17 março 2013

carmen garrido



Veneza: FUOCO ALTO (Sede Vacante)

Ni la familia ni los amigos. Esta noche todo habla a través de los muertos.
(Antjie Krog)

Sé que el suicidio no es la respuesta más generosa a una vida regalada

Pero las ratas avanzan por mis caderas desde el Medievo, igual que el sexo de la mujer de Rialto se quema siglo tras siglo en su brasero. Ese olor a picón es común a mi íleon y a sus genitales: ambas somos donne maledette, ambas proclamamos la mortalidad de los dioses.

Las ratas nunca han asistido a un Carnaval. Por ello, no son delicadas, sensibles, cuidadosas en el asesinato. Nunca se disfrazan, no se vitorean entre sí, su genética es la del caníbal: muerde hasta que seas mordido.

Individualistas y terribles,

royeron las entrañas de Ajmátova cuando me visitó y le auguraron un destino infecto,
royeron las de Vivaldi, le llamaron “maldito” y le nacieron pelirrojo para alcanzar éxtasis y olvido, 
royeron el miembro incestuoso del cojo Byron y dictaminaron su muerte en tierras extrañas, rodeado de la sangre de tantos bastardos

Ellas desdeñan las máscaras de la Peste y se travisten de beatillas,
procesionando con nocturnidad a través de Cannaregio,
portando sus velas de Jo Malone,
adoptando como jacuzzi comunal la jarra de Pilatos.

Ahí se bañan, entre grititos ñoños y rosas, pétalos para su vello amorfo, almizcle y For Her de Narciso Rodríguez para sus pieles, que ellas mismas, en un clímax carnívoro, muerden.

La virgen Lucia se estremece de horror ante la visión de sus colas, hambrientas de mondongos y callos, rodeadas de burbujas.

Siempre es más fácil el estupor acerca de la vida desde la serenidad de la muerte.

Aparentemente, tú me ves subiendo las escaleras del Danieli con el vestido nuevo en chifón negro, arrastrando cola, frunces, plumas, frutas, pescados, lámparas de aceite, clavo y láudano, como una carroza carnavalesca, hermosa, admirable, eterna. Escancio mi belleza, conozco mi cuerpo y mis dones, te enamoro, mio amico, y te dejo mi señal en la frente: el león alado, el símbolo de que me volveré para ti inalcanzable.

Pero, al cerrar la puerta de la suite, ellas vuelven, comienzan a reírse debajo del tul e inician su estampida, despavoridas, frenéticas, psicóticas y yo me siento como una mujer en parto, dando a luz monstruos, mis propias hijas, que son las que me devorarán, Saturno al revés, eléctrica, petrificada.

¡Esto no es una performance para la Biennale, esto no es un fotograma para el Festival de Cine! Questo è orrore!

Darse muerte sin dejar nota es una admirable y maquiavélica forma de volver locos a los que te quisieron.

Yo no puedo escapar de mi cuerpo, los arquitectos me hicieron así: deseable e inexplicable, un milagro que patenta la bondad humana. Yo no puedo escapar de mi leyenda, esconderme en una catacumba, volverme insignificante, renegar de mis amantes. Si mis piernas albergaron a hombres que me dedicaron versos y óleos, ¿qué culpa tienen ellas de haber gozado a un Baffo, a un Mann, a un Visconti, a un Tintoretto? ¿Por qué vuelven a mí los roedores, reviviendo a mis muertos, reviviendo aquella época en que los bubones, las llagas, las costras ajaron mi belleza?

Los dioses envidian la libertad de sus predilectos. Ser la favorita de un creador te convierte con el tiempo en íntima enemiga.

Ya sabes, adorato, cuál es la única forma de matarlas.
Ya sabes, bello amante, que tengo que prender la cerilla para arrastrarlas conmigo,
para aniquilar tanta inmundicia que ahora me habita, tanto rostro pétreo y deformado que me contempla, tanto flash que quiere inmortalizar lo ya eterno.
Ya sabes, mia vita, que mi último trago será un Bellini y que la quema empezará por el Grassi, ahora maldita Fundación Pinault.

Fuego frente a tanta agua. Ahora, la Serenissima será fuego alto que sube desde el Gran Canal.

Las ratas huirán hacia el Adriático y yo me volveré ceniza, derrumbe, óxido, ruina.

Leyenda. Yo me volveré leyenda.

Y los dioses, caro mio, quedarán petrificados y, una vez más, envidiarán la suprema libertad de los que se saben elegidos.

FUOCO ALTO (Sede Vacante)
Nem a familia nem os amigos. Esta noite tudo se fala através dos mortos.
(Antjie Krog)

Sei que o suicídio não é a resposta mais generosa a uma vida ofertada

Mas a rataria avança pelas minhas ancas desde o Medievo, da mesma forma que o sexo da mulher de Rialto se queima século após século na sua fogueira. Esse cheiro a borracho é comum ao meu íleo e aos seus genitais: ambas somos donne maledette, ambas proclamamos a mortalidade dos deuses.

A rataria nunca presenciou um Carnaval. Por tal, não são delicadas, sensíveis, cuidadosas no assassinato. Nunca se disfarçam, nunca se vangloriam entre si, a sua genética é a do canibal: morder até ser mordido.

Individualistas e terríveis,

roeram as entranhas de Akhmatova quando me visitou e auguraram-lhe um destino infecto,
roeram as de Vivaldi, chamaram-lhe “maldito” e fizeram-lhe crescer o ruivo para atingir êxtase e esquecimento,
roeram o membro incestuoso do coxo Byron e editalizaram a sua morte em terras estrangeiras, rodeado do sangue de muitos bastardos

Elas desdenham das máscaras da Peste e travestem-se de beatazinhas,
procissionando em nocturnais através de Cannaregio,
levando as suas velas de Jo Malone,
adoptando como jacuzzi comunal a jarra de Pilatos.

Assim se banham, entre gritinhos patetas e rosas, pétalas para a sua penugem amorfa, almíscar e For Her de Narciso Rodríguez para as suas peles, que elas próprias, em clímax carnívoro, mordem.

A virgem Luzia estremece de horror diante da visão das suas caudas, famintas de buchos e calos, rodeadas de borbulhas.

Sempre é mais fácil o estupor acerca da vida a partir da serenidade da morte.

Aparente vês-me a subir os degraus do Danieli com o vestido novo de chifon preto, arrastando cauda, franzidos, plumas, frutas, peixes, lamparinas de azeite, prego e láudano, como uma carroça carnavalesca, formosa, admirável, eterna. Escanceio a minha beleza, conheço o meu corpo e os meus dons, enamoro-te, mio amico, e deixo-te o meu sinal na testa: o leão alado, o símbolo de que me tornarei para ti inalcançável.

Mas, ao fechar a porta da suite, volta a rataria, começa a rir-se debaixo do tule iniciando o seu estampido, espavorida, frenética, psicótica e eu sinto-me como uma mulher em trabalho de parto, dando à luz monstros, as minhas próprias filhas, que são quem me devora, Saturno em revés, eléctrica, petrificada.

Isto não é uma performance para a Biennale, isto não é um fotograma para o Festival de Cinema! Questo è orrore!

Dar-se morte sem deixar bilhete é uma admirável e maquiavélica forma de tornar loucos os que gostaram de ti.

Eu não consigo escapar do meu corpo, os arquitetos fizeram-me assim: desejável e inexplicável, um milagre que patenteia a bondade humana. Eu não consigo escapar da minha lenda, esconder-me numa catacumba, tornar-me insignificante, renegar os meus amantes. Se as minhas pernas albergaram homens que me dedicaram versos e quadros, que culpa têm elas de ter gozado um Baffo, um Mann, um Visconti, um Tintoretto? Porque regressa a mim a rataria, revivendo os meus mortos, revivendo essa época em que as bubónicas, as chagas, as crostas murcharam a minha beleza?

Os deuses invejam a liberdade dos seus predilectos. Ser a favorita de um criador é ficar convertida com o tempo em íntima inimiga.

Bem sabes, adorato, qual é a única forma de matar a rataria.
Bem sabes, bello amante, que tenho de acender o fósforo para a arrastar comigo,
para aniquilar tanta imundície que agora me habita, tanto rosto pétreo e deformado que me contempla, tanto flash que quer imortalizar o que já é eterno.
Bem sabes, mia vita, que o meu último trago será um Bellini e que a queima começará pelo Grassi, agora maldita Fundação Pinault.

Fogo frente a tanta água, a Sereníssima será fogo alto que sobe do Grande Canal.

A rataria fugirá até ao Adriático e eu tornar-me-ei cinza, derrocada, óxido, ruína.

Lenda. Tornar-me-ei lenda.

E os deuses, caro mio, ficarão petrificados e, mais uma vez, invejarão a suprema liberdade dos que se sabem eleitos.