Una elegía
En
la época de mi madre
las
mujeres eran probables.
Mi
madre se sentaba junto a mi abuela
y
las dos eran completamente de carne y hueso.
Yo
soy apenas una secuela estable
de
aquel exceso de realidad.
Y
en la ansiedad del pasado indefinido,
en
el aspecto durativo de elegir,
escribo
ahora: una elegía.
En
la época de mi madre
las
mujeres eran perdurables,
completamente
hueso y carne.
Mi
madre se ponía el collar
de
plata y de turquesas
que
mi padre le había traído de Suecia
y
se sentaba a la mesa como una especia exótica,
para
que todo se volviera más grande que la vida,
y
cualquier ficción fuera posible.
En
la época de mi madre, las mujeres
eran
un quid: mi madre nos contó
a
mi hermano y a mí: ‘cuando salía de la escuela,
iba
a buscar a mi padre al trabajo,
en
Santa Fe, y los compañeros le decían es un biscuit,
tu
hija es un biscuit, y nunca supe qué querían decir,
qué
era un biscuit’, un bizcocho estando muy enferma,
una
porcelana exquisita todavía para nosotros,
y
mi hermano apurándola: ‘¿Y?’
No
sé qué es un biscuit, ¿una especia exótica.
algo
de todos modos, especial? Igual
andaba
delicadamente por la casa, rozando los ochenta
como
se roza una herida
con
una gasa.
En
la época de mi madre
las
mujeres eran muy visibles.
Mi
madre se miraba en los espejos
y
yo no llegaba a abarcar
su
imagen con mis ojos. Me excedía,
la
intuía a lo lejos como algo que se añora.
Como
ahora,
una
elegía.
A
la criatura adorable
fijada
en lo remoto de la foto,
que
ya a los ocho años parecía
más
grande que la vida: te extraño,
aunque
no te conocía. Eso fue antes
que
a mí me dieras vida
en
un tamaño apenas natural.
Igual,
una
elegía.
Y
a la otra de la foto que espero
conservar,
la mujer bella que sostiene
el
libro ante la hija de un año
en
el engaño de la lectura:
te
quiero por lo que dura, y es suficiente
leer
en el presente, aunque se haya apagado
tu
estrella.
Por
ella,
una
elegía.
Ahora
soy la fotografía
y
vos el líquido revelador. Tu muerte
me
convierte en yo: como una ciencia aplicada
soy
la causa y el efecto,
el
ensayo y el error, este vacío
de
la nada que golpea el corazón
como
cáscara vacía.
Una
elegía,
cada
vez con más razón.
Uma elegia
No tempo da minha mãe
as mulheres eram prováveis.
A minha mãe sentava-se ao pé da minha avó
e as duas eram completamente de carne e osso.
Eu sou apenas uma sequela estável
desse excesso de realidade.
E na ansiedade do passado indefinido,
no aspecto temporal de escolha,
escrevo agora: uma elegia.
No tempo da minha mãe
as mulheres perduravam,
completamente osso e carne.
A minha mãe punha o colar
de prata e turquesas
que o meu pai lhe tinha trazido da Suécia
e se sentava à mesa como uma espécie exótica,
para que tudo se tornasse maior que a vida,
e todas as ficções fossem possíveis.
No tempo da minha mãe, as mulheres
eram um busílis: a minha mãe contou -nos ,
a mim e ao meu irmão: "quando saía da escola,
ia esperar o meu pai ao trabalho,
em Santa Fé, e os seus companheiros diziam-lhe: és um biscuit,
a tua filha é um biscuit, e nunca soube o que queriam dizer,
o que era um biscuit", um biscoito estando muito doente,
uma porcelana rara mesmo para nós,
e o meu irmão inquietado: "E?"
Não sei o que é um biscuit, uma espécie exótica?
algo, de qualquer maneira, especial? Mesmo assim
andava delicadamente pela casa, à
beira dos oitenta
como se roça uma ferida
com uma gaze.
No tempo da minha mãe
as mulheres eram bem visíveis.
A minha mãe olhava-se ao espelho
e eu não chegava a abarcar
a sua imagem com os meus olhos. Excedia-me,
intuí-a ao longe como algo de que se tem saudade.
Assim,
uma elegia.
E à outra da foto que espero
Conservar, a bela mulher que sustém
o livro diante da filha de uma no
na ilusão da leitura:
quero-te pelo que se conserva, e é suficiente
ler no presente, embora se tenha apagado
a tua estrela.
Assim,
uma elegia.
Agora sou a fotografia
e tu o líquido revelador. A tua morte
converte-me em mim: como ciência aplicada
sou a causa e o efeito
o ensaio e o erro, este vazio
do nada que golpeia o coração
como casca vazia
Uma elegia,
Cada vez com mais razão