26 agosto 2007

amalia inés gieschen

Lucas


La verdad está en el vino
Alexander Blok



Miente el vino como mienten los besos nacidos después de la lluvia que ejerció su oficio de cuchillo durante este mes de abril tan bipolar. Miente, la noche miente cuando se despide de tu maldito vientre cruel para devorarme con su lengua de fuego inexistente. Miente como miente la sal cuando se cae al suelo. Miente la muerte, miente. Miente la vida, miente. Mienten. Miente mi preferencia de vino, el reflejo de otro que pudo haber sido aquél pero terminó siendo vos, miente mi preferencia de aquel ante la obscenidad de la televisión. Miente la veracidad del fraude y la irreversibilidad de la competencia desleal. Yo miento porque digo que miento cuando no miento y porque digo que no miento cuando miento o porque digo que no miento cuando no miento (sí, eso es una mentira) o porque digo que miento cuando miento (sí, eso es otra mentira).
El baile de las máscaras comenzó con el desgarro adentro, justo debajo del pecho izquierdo. Desde allí la herida danza el sentido marcado por un ritmo anterior a los siglos diluidos por la nada. Una bomba de tiempo había activado la necesidad de demostrar el ser que no soy. Una broma del tiempo iniciaba mi búsqueda hacia la locura ya imposible como imposible cualquier salida de la realidad circular que nos planteó por allá Jorge Luis. El laberinto, qué bronca. -El final.


Mente o vinho como mentem os beijos nascidos depois da chuva que exerceu o seu ofício de faca durante este mês de abril tão bipolar. Mente, a noite mente quando se despede do teu maldito ventre cruel para me devorar com a sua língua de fogo inexistente. Mente como mente o sal quando cai ao chão. Mente a morte, mente. Mente a vida, mente. Mentem. Mente a minha preferência pelo vinho, o reflexo de outro que podia ter sido aquele mas acabou por seres tu, mente a minha preferência por esse diante da obscenidade da televisão. Mente a veracidade da fraude e a irreversibilidade da competência desleal. Eu minto porque digo que minto quando não minto e porque digo que não minto quando minto ou porque digo que não minto quando não minto (sim, isso é uma mentira) ou porque digo que minto quando minto (sim, isso é outra mentira).
O baile de máscaras começou com a lasca dentro, precisamente debaixo do peito esquerdo. Dali a ferida dança o sentido marcado por um ritmo anterior aos séculos diluídos pelo nada. Uma bomba de tempo tinha activado a necessidade de demonstrar o ser que não sou. Uma vigarice do tempo iniciava a minha demanda até à loucura já impossível como impossível é qualquer saída da realidade circular tal como Jorge Luís a enfocou. O labirinto, mas que farra. – O final.



Peggy Sue (fragmentos)


Había nombres que no quería nombrar, para no darles el gusto y que la gordura del ego les explotara el putito corazón. Tenía en el ojo izquierdo clavado el pezón, todo el mundo pudo verlo en mi blog. Había frases en el río Amor.
-Los monstruos no existen, Pato.
-Abusás de la bondad de tu tía.
-Abusaste de mí.
Los monstruos no existen, por eso están. Estoy muerta de uno que sos vos. Te abría la puerta para que no insistieras, para que entres y te vayas. La desgracia, que entre y que se vaya. Pero se sienta en el sillón y espera a que, la desgracia, esté dentro mío y, los fantasmas, me claven la mirada imposible, me calienten desde el pasado. Un diente chueco debajo del cartón, un virgen catado en una fábrica vacía por hacerse loft, una bala verde y un limón, un pibe que se escapa del palazo conmigo y otro que me tira el suelo para morder el limón. Fumar delante de las cámaras espías que arremeten en la Plaza de Mayo, abrazada por las abuelas pañueludas de los padres que nunca tuve. Un presidente con la boina bonaerense instituyendo el orden antiquísimo mientras mi músculo divagador se va atorando en la cinta de Moebius prefabricada de tu boca. El apagón se fuma despacito, de un solo trago. Los monstruos no existen, pero se fuman. Por eso están. Por eso, están.




Havia nomes que não queria nomear para não lhes dar esse gosto e aos quais a gordura do ego explorara o caralhinho do coração. Tinha o olho esquerdo cravado no mamilo, toda a gente o pôde ver no meu blogue. Havia frases no rio Amor.
-Os monstros não existem, Pato.
-Abusas da bondade da tu tia.
-Abusaste de mim.
Os monstros não existem, por isso estão. Estou morta de um que és tu. Abria-te a porta para que não insistisses, para que entrasses e te fosses embora. A desgraça, que entrasse e se fosse. Mas senta-se no sofá e espera que a desgraça esteja dentro de mim e os fantasmas me cravem o olhar impossível, me aqueçam com o passado. Um dente torcido debaixo do cartão, um virgem provado numa fábrica vazia para armar-se à renovação, um chiclette verde e um limão, um puto que escapou de uma tareia comigo e outro que me deita ao chão para morder o limão. Fumar diante das câmaras espiãs que acometem na Plaza de Mayo, abraçada pelas avós com lenços de procurar os pais que nunca tive. Um presidente com boina de buenos aires instituindo a ordem antanhosa enquanto o meu músculo divagante se vai atolando no cinto de Moebius prefabricado da tua boca. O apagão fuma devagarinho, de uma só vez. Os monstros não existem, mas fumam-se. Por isso existem. Por isso existem.



Al amanecer, el mar deja de regalo –casi como quien no quiere la cosa- caracolas vacías, un silbido ficticio, una estela de lo que fue en la noche. La luz se abrió camino en el pajonal y me fulminó con su rayo mientras hacía la noche. De la herida nació esa luz, que ahora ardía. Ardía tanto como ardía yo cuando ardía la noche cuando ardían las chispas con un chirriar que era de pájaros. Como pájaros, saltaban a alturas inferiores y descendían lentamente, con las alas desplegadas -pero mudas-, ya zaheridas. Hebras en un salto al vacío, auroleadas de luz, casi como para retardar la muerte que nacía en mí.

Ao amanhecer, o mar deixa como presente – sorrateiro – caramujos vazios, um assobio fictício, um vestígio do que a noite foi. A luz abriu senda no palheiro e fulminou-me com o seu raio enquanto fazia a noite. Da ferida nasceu essa luz que então ardia. Ardia tanto como ardia eu quando ardia a noite quando ardiam as chispas com um chilrear de pássaros. Como pássaros, saltavam para alturas inferiores e desciam lentamente com as asas desdobradas – mas mudas –, já repreendidas. Fios em salto para o vazio, aureolados de luz, quase como para retardar a morte que em mim nascia.