Puerto azul
Ustedes
se escondían tras las piedras del malecón.
Tú
eras rubia, acaso lo seas todavía.
Ustedes
caminaban de noche y de día tomados de las manos.
Ustedes
sonreían sobre granizados de fruta
y
correteaban como niños a la orilla del mar.
Era
el tiempo de ocultar cigarrillos
en
los resquicios de una pared precisa.
¿Hasta
dónde llegaba el aterrado asombro?
¿Hasta
dónde la delicia de las manos ya sueltas?
¿Hasta
dónde el sol, el musgo, el choque de las olas,
las
voces lejanas, el gesto repetido del cangrejo?
Yo
lo soñaba.
Punto
por punto lo soñaba.
Pero
no sé qué soñaba.
Mi
placer está hecho de esa incógnita.
Porto
azul
Vocês
escondiam-se atrás das pedras do paredão.
Tu
eras loira, talvez ainda o sejas.
Vocês
andavam de noite e de dia de mãos dadas.
Vocês
sorriam com os granizados de fruta
e
corriam como crianças à beira-mar.
Era
altura de esconder cigarros
nas
aberturas de uma parede precisa.
Até
onde chegava o aterrado assombro?
Até
onde a delícia das mãos já soltas?
Até
onde o sol, o musgo, o choque das ondas,
as
vozes distantes, o gesto repetido do caranguejo?
Eu
sonhava.
Ponto
por ponto sonhava.
Mas
não sei o que sonhava.
O
meu prazer faz-se dessa incógnita.
Nochebuena
Le
he dado vino a los gatos
y
han olvidado que no deben arremeter
contra
la jaula de los pájaros.
Le
he puesto vino a los pájaros
para
dejar de escuchar al miedo revoloteando,
para
que, si no tienen suerte, la zarpa los agarre dormidos.
Le
he puesto una manta a la jaula de los pájaros
para
atenuar el asedio de los felinos.
Le
he dicho a éstos que no es noche para cazar.
He
pensado que en otras condiciones
la
tarde se iría sin la sensación de un hueco apretado al estómago.
He
descubierto que en ciertas celebraciones
mi
alma se descuelga,
herida
por algún motivo menor que el de la muerte,
pero
motivo al fin.
He
imaginado todos los brindis que no he podido hacer
por
el cansancio de levantar la misma copa.
He
recordado
que
en estas fechas siempre he querido ser otra persona
donde
quiera que esté y en la circunstancia en que me halle,
que
la soledad
también
ha sido hecha para estar a gusto
en
nuestro disgusto más íntimo.
Consuada
Dei
vinho aos gatos
esqueceram-se
que não devem atirar-se
contra
a gaiola dos pássaros.
Pus
vinho aos pássaros
para
deixar de escutar o medo
para
que, caso não tenham sorte, a garra os apanhe a dormir.
Pus
uma manta na gaiola dos pássaros
para
atenuar o assédio dos felinos.
Disse
a estes últimos que não era noite para caçar.
Pensei
que noutras condições
a
tarde se iria sem a sensação de um buraco apertado no estômago.
Descobri
que em certas celebrações
a
minha alma desprende-se
ferida
por algum motivo mais pequeno que o da morte,
mas
motivo por fim.
Imaginei
todos os brindes que não pude fazer
pelo
cansaço de levantar o mesmo copo.
Lembrei-me
que
nesta data sempre quis ser outra pessoa
onde
quer que esteja e na circunstância em que me encontre,
que
a solidão
também
foi feita para estar a gosto
no
nosso desgosto mais íntimo
Poética
I
No
tiramos nuestro cuerpo por la ventana.
No
abrimos huecos en algún pedazo de tierra húmeda
para
que nuestros amigos fueran a visitarnos.
No
pedimos que nos sembraran flores encima.
Hemos
visto caer sobre nosotros la modorra entera del dolor
y
ni siquiera podemos decir que lo conocemos.
Hemos
tratado de desperezarnos y de agarrar en el aire
una
libélula: la flor prensada o podrida dentro del sueño.
Hemos
besado su resequedad y sus larvas.
Hemos
sentido en el sabor del barro, la mies
y
aunque el grano fuese duro, inmasticable,
hemos
aprendido a molerlo con los dientes.
¿Pero
qué haremos ahora?
¿Qué
sombrero le pondremos a esta tristeza de gaucho
solitario
y ebrio?, ¿qué llanuras le daremos para que ande?,
¿qué
oasis y qué cactus cuando precise recostarse
o
apurar las espuelas, el puñal
para
atrapar el tono que fuese necesario?
¿Recuerdas?
Conocimos a un hombre
que
fingía ataques de epilepsia en distintas esquinas de esta ciudad.
Cada
cierto tiempo volvía a ponerse en nuestro camino.
Tirado
en alguna acera,
lo
veíamos bañado de sudor, con la mano en el corazón
y
nos confundíamos nuevamente con espanto.
¿Y
qué haremos ahora?
¿Qué
le diremos a este sujeto que nos ha estafado?,
¿qué
imagen suya pegaremos en el álbum de cromos superpuestos
para
que no se nos confunda la memoria?
Para
que no se nos olvide tampoco
la
lentitud de aquel recogedor de latas
que
casi de pie y a lo largo de cien segundos
atravesó
la avenida principal
con
luz roja para peatones
sin
que ningún conductor gritara nada,
sin
que ningún nuevo mitólogo afirmara
que
así era como Atlas cargaba el mundo.
¿Y
qué haremos en este mundo?
Qué
cargamento de latas ganará algún valor de cambio
si
no hemos caminado hasta el medio de la calle
para
cargar y poner a salvo a un gato muerto,
si
hemos visto a la amiga auscultar el corazón del animal
y
mover el cuerpo, acariciarlo,
con
una ternura que nos hizo avergonzar.
¿Y
dónde buscaremos la cajita de cartón
en
la que pueda caber esta vergüenza,
esa
cara de gato atropellado
a
la medida de un camión de basura?
No,
no seguiremos buscando en el estiércol
la
medida exacta de alguna frase inusitada.
No
hallaremos nuevos ritmos en la quinta pata del gato
ni
imitaremos a los hombres de manos enguantadas
que
hay detrás de cada camión de basura.
Rasgaremos
nuestras camisas, si hace falta,
nos
sentaremos siete días en el suelo
y
guardaremos el más rígido luto por aquello que importa
y
que cae y que fracasa siempre.
Pero
no quedará enterrado el corazón.
Tampoco
lo congelaremos para futuros más desoladores aún
o
sorprendentemente magníficos.
De
los barcos que pasan,
hemos
conocido ya la estela grabada sobre los huesos,
hemos
entendido que nadie nos ha salvado de nada.
Pero
no seremos los cronistas del desconsuelo.
No
lo seremos.
Poética
I
Não
atiramos o nosso corpo pela janela.
Não
abrimos buracos num pedaço de terra húmida
para
os nossos amigos nos visitarem.
Não
pedimos para semearem flores em cima de nós.
Temos
visto cair em nós a modorra inteira da dor
e
nem sequer podemos dizer que a conhecemos.
Andámos
a contorcer-nos e a apanhar no ar
uma
libélula: a flor prensada ou apodrecida dentro do sonho.
Beijámos
a sua secura e as suas larvas.
Sentimos
no sabor do barro, a messe
e
embora o grão fosse duro, imastigável,
aprendemos
a moê-lo com os dentes.
Mas
que faremos agora?
Que
chapéu poremos a esta tristeza de gaúcho
solitário
e ébrio? Que planícies lhe daremos para que ande?
Qual
oásis, qual cacto quando precisar de descansar
ou
apurar as esporas, o punhal
para
apanhar o tom que seja necessário?
Lembras-te?
Conhecemos um homem
que
fingia ataques de epilepsia em várias esquinas desta cidade.
De
tempos a tempos voltava a por-se no nosso caminho.
Estendido
nalguma vala,
víamo-lo
banhado em suor com a mão no coração
e
ficávamos confusos de novo com espanto.
E
que faremos agora?
Que
diremos a esta criatura que nos burlou?
Que
imagem sua colaremos no álbum de cromos sobrepostos
para
não confundirmos a memória?
Para
que não se nos esqueça sequer
a
lentidão daquele apanhador de latas
que
quase de pé e ao longo de cem segundos
atravessou
a avenida principal
sem
que nenhum condutor gritasse,
sem
que nenhum novo mitólogo dissesse
que
assim era como Atlas carregava o mundo.
E
que faremos neste mundo?
Que
carregamento de latas alcançará um valor de câmbio
se
não caminhámos até ao meio da rua
para
carregar e por a salvo um gato morto,
se
vimos a amiga ascultar o coração do animal
e
mover o seu corpo, acariciá-lo,
com
uma ternura que nos fez envergonhar.
E
onde procuraremos a caixa de cartão
onde
possa caber esta vergonha,
essa
cara de gato atropelado
à
medida de um camião de lixo?
Não,
não continuaremos a procurar no esterco
a
medida exata de uma frase inusitada.
Não
encontraremos novos ritmos na quinta pata do gato
nem
imitaremos os homens de mãos enluvadas
que
estão atrás de qualquer camião de lixo
Rasgaremos
as nossas camisas, se for preciso,
sentar-nos-emos
sete dias no chão
e
guardaremos o mais rígido luto por aquilo que importa
e
cai e fracassa sempre.
Mas
não ficará enterrado o coração.
Tão
pouco o congelaremos para futuros mais desoladores ainda
ou
surpreendentemente magníficos.
Dos
barcos que passam
conhecemos
já a estrela gravada nos ossos
entendemos
que ninguém nos salvou de nada.
Mas
não seremos os cronistas do desconsolo.
Não
seremos.