19 julho 2016

elaine vilar madruga

Las montañas de la extinción

No se puede soldar un Abismo
Con Aire.”
Emily Dickinson

I
el animal muerto
—como todas las cosas rotas—
entre nosotras dos.
abría sus párpados
para vernos más allá del grito.
era la niebla roja
del día que nunca llegaría
la canción del cisne muerto a pedradas
en una de las esquinas
de la que fue nuestra casa.
pensabas en la hija que nunca tendremos
la que deseabas llamar con mi nombre
o el tuyo
aunque en realidad ninguno parecía suficiente
ni todo lo hermoso
ni todo lo grande
para ella.
el animal muerto
—como todas las cosas rotas—
fue a buscar refugio en los rincones de la casa.
lo amaestraste con pan y framboyanes
pedazos de la niña
que arrojamos a la eternidad
con tu nombre y el mío atado a los tobillos.

II
para morder la eternidad
unimos los cordones de los zapatos.
una muchacha que besa a otra muchacha
no es más que la apología de la muerte
repetida apología
del tiempo.
miraba los rincones de tu historia
mientras el cordón de mis zapatos
luchaba por abrir las manos
desligarse del vientre de dios
hermoso en su concepto de esquirla.
una muchacha que ama a otra muchacha
no puede hablar sobre framboyanes
ni siquiera atreverse
a decir que duele el corazón de dios
roto en diez pedazos de vidrio:
garganta abajo
silencio abajo
la ciudad teñida de niebla.

III
el arsenal de la nada
abrió sus cuencas rojas
las de la yegua ciega despeñándose
colina abajo.
te buscaba. me buscaba.
vivimos solas y felices
durante dos meses que parecieron
agujeros infinitos.
vivimos solas y felices
hasta que el árbol comenzó a descubrir
las hojas congeladas:

menos nueve grados y bajando
menos quince grados y bajando
menos treinta grados.

en la quietud de la nieve
una osezna caminó entre nosotras.
la adoptamos.
fue nuestra hija durante seis meses.
a veces la llamábamos por tu nombre
a veces por el mío.
un día amaneció muerta
congelada entre nuestros senos.
de nada valió alimentarla
ni decirle cosita, animal, hija querida.

el fuego en la montaña quiere apagarse.
una muchacha frente a otra
solo puede amarrar los cordones de sus zapatos
luchar por conservar lo rojo
más allá de los rincones de la casa.
pero los cordones siempre se enredan
y la niebla
brota
justo del horcón central
que conserva el equilibrio
entre las especies extinguidas.



As montanhas da extinção

“Não se pode soldar um Abismo
Com Ar.”
Emily Dickinson

I
o animal morto
como todas as coisas estragadas—
entre nós as duas.
abria as suas pálpebras
para nos ver para lá do grito.
era a névoa vermelha
do dia que nunca chegaria
a canção do cisne morto à pedrada
numa das esquinas
daquela que foi a nossa casa.
pensavas na filha que nunca teremos
a quem desejavas por o meu nome
ou o teu
embora nenhum parecesse suficiente
nem o mais bonito
nem o maior
para ela.
o animal morto
como todas as coisas estragadas—
foi procurar refúgio nos cantos da casa.
Domaste-o com pão e árvores flamejantes
pedaços da criança
que lançamos para a eternidade
com o teu nome e o meu atado aos tornozelos.

II
para morder a eternidade
unimos os cordões dos sapatos.
uma rapariga que beija outra rapariga
não é mais que a apologia da morte
repetida apologia
do tempo.
via os cantos da tua história
enquanto o cordão dos meus sapatos
lutava para abrir as mãos
desligar-se do ventre de deus
lindo no seu conceito de estilhaço.
uma rapariga que ama outra rapariga
não pode falar sobre árvores flamejantes
nem sequer ousar
dizer que dói o coração de deus
quebrado em dez pedaços de vidro:
garganta abaixo
silêncio abaixo
a cidade tingida de névoa.

III
o arsenal do nada
abriu as suas bacias vermelhas
as de égua cega despenteando-se
colina abaixo
procurava-te. Procurava-me.
vivemos sós e felizes
durante dois meses que pareceram
buracos infinitos.
vivemos sós e felizes
até que a árvore começou a descobrir
as folhas congeladas:

menos nove graus e a baixar
menos quinze graus e a baixar
menos trinta graus

na quietude da neve
uma filhota de urso andou entre nós.
adoptamo-la.
foi a nossa filha durante seis meses.
às vezes chamávamo-la pelo teu nome
às vezes pelo meu.
um dia amanheceu morta
congelada entre os nossos seios
de nada valeu alimentá-la
nem chamá-la fofinha, animal, filha querida.

o fogo na montanha quer apagar-se.
uma rapariga diante de outra
só consegue atar os cordões dos seus sapatos
lutar para conservar o vermelho
para além dos cantos da casa.
mas os cordões sempre se enredam
e a névoa
brota
precisamente da coluna central
que conserva o equilíbrio
entre as espécies extintas