Veneza: FUOCO ALTO (Sede Vacante)
Ni la familia ni los amigos.
Esta noche todo habla a través de los muertos.
(Antjie Krog)
Sé que el suicidio no es la
respuesta más generosa a una vida regalada
Pero las ratas avanzan por mis
caderas desde el Medievo, igual que el sexo de la mujer de Rialto se quema
siglo tras siglo en su brasero. Ese olor a picón es común a mi íleon y a sus
genitales: ambas somos donne maledette,
ambas proclamamos la mortalidad de los dioses.
Las ratas nunca han asistido a
un Carnaval. Por ello, no son delicadas, sensibles, cuidadosas en el asesinato.
Nunca se disfrazan, no se vitorean entre sí, su genética es la del caníbal:
muerde hasta que seas mordido.
Individualistas y terribles,
royeron las entrañas de
Ajmátova cuando me visitó y le auguraron un destino infecto,
royeron las de Vivaldi, le
llamaron “maldito” y le nacieron pelirrojo para alcanzar éxtasis y
olvido,
royeron el miembro incestuoso
del cojo Byron y dictaminaron su muerte en tierras extrañas, rodeado de la sangre
de tantos bastardos
Ellas desdeñan las máscaras de la Peste y se travisten de
beatillas,
procesionando con nocturnidad a
través de Cannaregio,
portando sus velas de Jo
Malone,
adoptando como jacuzzi comunal
la jarra de Pilatos.
Ahí se bañan, entre grititos
ñoños y rosas, pétalos para su vello amorfo, almizcle y For Her de Narciso Rodríguez para sus pieles, que ellas mismas, en
un clímax carnívoro, muerden.
La virgen Lucia se estremece de
horror ante la visión de sus colas, hambrientas de mondongos y callos, rodeadas
de burbujas.
Siempre es más fácil el estupor
acerca de la vida desde la serenidad de la muerte.
Aparentemente, tú me ves
subiendo las escaleras del Danieli con el vestido nuevo en chifón negro,
arrastrando cola, frunces, plumas, frutas, pescados, lámparas de aceite, clavo
y láudano, como una carroza carnavalesca, hermosa, admirable, eterna. Escancio
mi belleza, conozco mi cuerpo y mis dones, te enamoro, mio amico, y te dejo mi señal en la frente: el león alado, el
símbolo de que me volveré para ti inalcanzable.
Pero, al cerrar la puerta de la
suite, ellas vuelven, comienzan a reírse debajo del tul e inician su estampida,
despavoridas, frenéticas, psicóticas y yo me siento como una mujer en parto,
dando a luz monstruos, mis propias hijas, que son las que me devorarán, Saturno
al revés, eléctrica, petrificada.
¡Esto no es una performance
para la Biennale,
esto no es un fotograma para el Festival de Cine! Questo è orrore!
Darse muerte sin dejar nota es
una admirable y maquiavélica forma de volver locos a los que te quisieron.
Yo no puedo escapar de mi
cuerpo, los arquitectos me hicieron así: deseable e inexplicable, un milagro
que patenta la bondad humana. Yo no puedo escapar de mi leyenda, esconderme en
una catacumba, volverme insignificante, renegar de mis amantes. Si mis piernas
albergaron a hombres que me dedicaron versos y óleos, ¿qué culpa tienen ellas
de haber gozado a un Baffo, a un Mann, a un Visconti, a un Tintoretto? ¿Por qué
vuelven a mí los roedores, reviviendo a mis muertos, reviviendo aquella época
en que los bubones, las llagas, las costras ajaron mi belleza?
Los dioses envidian la libertad
de sus predilectos. Ser la favorita de un creador te convierte con el tiempo en
íntima enemiga.
Ya sabes, adorato, cuál es la única forma de matarlas.
Ya sabes, bello amante, que tengo que prender la cerilla para arrastrarlas
conmigo,
para aniquilar tanta inmundicia
que ahora me habita, tanto rostro pétreo y deformado que me contempla, tanto
flash que quiere inmortalizar lo ya eterno.
Ya sabes, mia vita, que mi último trago será un Bellini y que la quema
empezará por el Grassi, ahora maldita Fundación Pinault.
Fuego frente a tanta agua.
Ahora, la Serenissima
será fuego alto que sube desde el Gran Canal.
Las ratas huirán hacia el
Adriático y yo me volveré ceniza, derrumbe, óxido, ruina.
Leyenda. Yo me volveré leyenda.
Y los dioses, caro mio, quedarán
petrificados y, una vez más, envidiarán la suprema libertad de los que se saben
elegidos.
FUOCO ALTO (Sede Vacante)
Nem a
familia nem os amigos. Esta noite tudo se fala através dos mortos.
(Antjie
Krog)
Sei que o
suicídio não é a resposta mais generosa a uma vida ofertada
Mas a
rataria avança pelas minhas ancas desde o Medievo, da mesma forma que o sexo da
mulher de Rialto se queima século após século na sua fogueira. Esse cheiro a
borracho é comum ao meu íleo e aos seus genitais: ambas somos donne maledette, ambas proclamamos a mortalidade dos
deuses.
A rataria
nunca presenciou um Carnaval. Por tal, não são delicadas, sensíveis, cuidadosas
no assassinato. Nunca se disfarçam, nunca se vangloriam entre si, a sua
genética é a do canibal: morder até ser mordido.
Individualistas
e terríveis,
roeram as
entranhas de Akhmatova quando me visitou e auguraram-lhe um destino infecto,
roeram as de
Vivaldi, chamaram-lhe “maldito” e fizeram-lhe crescer o ruivo para atingir
êxtase e esquecimento,
roeram o
membro incestuoso do coxo Byron e editalizaram a sua morte em terras
estrangeiras, rodeado do sangue de muitos bastardos
Elas desdenham
das máscaras da Peste e travestem-se de beatazinhas,
procissionando
em nocturnais através de Cannaregio,
levando as
suas velas de Jo Malone,
adoptando
como jacuzzi comunal a jarra de Pilatos.
Assim se
banham, entre gritinhos patetas e rosas, pétalas para a sua penugem amorfa,
almíscar e For
Her de Narciso Rodríguez para as suas
peles, que elas próprias, em clímax carnívoro, mordem.
A virgem
Luzia estremece de horror diante da visão das suas caudas, famintas de buchos e
calos, rodeadas de borbulhas.
Sempre é
mais fácil o estupor acerca da vida a partir da serenidade da morte.
Aparente
vês-me a subir os degraus do Danieli com o vestido novo de chifon preto,
arrastando cauda, franzidos, plumas, frutas, peixes, lamparinas de azeite,
prego e láudano, como uma carroça carnavalesca, formosa, admirável, eterna.
Escanceio a minha beleza, conheço o meu corpo e os meus dons, enamoro-te, mio amico, e deixo-te o meu sinal na testa: o leão
alado, o símbolo de que me tornarei para ti inalcançável.
Mas, ao
fechar a porta da suite, volta a rataria, começa a rir-se debaixo do tule
iniciando o seu estampido, espavorida, frenética, psicótica e eu sinto-me como
uma mulher em trabalho de parto, dando à luz monstros, as minhas próprias
filhas, que são quem me devora, Saturno em revés, eléctrica, petrificada.
Isto não é
uma performance para a Biennale, isto não é um fotograma para o Festival de
Cinema! Questo è orrore!
Dar-se morte
sem deixar bilhete é uma admirável e maquiavélica forma de tornar loucos os que
gostaram de ti.
Eu não
consigo escapar do meu corpo, os arquitetos fizeram-me assim: desejável e
inexplicável, um milagre que patenteia a bondade humana. Eu não consigo escapar
da minha lenda, esconder-me numa catacumba, tornar-me insignificante, renegar
os meus amantes. Se as minhas pernas albergaram homens que me dedicaram versos
e quadros, que culpa têm elas de ter gozado um Baffo, um Mann, um Visconti, um
Tintoretto? Porque regressa a mim a rataria, revivendo os meus mortos,
revivendo essa época em que as bubónicas, as chagas, as crostas murcharam a
minha beleza?
Os deuses
invejam a liberdade dos seus predilectos. Ser a favorita de um criador é ficar
convertida com o tempo em íntima inimiga.
Bem sabes, adorato, qual é a única forma de matar a rataria.
Bem sabes, bello amante, que tenho de acender o fósforo para a
arrastar comigo,
para
aniquilar tanta imundície que agora me habita, tanto rosto pétreo e deformado
que me contempla, tanto flash que quer imortalizar o que já é eterno.
Bem sabes, mia vita, que o meu último trago será um Bellini e
que a queima começará pelo Grassi, agora maldita Fundação Pinault.
Fogo frente
a tanta água, a Sereníssima será fogo alto que
sobe do Grande Canal.
A rataria
fugirá até ao Adriático e eu tornar-me-ei cinza, derrocada, óxido, ruína.
Lenda.
Tornar-me-ei lenda.
E os deuses, caro mio, ficarão petrificados e, mais uma vez,
invejarão a suprema liberdade dos que se sabem eleitos.