Viento del norte
Cada vez que el viento del norte
congelaba el agua de los pozos, la muchacha de labios morados acudía al bosque
y daba a luz a un niño. Un niño diminuto como las crías de la comadreja o como
las larvas que los santos colocan en los oídos de los hombres. La maleza
recogía al niño y lo alimentaba con la leche blanquecina que manaba del
interior de las plantas y con las alas transparentes de los insectos. Pero la
leche que manaba de las plantas y las alas de los insectos eran amargas. Por
eso los niños crecían con los huesos frágiles y los cabellos quebradizos. Por
eso conocían la pureza, que es amarga como el sudor de los hermanos que duermen
en el mismo lecho,
como el llanto de los
adolescentes que mueren pisoteados por los ciervos
como las oraciones de los que
rezan arrodillados delante del espejo mientras los ángeles flotan en la cocina
como los lamentos de las novicias
cuando el mecánico ajusta sus paladares postizos o aprieta las correas de sus
camisas de fuerza
como las súplicas de los mancos
en estado de hipnosis cuyos dedos fueron devorados por las cenizas
como los cantos de los cordeleros
de manos temblorosas que fabrican las sogas de los condenados.
Con el paso de los inviernos, los
niños crecían acunados por la maleza. Nunca abandonaban el bosque, pues la
maleza es engañosa como el calor de los invernaderos y celosa como los novios
ciegos que abrillantan sus botines cuando cae la noche. Solo uno de ellos se
atrevió a salir del bosque, pero el que conoce la pureza no puede pronunciar en
voz alta los nombres de los árboles ni conoce las señales de la pestilencia. Al
cabo de unos instantes, se encontró rodeado por un enjambre de moscas, a causa
del cual perdió la razón durante tres años.
Vento do norte
Sempre que o vento do norte congelava a água dos poços, a rapariga de lábios
de amora dirigia-se ao bosque e dava à luz uma criança. Uma criança pequena
como as crias da doninha ou como as larvas que os santos colocam nos ouvidos
dos homens. O mato recolhia a criança alimentando-o com o leite esbranquiçado
que manava do interior das plantas e com as asas transparentes dos insectos. Mas
quer o leite que manava das plantas quer as asas dos insectos eram amargos. Por
isso as crianças cresciam com os ossos frágeis e os cabelos quebradiços. Por
isso conheciam a pureza, que é amarga como o suor dos irmãos que dormem na
mesma cama,
como o pranto dos adolescentes que morrem espezinhados pelos cervos
como as orações dos que rezam ajoelhados diante do espelho enquanto os
anjos vagueiam pela cozinha
como as súplicas dos mancos em estado de hipnose cujos dedos foram
devorados pelas cinzas
como os cantos dos cordoeiros de mãos trementes que fabricam as cordas
dos condenados.
Com o passar dos invernos, as crianças cresciam embalados pelo mato.
Nunca abandonavam o bosque, pois o mato é enganador como o calor das estufas e
ciumento como os noivos gregos que engraxam as suas botas quando cai a noite. Apenas
uma das crianças ousou sair do bosque, mas aquele que conhece a pureza não
consegue pronunciar os nomes das árvores nem conhece os sinais da pestilência. Ao
fim de alguns instantes, a criança viu-se rodeada por um enxame de moscas, motivo
que a levou a perder a razão durante três anos.