Las montañas de
la extinción
“No se puede
soldar un Abismo
Con Aire.”
Emily Dickinson
I
el animal muerto
—como todas las
cosas rotas—
entre nosotras dos.
abría sus párpados
para vernos más
allá del grito.
era la niebla roja
del día que nunca
llegaría
la canción del
cisne muerto a pedradas
en una de las
esquinas
de la que fue
nuestra casa.
pensabas en la hija
que nunca tendremos
la que deseabas
llamar con mi nombre
o el tuyo
aunque en realidad
ninguno parecía suficiente
ni todo lo hermoso
ni todo lo grande
para ella.
el animal muerto
—como todas las
cosas rotas—
fue a buscar refugio
en los rincones de la casa.
lo amaestraste con
pan y framboyanes
pedazos de la niña
que arrojamos a la
eternidad
con tu nombre y el
mío atado a los tobillos.
II
para morder la
eternidad
unimos los cordones
de los zapatos.
una muchacha que
besa a otra muchacha
no es más que la
apología de la muerte
repetida apología
del tiempo.
miraba los rincones
de tu historia
mientras el cordón
de mis zapatos
luchaba por abrir
las manos
desligarse del
vientre de dios
hermoso en su
concepto de esquirla.
una muchacha que ama
a otra muchacha
no puede hablar
sobre framboyanes
ni siquiera
atreverse
a decir que duele el
corazón de dios
roto en diez pedazos
de vidrio:
garganta abajo
silencio abajo
la ciudad teñida de
niebla.
III
el arsenal de la
nada
abrió sus cuencas
rojas
las de la yegua
ciega despeñándose
colina abajo.
te buscaba. me
buscaba.
vivimos solas y
felices
durante dos meses
que parecieron
agujeros infinitos.
vivimos solas y
felices
hasta que el árbol
comenzó a descubrir
las hojas
congeladas:
menos nueve grados y
bajando
menos quince grados
y bajando
menos treinta
grados.
en la quietud de la
nieve
una osezna caminó
entre nosotras.
la adoptamos.
fue nuestra hija
durante seis meses.
a veces la
llamábamos por tu nombre
a veces por el mío.
un día amaneció
muerta
congelada entre
nuestros senos.
de nada valió
alimentarla
ni decirle cosita,
animal, hija querida.
el fuego en la
montaña quiere apagarse.
una muchacha frente
a otra
solo puede amarrar
los cordones de sus zapatos
luchar por conservar
lo rojo
más allá de los
rincones de la casa.
pero los cordones
siempre se enredan
y la niebla
brota
justo del horcón
central
que conserva el
equilibrio
entre las especies
extinguidas.
As montanhas
da extinção
“Não
se pode soldar um Abismo
Com
Ar.”
Emily
Dickinson
I
o animal morto
—como todas as
coisas estragadas—
entre nós as
duas.
abria as suas
pálpebras
para nos ver para
lá do grito.
era a névoa
vermelha
do dia que nunca
chegaria
a canção do
cisne morto à pedrada
numa das esquinas
daquela que foi a
nossa casa.
pensavas na filha
que nunca teremos
a quem desejavas
por o meu nome
ou o teu
embora nenhum
parecesse suficiente
nem o mais bonito
nem o maior
para ela.
o animal morto
—como todas as
coisas estragadas—
foi procurar
refúgio nos cantos da casa.
Domaste-o com pão
e árvores flamejantes
pedaços da
criança
que lançamos
para a eternidade
com o teu nome e
o meu atado aos tornozelos.
II
para morder a
eternidade
unimos os cordões
dos sapatos.
uma rapariga que
beija outra rapariga
não é mais que
a apologia da morte
repetida apologia
do tempo.
via os cantos da
tua história
enquanto o cordão
dos meus sapatos
lutava para abrir
as mãos
desligar-se do
ventre de deus
lindo no seu
conceito de estilhaço.
uma rapariga que
ama outra rapariga
não pode falar
sobre árvores flamejantes
nem sequer ousar
dizer que dói o
coração de deus
quebrado em dez
pedaços de vidro:
garganta abaixo
silêncio abaixo
a cidade tingida
de névoa.
III
o arsenal do nada
abriu as suas
bacias vermelhas
as de égua cega
despenteando-se
colina abaixo
procurava-te.
Procurava-me.
vivemos sós e
felizes
durante dois
meses que pareceram
buracos
infinitos.
vivemos sós e
felizes
até que a árvore
começou a descobrir
as folhas
congeladas:
menos nove graus
e a baixar
menos quinze
graus e a baixar
menos trinta
graus
na quietude da
neve
uma filhota de
urso andou entre nós.
adoptamo-la.
foi a nossa filha
durante seis meses.
às vezes
chamávamo-la pelo teu nome
às vezes pelo
meu.
um dia amanheceu
morta
congelada entre
os nossos seios
de nada valeu
alimentá-la
nem chamá-la
fofinha, animal, filha querida.
o fogo na
montanha quer apagar-se.
uma rapariga
diante de outra
só consegue atar
os cordões dos seus sapatos
lutar para
conservar o vermelho
para além dos
cantos da casa.
mas os cordões
sempre se enredam
e a névoa
brota
precisamente da
coluna central
que conserva o
equilíbrio
entre as espécies
extintas