocar, afogar (não lhes falta eficácia)

é rápido: vamos adormecendo nos cantos e deixamos

que o nosso esófago se converta em lugar impreciso

muitas vezes acontece que a felicidade é uma montanha muito alta e para isso

servem este tipo de termos:

asfixia-me a tua voz de casa amarela

oprime-me o icebergue que há em todas as minhas palavras

mas não é isso que agora me ocorre

agora, que reflito o opaco do mundo

(o espelho cobre-se de mofo, os meus quinhentos olhos, as minhas meninas idiotas olhando para o céu)

como digo - com que palavra explico

a velocidade com que começa a encher a minha boca de pedras

a forma como meu coração se parece cada vez mais com uma prótese

feita nas fábricas de um país asiático - explorado pela miséria do rápido

e dá-me pena